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universos paralelos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Viaje al abismo

'Señores del caos', recientemente editado en España, es un retrato inquietante de los protagonistas de la escena del 'black metal' noruego

Diego A. Manrique
Portada del libro 'Lords of chaos' (Señores del caos).
Portada del libro 'Lords of chaos' (Señores del caos).

Señores del caos es un libro fascinante. En la reciente traducción española (Es Pop Ediciones), incluso luce hermoso como objeto. Pero exhala un aliento fétido. Los protagonistas son integrantes de la seminal escena del black metalnoruego. En 1991 se suicidó Per Yngve Ohlin, que cantaba al frente de Mayhem bajo el apodo de Dead. El cadáver fue descubierto por su guitarrista, Oystein Aarseth, alías Euronymous; antes de que llegara la policía, fotografió al difunto y recogió trozos de su cráneo, que posteriormente adornarían collares.

En 1992, otro músico similar, Bard Eithun, asesinó a un homosexual tras hacerle creer que aceptaba sus proposiciones. Ya en 1993, Euronymous fue acuchillado por Varg Vikernes, el macho alfa del movimiento. Vikernes era admirado por iniciar una campaña contra las iglesias cristianas; docenas de templos fueron incendiados.

No eran actos precisamente clandestinos: se sabían, se celebraban en el ambiente. Vikernes, responsable de un proyecto unipersonal llamado Barzum, tenía sed de publicidad. Antes de quitarle la vida a Euronymous, ya había sido portada en la revista británica Kerrang!.

Las explicaciones de Vikernes asombraron a los noruegos: alegaba defensa propia pero mencionaba que Euronymous había coqueteado con el comunismo, tenía sangre lapona, era bisexual y escuchaba diferentes tipos de música, incluyendo —horror— a Kraftwerk. Fue condenado a 21 años de prisión.

Carismático e inteligente, Vikernes supo publicitar sus zigzagueos ideológicos. Rechazaba el epíteto de “satánico”: buscaba recuperar las creencias paganas. Su racismo le llevó a reivindicar al gran traidor de la historia noruega: Vidkun Quisling, colaborador de los ocupantes alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Plantea cuestiones enojosas: la relación entre la retórica del rock y la vida

Probablemente, todo habría quedado en las páginas de sucesos de los periódicos escandinavos de no existir Lords of chaos, libro que se publicó en 1998 y difundió globalmente unos hechos y unos personajes tan truculentos. Su autor principal es un músico y escritor estadounidense, Michael Moynihan, que contó con un aliado local, el periodista Didrik Soderlind.

Señores del caos plantea cuestiones enojosas: la relación entre la retórica del rock y la vida, la función de las subculturas juveniles, la estética y la ética de sus tendencias más extremistas. El black metal noruego dinamitaba los estereotipos sobre el heavy metal: aquí no se trata de una música esencialmente proletaria, cuyos practicantes aspiran a la ascensión social. Estamos en el segundo país más rico del planeta y los protagonistas parecen pertenecer al menos a la clase media.

Esa es una de las carencias de Moynihan: su escasa curiosidad sociológica. Los blackmetaleros no tenían urgencias económicos. Euronymous regentaba una tienda, Helvete (Infierno), aparentemente deficitaria. Vikernes adquiría costoso equipamiento militar; en 1997, su madre financiaría generosamente a un grupúsculo neonazi con la convicción -aseguró- de que así garantizaba la seguridad de su hijo en la cárcel.

Señores del caos es un libro inquietante no solo por lo que cuenta. Lo hace de manera exhaustiva, hasta el agotamiento. Aunque el autor procura mantenerse dentro de lo políticamente correcto, se intuye su simpatía por los planteamientos de partida de Vikernes, lo que explicaría su acceso al personaje. Que se portó bien entre rejas: tras quince años de su condena, salió en libertad condicional.

En los últimos tiempos, Vikernes reside en el suroeste de Francia. Desde allí, contempla como el black metal se ha transformado en fenómeno internacional, practicado en muchos países y no necesariamente acompañado por atrocidades o profanaciones. Pero ha perdido el título del Anticristo noruego: en 2011, otro hijo de buena familia, Anders Behring Breivik, mató a 77 personas entre Oslo y la isla de Utoya. La realidad tiende a superar a las fantasías más calenturientas. Los monstruos crecen incluso en las sociedades aparentemente modélicas.

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