Dos preguntas
Increíble: empezamos a acostumbrarnos a un vicepresidente que socava a diario la confianza en la democracia
La primera es: ¿cuánto tiempo puede soportar una democracia que sus principales dirigentes la pongan en duda? El día del asalto al Capitolio tuvimos una respuesta: tras cuatro años erosionando las instituciones democráticas y dos meses proclamando que los resultados de las elecciones eran fraudulentos, Donald Trump logró que sus seguidores se lanzaran contra la sede de la soberanía popular, convencidos de estar protegiendo la democracia. Si esto ocurrió en la democracia más antigua del mundo, cabe preguntarse qué podría ocurrir en la nuestra.
El pasado 8 de febrero, Pablo Iglesias declaró al diario Ara: “En España no hay una situación de plena normalidad democrática”. ¿La razón? La existencia de políticos presos y fugados de la justicia, esos que Iglesias y los secesionistas llaman, en su jerga falaz —no avalada por ningún organismo internacional solvente—, “presos políticos” y “exiliados”. Lo que el vicepresidente quiso decir no es que España sea una democracia imperfecta; eso sería una obviedad del todo irrelevante: las únicas democracias perfectas son las dictaduras (la democracia orgánica de Franco, sin ir más lejos). No: lo que quiso decir, respaldando las palabras contra la UE del ministro de Exteriores de un Estado autoritario (Rusia), es que España no es una democracia auténtica. Se trata de una mentira casi tan flagrante como decir que Trump ganó las elecciones norteamericanas, según demuestran todos los estudios sobre calidad democrática, desde el del V-Dem Institute (sueco) hasta el de la Unidad de Inteligencia de The Economist (británico), pasando por el del International IDEA (sueco también), los cuales sitúan la democracia española entre las mejores del mundo. Esto no es triunfalismo baboso: es un hecho. ¿Qué pretendía Iglesias con su mentira? ¿Consolidarse en el Congreso como líder del conglomerado anti-Régimen del 78, dotándose así de mucho más poder del que obtuvo en las elecciones generales, y arañar votos secesionistas en vísperas de las catalanas? Eso parece: la trola de que España no es una democracia constituye desde 2012 el principal carburante del secesionismo, y el instrumento con el que sus dirigentes convencieron a miles de catalanes de que proteger las urnas fraudulentas del 1 de octubre de 2017 equivalía a proteger la democracia, igual que Trump convenció a sus huestes de que la salvarían tomando el Capitolio. Pero Iglesias miente sobre todo porque esa mentira es el bulo fundamental que le ha propulsado desde las tertulias televisivas a la vicepresidencia del Gobierno; un bulo que asegura que la Transición fue una estafa cuyo resultado no fue una democracia de verdad, sino una prolongación del franquismo por otros medios (lo cual explica la obscenidad inédita de equiparar a un privilegiado prófugo de un Estado de derecho con los centenares de miles de desdichados que en 1939 huían despavoridos de una dictadura asesina). En cuanto a los políticos presos, no seré yo quien le desee la cárcel a nadie, pero ¿qué sugiere Iglesias? ¿Que los ciudadanos de a pie respetemos las leyes y los políticos de su cuerda puedan violarlas impunemente? ¿Es esa la idea de igualdad que tiene el vicepresidente? ¿Esa es su idea de democracia? Y, si tanto le preocupa la calidad de la nuestra, ¿cómo es que en 2017 no protestó contra quienes arremetieron a la brava contra ella? ¿Cómo es que siempre está de su lado?
Increíble: empezamos a acostumbrarnos a un vicepresidente que, como Trump, socava a diario la confianza en la democracia y sus instituciones. Antes de que elevara a Iglesias a su cargo actual, Pedro Sánchez dijo que no dormiría tranquilo con él en el Gobierno; dudo que mucha gente que crea de verdad en la democracia y conozca su esencial fragilidad esté ahora mismo tranquila en España. La II República no cayó sólo por culpa de una alianza de militares felones, plutócratas sin entrañas y obispos ultramontanos; también lo hizo por culpa de demagogos cínicos e irresponsables que en el fondo no creían en la democracia. Iglesias los imita con maestría. ¿Cuánto tiempo podrá soportar la democracia española un vicepresidente como él? Esa es la segunda pregunta.
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