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Mamá, quiero ser Sadio Mané: Senegal, cantera futbolística

El jugador del Bayern de Múnich inspira a miles de niños africanos. El bum de academias y los ojeadores internacionales han convertido Senegal en el epicentro de este sueño. El negocio mueve millones y no faltan ni el engaño ni la estafa

Jugadores del Espoirs de Guediawaye juvenil descansan tras un entrenamiento en el estadio municipal Ibrahima Boye, en Guediawaye.
Jugadores del Espoirs de Guediawaye juvenil descansan tras un entrenamiento en el estadio municipal Ibrahima Boye, en Guediawaye.Alfredo Cáliz
José Naranjo

Con solo 15 años, Jean Chrisologue Bonang ya se ha marcado un objetivo en la vida. “Quiero ser como Sadio Mané, él tenía mi edad cuando se fue del pueblo y ahora ha salvado a su familia de todas las dificultades”, asegura con una sonrisa. Nacido en Bignona, en el sur de Senegal, comparte apartamento con otros 13 jóvenes futbolistas en Guediawaye, en el extrarradio de Dakar, todos ellos fichados por el club de esta ciudad con la esperanza de que un día puedan triunfar en Europa. Entrenan, ven partidos, juegan un rato, vuelven a entrenar. Su vida gira en torno al fútbol. Es el sueño compartido por miles de niños africanos y es, a la vez, un floreciente negocio. Es la historia de unos pocos éxitos y de miles de fracasos.

El sol empieza a caer. La marea baja deja al descubierto kilómetros de arena mojada en la enorme playa que une Guediawaye con la capital. En un santiamén, una legión de jóvenes ocupa todo el espacio disponible en improvisadas pachangas futboleras. El fútbol, en África, es omnipresente. Y los jugadores que triunfan en los clubes europeos, auténticos héroes de carne y hueso, habitan en los anhelos de la chavalería.

Para entender esta pasión hay que viajar a Bambali, un pueblo de unos 15.000 habitantes de la región de ­Sedhiou, en el sur del país. En esta pequeña aglomeración de casas situada junto al río Casamance nació hace 31 años un niño llamado Sadio Mané que aprovechaba cualquier distracción de sus padres para ir a dar patadas a un balón. Su ascenso a la gloria fue meteórico. Tras triunfar en el Liverpool y conducir a su selección a ser campeona de África, hoy es una de las estrellas del Bayern de Múnich. Es el mejor jugador africano de los últimos años.

En Bambali, su huella está por todas partes. Financió las nuevas aulas del instituto de secundaria, donde beca a los mejores estudiantes; construyó un centro de salud para evitar a sus vecinos largos y costosos desplazamientos; reformó la principal mezquita del pueblo, donde su tío ejerce como imam, y pagó la instalación de una antena de telefonía y de una gasolinera. Cada año, durante el Ramadán, regala un saco de arroz y unos 75 euros a cada familia. Omar Diatta, funcionario municipal, fue su compañero de juegos. “Nos ha hecho comprender que el fútbol no es solo diversión”, asegura. “Estamos tan orgullosos de él. Lo que ha hecho por Bambali es enorme”, añade Mamadou Mané, presidente de la asociación de jóvenes, “es una referencia no solo por su talento, sino por su generosidad”. Cada vez que Sadio Mané juega un partido, los vecinos se concentran en torno a una pantalla gigante. “Viene gente de todos lados, en las ocasiones importantes organizamos lecturas del Corán para apoyarlo”, añade Mané. En el frescor del porche con columnas de su casa recién construida gracias a su sobrino, el imam Talibó Mané, tío del futbolista, recuerda sus años de infancia. “Era un niño amable, respetuoso con sus mayores. No ha cambiado desde entonces. Para nosotros es mucho más que fútbol, se empeña en dar ejemplo moral”, comenta.

Pero aquel niño que jugaba bien al fútbol podría ser cualquiera de los cientos de miles de chavales que deambulan hoy por toda África. Tenía talento, eso nadie lo duda, pero necesitaba una oportunidad. En lo alto de una desértica colina próxima al lago Rosa, a una hora en coche de Dakar, hay un recinto de 18 hectáreas que cuenta con dos campos de césped natural, zona residencial, comedor, vestuarios, instituto de secundaria, oficinas y sala de musculación. Es Generation Foot, la más famosa academia de fútbol de Senegal, de la que han salido los mejores jugadores del país en la última década, entre ellos un tal Sadio Mané cuya foto preside el salón de trofeos. Fue aquí donde tuvo su oportunidad.

El bum de las academias

Febrero de 2022. En un ambiente de euforia desatada, cientos de miles de personas se agolpan en las aceras de las calles de Dakar para ver pasar un autobús. En su interior viajan los integrantes de la selección nacional, que acaban de ganar la Copa de África de Naciones por primera vez en su historia. Este fue solo el comienzo de un año histórico. En los siguientes 14 meses, Senegal se proclamó campeón continental sub 23, sub 20 y sub 17, un éxito nunca alcanzado por otro país y que se explica en buena medida por el bum de academias privadas como Aspire, Diambars, Dakar Sacré-Coeur, Oslo FA, Darou Salam y, por supuesto, Generation Foot, que nutre a los equipos nacionales en todos sus niveles. En apenas una década se ha pasado de precarios campos de tierra, entrenadores con escasa formación y jóvenes mal alimentados a escuelas con profesionales al frente que cuentan con nutricionistas, preparadores e instalaciones de calidad.

Alpha Amadou Touré es un adolescente de 16 años, espigado pero robusto. En 2019, un ojeador de Generation Foot lo vio jugar en Kaolack y le ofreció venir a vivir a la academia. “No me lo pensé demasiado, muy pocos tenemos esta oportunidad”, asegura el chico, que sueña con llegar a la Premier League, el objetivo de muchos. El centro de formación nació en el año 2000 y cuenta en la actualidad con 120 jóvenes, la mayoría de entre 12 y 18 años, que tienen todos los gastos cubiertos. Al frente de todo está Mady Touré, un exjugador que inició el proyecto con una mesa y dos balones. Hoy tiene un acuerdo con el FC Metz, un club francés que financia la academia a cambio de tener derecho preferencial para fichar dos jóvenes cada año.

“Formamos jugadores, pero también personas. No es solo fútbol, también es disciplina y educación. Nueve de cada 10 no llegan a Europa y hay que prepararlos para ese momento”, asegura Touré. En el instituto de secundaria que está dentro de la academia, 80 niños aparcan las botas por unas horas para estudiar español, matemáticas, informática o literatura. Muchos chicos llegan a Generation Foot después de haber abandonado los estudios, para ellos se introdujeron clases de alfabetización. En los próximos meses está previsto abrir también aulas de formación profesional.

En paralelo al bum de las academias y a los éxitos de sus selecciones, Senegal ha visto la llegada de cientos de ojeadores y agentes internacionales. No es un fenómeno nuevo en el continente. Decenas de jugadores africanos han triunfado en Europa a lo largo de la historia, como el liberiano George Weah, el único en ganar el prestigioso Balón de Oro; el camerunés Samuel Eto’o, el maliense Yaya Touré o el marfileño Didier Drogba. Pero Senegal está de moda. “De Francia y Bélgica siempre hubo, pero ahora todos los días aparecen de España, Italia, Noruega, Suecia o Alemania. El interés es creciente. Antes los chicos solo tenían físico, pero ahora ha subido su nivel técnico gracias a las mejores instalaciones y a los sistemas de entrenamiento, que han evolucionado”, asegura Raúl Martínez, un ojeador español que tras recorrer varios países africanos se estableció en 2022 en Dakar.

Son las siete de la mañana. Los jugadores del juvenil Espoirs de Guediawaye comienzan un partido de entrenamiento. Hay que aprovechar que el sol no aprieta todavía y que el campo municipal, de césped artificial, está libre a esta hora. Raúl Martínez observa todo y sigue con especial atención al espigado Yoro Diop, de 18 años, quien ha firmado un contrato por tres temporadas con el Rayo Majadahonda. “Lo sigo desde hace meses, ha mejorado mucho este año. El gran desafío será su adaptación, todo será nuevo para él, la ciudad, las comidas, los horarios, la disciplina. Los chicos tienen unas expectativas enormes, pero deben aprender a ser pacientes”, asegura Martínez.

Familias humildes

La inmensa mayoría de los jugadores proceden de familias humildes y la firma de un contrato con un club europeo no solo les puede cambiar la vida a ellos, sino a todo su entorno. Las cantidades que va a percibir el chico oscilan desde el salario mínimo estipulado en cada país hasta decenas de miles de euros al año, más el traspaso. “Depende de muchos aspectos, de qué equipo sea, de la duración del contrato, del talento mostrado por el jugador”, asegura Martínez. De la venta del joven, un máximo del 10% va al agente o representante, según las nuevas normas de la FIFA, quien a su vez paga al ojeador. Después están los derechos o indemnización por formación que se abona a los clubes o academias donde el jugador haya estado inscrito desde los 12 años. En el caso de Europa, oscilan entre 10.000 y 90.000 euros. En global, el negocio mueve millones.

Fran Castaño, un enamorado del fútbol que fue analista táctico del CD Leganés, escogió Ghana en lugar de Senegal. Allí abrió su propia academia en 2017. “Una gran diferencia entre África y otros lugares como Europa o América Latina es que, salvo excepciones, los grandes clubes no suelen tener categorías inferiores. Entonces, los chicos juegan en equipos de barrio con muy pocos medios y sin estructuras profesionales que les ayuden a mejorar. Ahí es donde surgen estas academias privadas”, asegura. En su centro hay unos 30 niños internos, de entre 12 y 18 años, y un equipo de 15 profesionales. “Viven, duermen, comen y entrenan aquí. Les obligamos a continuar sus estudios”, explica Castaño”.

Los contornos más oscuros de este negocio los conoce bien Jean Claude Mbvoumin. “Hay miles de niños africanos que llegan a Europa engañados por gente sin escrúpulos o por los propios clubes, que, cuando las pruebas no salen bien, los desechan y quedan abandonados a su suerte”, asegura este exjugador camerunés creador de la ONG Foot Solidaire. Hay estafadores que se presentan como intermediarios y cobran a las familias por los trámites para llevarlos a Europa. Desde 2001, la FIFA prohibió el fichaje de menores de edad.

Algunos están incluso dispuestos a jugarse la vida. El 4 de diciembre de 2019, un cayuco rumbo a Canarias naufragaba frente a las costas de Mauritania. Murieron unas 100 personas, casi todos gambianos de un pequeño pueblo llamado Barra. Entre ellos estaban Yunusa Cissé, Dauda Fall y Pa Ousmane Diop, tres jugadores menores de edad de la Rising Stars Football Academy que tenían Europa grabada en la mirada. En octubre de 2020, Doudou Faye, de 14 años, moría en una patera tratando de alcanzar su sueño futbolístico. Su padre, que le dio el dinero, declaró después: “Era mi primogénito, quería abrirle las puertas del éxito, no hacerle ningún mal”.

“Estamos hablando de niños, no de mercancía. Necesitan protección”, añade Mbvoumin. El último censo realizado por Foot Solidaire data de 2014 y habla de unos 15.000 jóvenes jugadores que salieron ese año de África. “Es un fenómeno incontrolable. Los Estados tienen que estar más atentos. En Marruecos y Argelia hay miles de jóvenes futbolistas atrapados”, añade el activista. En los últimos años, la lista de países de destino se ha ampliado e incluye Europa del Este, Asia o Brasil, donde los mecanismos de vigilancia son más laxos.

Ousmane Mané, director del instituto de Bambali, desliza otra queja. “Toda la inversión que ha recibido este pueblo está muy bien, estamos muy agradecidos. Pero hay que cambiar las mentalidades. Este curso empezamos con 846 alumnos y solo quedan 796. La tasa de abandono es muy alta, los chicos solo quieren coger el cayuco e irse porque saben que nadie va a conseguir un trabajo por ir al instituto”, se lamenta. Jean Chrisologue Bonang, el niño de Bignona que fichó por el Espoirs de Guediawaye, compagina el fútbol con las clases. “Hay que tener un plan A y un plan B”, dice. A la legua se nota que es listo.

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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