Una pesadilla
Lo de Daniel Ortega y su señora, Rosario Murillo, en Nicaragua, tiene, como todas las historias de terror, un lado cómico. Un lado cómico siniestro, claro, porque la mayor parte de las risas son de carácter pánico. El azar ha querido que coincidieran en el tiempo y en el espacio un camión cargado de féretros, una valla publicitaria de la fatal pareja y un fotógrafo. El resultado es el que observan: los aciagos cónyuges parecen despedir a los muertos con una alegría incontenible. A los muertos que matan ellos, se entiende, y, por extensión, a los exiliados, a los encarcelados, a los torturados y represaliados por su régimen. Significa que al azar, con frecuencia, le gusta el sentido. El azar construye historias un poco al modo en el que las construyen los sueños: tomando de aquí y de allá materiales que en principio no tienen nada que ver entre sí, pero una vez armados explican la vida con una eficacia sorprendente.
No son pocos los novelistas y directores de cine que han intentado levantar sus historias con materiales extraídos del universo onírico. Pero la metodología del sueño se resiste a funcionar en la vigilia. La lógica significativa del lado de allá resulta intranscendente en el de acá. Sin embargo, hay ocasiones (raras) en las que uno, incluso hallándose despierto, vive la realidad como si estuviera dormido. Sucede en los momentos más inesperados: en el metro, en el autobús, al atravesar una calle, o al abrir un periódico y tropezar con esta instantánea que mueve al mismo tiempo a la carcajada y al espanto. Daniel Ortega y Rosario Murillo, ahí los tienen, felices.
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