Familiares lejanos
Me pregunto por qué extraños circuitos neuronales Corinna Larsen ha devenido con el paso del tiempo en una especie de prima lejana. Debe de tratarse de una propiedad inherente a los personajes públicos, con los que acabamos estableciendo una familiaridad unilateral muy semejante a la que mantenemos con los parientes que viven en el extranjero y a los que vemos de ciento a viento. De Juan Carlos sé que fue rey mío, qué le vamos a hacer, pero de Corinna lo ignoro prácticamente todo. Me recuerda a una de esas mujeres extrañas que aparece en el álbum familiar y de la que alguien te dice:
—Se casó con un cuñado de tu abuela.
O sea, que no nos toca nada y sin embargo nos toca mucho. Estamos llenos de parientes con los que jamás hemos tomado café, pero con los que hemos establecido una relación afectiva o desafectiva semejante a la que establecemos con la familia política.
Si me cruzara con Corinna Larsen por la calle, lo más probable es que me acercara a ella y le diera un beso convencido de que besaba a una hermana de mi suegro con la que quizá había coincidido en un par de bodas y un entierro.
Es raro el modo en el que establecemos lazos con los individuos que viven en las páginas de la prensa o en los minutos del telediario. Has de hacer un ejercicio de autocrítica continuo para no volcar sobre ellos vínculos de apego o desapego que no les corresponden. Un amigo al que operaron hace poco del corazón soñaba que le visitaba Corinna Larsen por las tardes, después de la merienda. “Y lo peor”, añadió, “es que me parecía normal, como cuando venía mi hermana”.
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