Restos arqueológicos
He aquí el resultado de un bombardeo analógico: cuatro muestras procedentes de un edificio arrasado por un misil en la ciudad ucrania de Járkov. El edificio no aparece, pero podemos imaginárnoslo porque hemos visto muchos en los telediarios. Sus ventanas, sin cristales, miran al telespectador como ojos ciegos rodeados por las ojeras resultantes del humo del incendio. Todo, en su interior, quedó reducido a cenizas: los armarios con la ropa de invierno, el perchero de la entrada en el que sus habitantes dejaban el abrigo al llegar a casa, los colchones de muelles con la ropa de cama, las novelas leídas durante las largas tardes de los domingos, los cuadernos escolares, los recibos de la hipoteca… Quizá en alguna de las viviendas había un acuario en el que el agua ardería por el calor con sus peces de colores dentro.
No ardió lo que fue despedido por la onda expansiva y que parecen restos arqueológicos de unas vidas pequeñas, aunque seguramente intensas. Ahí está lo que parece un carné con la foto de una mujer, rodeado de cristales rotos y de carretes de hilo de diversos colores; observen que hay una llave también, quizá la de la puerta de la vivienda, reducida ahora a cenizas, junto a lo que parece el corcho de una botella de vino: fragmentos minúsculos de una vida cotidiana normal, como aquella a la que aspiramos la mayoría de la gente. Las fotografías de los álbumes familiares poseen la calidad estremecedora de la carne separada del hueso. Tiene uno la impresión, frente a este cruel mosaico, de asistir a la contemplación no tanto de objetos como de miembros amputados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.