La legendaria tiara perdida y otras historias de los Soler-Cabot, una saga joyera con más de 300 años de historia
La séptima generación de orfebres se embarca en el rescate de la memoria familiar, inseparable de la Barcelona modernista. Es la única firma española que posee su propio sitio en la Bolsa de diamantes de Amberes
A la tiara Belle Époque se le perdió la pista hace décadas. Una exquisita filigrana de platino, las ondulaciones del diseño modernista recamadas de centenares de diamantes de talla caprichosa (marquise, pera, princesa) que culminan en un gigantesco brillante central casi aéreo, datada alrededor de 1910. La tiara fantasma. Si hay constancia de ella es por una vieja fotografía que custodia una vitrina en la joyería Soler-Cabot, en la parte alta del Eixample barcelonés. “Seguimos sin conocer su paradero, en manos de quién está, si ha sido alterada o no. Pero no perdemos la esperanza”, informa Carlos Soler-Cabot, séptima generación de la dinastía orfebre catalana que una vez deslumbró al mundo.
Hace cuatro años que el tataranieto del autor de aquella singular pieza se embarcó en una misión de rescate histórico, empeñado no solo en recuperar la memoria-legado familiar, sino también en comprender cuál es su significado actual para acercarlo a las nuevas generaciones. “El trabajo de Joaquim Cabot no tenía parangón, era reconocido en toda Europa. Sus creaciones hacían música. Los radiales, los rosetones, no los había más delicados, tanto que parece que se vayan a romper”, dice entusiasmado del que pudo ser el Cartier español, el Fabergé de Mataró. Un collar de oro blanco y diamantes desmontable que se convierte en tiara, un aderezo (juego armonioso de collar, pulsera y pendientes) de esmeraldas y diamantes, un broche art déco, las viejas joyas de la corona Soler-Cabot van apareciendo poco a poco, también en México y Sudamérica.
Le asiste en el rastreo María Domenech, experta en arte que ha puesto su experiencia como tasadora en una casa de subastas al servicio de la joyería. “Cuando nos llegaba algo de Cabot para valorar era un acontecimiento. Pocas veces se ven joyas tan finas, con piedras de una calidad excepcional que no solía ser lo habitual en su época”, cuenta. Y a continuación explica que, para reconocerlas, lo primero que hay que hacer es voltearlas, “porque están igual de trabajadas por detrás que por delante”. Un trébol de tres o cuatro hojas grabado en el reverso ayuda, además, a identificarlas. “María me iba dando chivatazos y eso hizo que me pusiera en situación. Empezamos a revolver en los archivos, a repasar antiguos bocetos, a buscar en libros… El trabajo de uno de los mejores orfebres españoles de principios del siglo XX merece una catalogación en condiciones”, añade Carlos Soler-Cabot.
Del arte de los Cabot existen registros desde el siglo XVII. En los libros de pasantía del gremio de plateros de Mataró, lugar de origen familiar (municipio de Sant Andreu de Llavaneres), sus nombres, categorías y hasta herramientas aparecen ya relacionados en 1662. Aunque hay que esperar hasta 1843 para conocerlos como orfebres famosos, en la joyería que Francesc Cabot i Ferrer abre en la calle de l’Argenteria, la calle de la platería en el barrio Gótico de Barcelona, puerta de entrada al Born. Nacido en 1861, en plena Renaixença catalana, su hijo Joaquim será el que lleve el oficio al siguiente nivel, del viejo estilo goticista e isabelino entre la tradición y la fe (tronos, custodias, coronas de vírgenes, cálices…, los objetos de culto eran marca de la casa) a los nuevos aires de vanguardia que venían de París y que culminaron en el modernismo. “Sus acabados eran detallistas en extremo, de líneas muy marcadas, exquisitos y afrancesados. Fue lo primero que nos sorprendió al revisar los archivos”, concede el tataranieto, que ahora quiere saberlo todo de su antepasado.
Personaje cosmopolita en una época de exaltación nacionalista (“Roda el món y torna al Born”, trota el mundo y luego regresa al Born, le aconsejó su progenitor), Joaquim Cabot fue a la joyería lo que Gaudí a la arquitectura. El hilador de oro, le puso el poeta Jacinto Verdaguer: “Hay un platero / en la calle Argenteria, / al que de tanto hilar oro/ le llaman Orfila. / Lo hila tan fino / que apenas se atisba”. Su figura proyecta, además, una sombra alargada en la Barcelona burguesa de 1900 como intelectual, hombre de letras y música. Si la ciudad presume hoy del Palau de la Música es por él, que quiso darle una sede permanente al Orfeó Català (que presidió entre 1902 y 1934). “Fue su gran joya, en la que hizo coincidir arquitectura, bellas artes y artesanía, dando lugar a lo que, por primera vez, se denominó diseño”, reivindica su actual heredero, impulsor del libro-homenaje La Barcelona universal de Joquim Cabot, escrito por el abogado y periodista Jordi Cabré (publicado por Planeta a principios de año). Cuando murió, en 1951, el nombre de su joyería también lo hizo un poco con él.
La trama familiar se complica a partir de entonces, con el apellido Soler unido al seminal Cabot por el matrimonio de Montserrat, hija del insigne hilador, y Alexandre Soler Damians, ascendido a jefe de la joyería en la década de 1930. Su nieto, Jordi Soler-Cabot, tomó el relevo del negocio y aún prolongó su influencia en la ciudad un par de décadas más, cambiando su filiación cultural por la deportiva: tenista de élite, el diseño y realización del trofeo Conde de Godó, del que ahora se cumplen 50 años, fue suyo. Fallecido repentinamente en 1976, el brillo Soler-Cabot se apaga. “Tuvo nueve hijos, pero no todos compartían el mismo interés por el oficio en aquella Barcelona de la Gauche Divine, el Bocaccio y el Up & Down”, resume su nieto, que habla del “abuelo Jorge” con igual admiración. Con todo, la joyería jamás perdió fuste creativo y, sobre todo, técnico, con la tradición artesanal por bandera: “Se guardó la esencia de las calidades. Incluso en los momentos más críticos, nunca renunciamos a tener las mejores piedras preciosas que se puedan conseguir. Somos muy pedreros, muy diamanteros, nos encanta la luz de un diamante, la intensidad del color de una esmeralda y un rubí. Casi nadie lo sabe, pero Joaquim Cabot era un tallista excepcional”.
Como su antepasado, Carlos Soler-Cabot (Barcelona, 1982) se echó al mundo antes de involucrarse definitivamente en la gestión de la joyería. Formado en Empresariales, entre 2008 y 2010 estuvo minando en Sierra Leona, extrayendo diamantes en un proyecto que desarrolló él mismo de manera artesanal “hasta que llegó el ébola”. Aquella aventura le enseñó a conocer mejor las piedras con las que estaba familiarizado desde niño por sus visitas a los talleres de la casa, a analizar su calidad y saber su cotización de mercado. “Tenía el certificado de exportación a mi nombre, el Kimberley [el que avala según Naciones Unidas que los diamantes que llegan al mercado no provengan de zonas conflictivas], conforme todo era de curso legal. Así conseguí el mejor título europeo de clasificación del diamante tallado, el IGI de Amberes”, cuenta. También un despacho en la Bolsa de diamantes de la localidad belga, el único en propiedad de una firma joyera española.
Lo que no ha cambiado en más un siglo, para el caso, es la forma de trabajar de los Soler-Cabot, que siguen fiando su fama al trabajo manual, artesano. Todas sus piezas se realizan de manera tradicional, desde la escrupulosa selección de las piedras hasta la aleación de los metales, pasando por el pulido, la soldadura, el clavado y el engastado. José Luis Soler-Cabot, padre de Carlos, continúa bocetando con pericia los diseños a mano alzada, que luego interpretan orfebres como Joan Piñas. En su piso del barrio Gótico, se afana como hilador igual que Joaquim Cabot en su día. “Soy una especie en extinción. Empecé en un taller en el que hacíamos de todo con 15 años, que es como se aprende, pero esto ahora ya no existe”, dice mientras lamina el oro que acaba de fundir en su crisol casero, girando la manivela de una máquina que ya no cumple los 50 años. “La prefiero a las eléctricas. Además, va mejor para el tacto. Puedo hacer hilos de hasta tres décimas de milímetro de grosor”. Los anillos de pedida, los solitarios, son su especialidad. Un cliente quiso grabar todo el proceso en vídeo, regalo tan importante para su prometida como la propia joya.
“Observamos un interés creciente entre los clientes más jóvenes por saber cómo están hechas las piezas. Creo que se aprecia más que nunca la labor artesanal que hay detrás”, dice Carlos, refiriendo la clave del nuevo éxito de la joyería familiar, que ha recuperado incluso la línea de relojería. El año pasado creció un 15% en volumen de negocio. “Nuestro porfolio actual de diamantes y piedras de color es de los más imaginativos que se puedan encontrar. Las gemas y tallas que ofrecemos no solo son perfectas, sino también creativas”, continúa, señalando la colección Crazy Shapes, con diamantes de tonos vivos y extravagantes facetas asimétricas que causa sensación en redes sociales. “Hoy, muchas joyerías no son más que supermercados que compran un producto hecho a un proveedor”, concluye. “En Soler-Cabot, semejante concesión jamás sería posible”. El espíritu del hilador de oro vela por que así sea.
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