Una novela de Stephen King
La garita es un invento enormemente práctico, pues protege a su único habitante de las inclemencias del tiempo, así como de las balas, si las hubiera, de un fuego cruzado. En la actualidad pueden construirse con materiales prefabricados, de manera que son fáciles de trasladar y de montar aquí o allá para acciones puntuales como un control de antígenos, por ejemplo, que es para lo que sirve la de la foto, instalada en Shanghái. Como ven, todo en ella está al servicio de la seguridad del sanitario encargado de realizar las pruebas. Pero bastaría quitarle el cristal de protección para convertirla en un simple puesto de vigilancia o en una pequeña oficina de información. Es tal la versatilidad de estas arquitecturas que cuando pasas frente a una de ellas no sabes si sacar el pasaporte, el tique del parking o enseñar la garganta para que te tomen una muestra de saliva.
Ahora bien, la garita es asimismo una productora voluntariosa de orfandad. En pocos lugares se está más solo que en su interior. Piensen en la garita de los estacionamientos subterráneos, en la del portero de los edificios residenciales, en las de los peajes de automóviles… Te encuentras apenas a unos centímetros del mundo, pero separado de él por unas paredes de carácter moral, más que físico. La contradicción de la garita es que se encuentra siempre en lugares de paso de los que su ocupante, sin embargo, no se puede mover. En más de una ocasión me he preguntado cómo sería escribir una novela desde las entrañas de uno de esos artefactos aislantes. Y lo que me respondo es que sería una novela de Stephen King.
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