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Maneras de vivir
Columna
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Cien elecciones

Día tras día te puedes ir convirtiendo en un miserable con un despeñadero de elecciones erróneas

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Rosa Montero

Hace unos días leí en Público un formidable artículo titulado ‘Los otros Rushdies’ y escrito por Noor Ammar Lamarty. Noor tiene 24 años y es una fuerza de la naturaleza. Es consultora jurídica especializada en derecho internacional, directora del departamento de Abogacía de la ONG Too Young To Wed, fundadora de la revista Women by Women. Además, nació en Marruecos, aunque lleva seis años en España (vino aquí a estudiar Derecho). Y este detalle, el de su origen, marca su vida de una manera trascendental, y no sólo por ser heredera de una cultura y una lengua riquísimas, sino por las circunstancias sociales y políticas que vivimos. De eso trataba su hermoso texto: de que dar públicamente su opinión la pone en riesgo. “Escribo con miedo desde que tengo uso de razón. Medir tu vida en párrafos y líneas tiene un punto neurótico que agradecerías que no representase tu realidad. Pero lo hace”, dice Noor en su artículo.

No es la única, por supuesto. Hay muchos otros escritores en peligro, y no sólo a causa del integrismo radical islámico. Los poderes abusivos y corruptos abundan en el mundo. Ahí están los colegas mexicanos resistiendo heroicamente las amenazas (según Reporteros Sin Fronteras, México fue el país en donde mataron a más periodistas en 2021); ahí están Sergio Ramírez y Gioconda Belli, que han tenido que exiliarse huyendo del brutal régimen nicaragüense; o la larga lista de reporteros asesinados en Rusia, entre ellos Anna Politkóvskaya. También lo hemos vivido de cerca aquí, en España, en los años de plomo de la lucha contra ETA, con periodistas perseguidos, atacados con explosivos o eliminado de un tiro, como José Luis López de Lacalle. Los malvados abundan.

Por otra parte, uno no escoge ser héroe. La vida te va colocando ahí, a partir de una serie de diminutas decisiones decentes que uno va tomando, de un cúmulo de pequeños movimientos dictados por el corazón. Cada día, a menudo sin darnos cuenta, elegimos cien veces. Y esas elecciones construyen nuestro futuro. Hace muchos años leí una entrevista de Fernando Savater, que por entonces estaba tan amenazado por ETA que vivía dentro de una nube de guardaespaldas (fue una especie de Rushdie). Y, si no recuerdo mal, Savater contaba que, cada vez que alguien le decía, “qué valiente eres”, a él se lo llevaban los demonios, porque la cuestión no era que él hubiera terminado siendo valiente (que además no tenía ninguna gana de serlo), sino que los demás no hubieran sido cobardes en todos los pequeños pasos anteriores, en mirar por ejemplo hacia otro lado cuando pintan una diana con la cara de tu vecino. Como dice Noor, ella también preferiría no tener que medir su seguridad en párrafos y líneas, pero la vida (una vida honesta y digna) la está llevando por ahí. Aunque añadiré que lo primero que uno debe hacer es intentar no ser un héroe muerto. Una cosa es huir de tu responsabilidad social (como los que miraban para otro lado) y otra cosa es ser suicida. Entiendo muy bien a aquellos que callan tras llegar a cierto punto de peligro; y a aquellos que huyen. No sólo los entiendo, sino que los aplaudo.

Opinar públicamente siempre tiene riesgos y puede llevar la responsabilidad social de las personas hasta un punto extremo, como en los casos que he citado. Pero no hace falta ser periodista, ni escritor, ni famoso, para tener que lidiar con el miedo en tu vida. Esas cien elecciones cotidianas las tomamos todos; cien pequeños momentos de la verdad en donde nos jugamos la nuez de lo que somos, esto es, la conciencia y la coherencia. Es un camino que empieza en la niñez, cuando te callas ante el abuso de un compañero feroz contra alguien más débil (o aún peor, cuando te sumas al acoso para ser admitido). Esas decisiones pesan, dejan huella, hacen más fácil que luego vuelvas a escoger mal, que te burles cruelmente de un vecino, que aísles a un compañero de trabajo, que no digas nada cuando ves que tu jefe desvía dinero de las cuentas, que termines participando del desvío tú también porque todos lo hacen. Día tras día te puedes ir convirtiendo en un miserable con un despeñadero de elecciones erróneas. Por eso, cuando veo casos públicos de rigor y entereza, como el de Noor, siempre pienso que son un espejo en el que mirarnos, una llamada de atención para ser mejores.

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