Soy siniestra
Lo habitual se convierte en deseable, luego en preceptivo y finalmente en obligatorio. Lo que no es normal está mal
De niña te preguntabas por qué tu cuerpo tropezaba con los objetos, mientras los demás encajaban con misteriosa fluidez en el laberinto de las cosas y los espacios. Los anillos de las tijeras se hincaban en tus dedos como una mordedura, y las cuchillas no te dejaban ver el rumbo del corte. Luchabas contra la rebeldía del sacapuntas, que era dócil con el resto de compañeros. En la mesa dabas codazos por usar el lado equivocado y tus amigos se apartaban ampliando el espacio que acordonaba tu torpeza. En el corcho de la clase infantil, cuando se desplegaba un museo de láminas, el único dibujo emborronado era siempre el tuyo. Todo se empeñaba en recordarte que algo en ti no funcionaba bien.
Así se sentirían ya los legionarios romanos zurdos, a quienes adiestraban en la lucha con la mano derecha, obligándolos a mantener la otra rígida en el costado. En las antiguas cazas de brujas, el mero hecho de usar la mano izquierda se interpretaba como signo diabólico. En época ilustrada arraigaron en la escuela métodos brutales que incluían golpes y ataduras para castigar a quienes no escribían con la derecha: sombras en el siglo de las luces. Hace menos de 200 años, el padre de la criminología, Cesare Lombroso, afirmó que los criminales acostumbran a ser feos, orejudos, simiescos y zurdos. Estos potenciales delincuentes —el 10% de la humanidad— siguieron siendo marginados hasta bien entrado el siglo pasado. En el franquismo se les consideró rebeldes o incluso precoces comunistas, mientras que a su vez los países comunistas también los contrariaban. Al igual que en todo prejuicio, hay varios saltos lógicos sin red: lo habitual se convierte en deseable, luego en preceptivo y finalmente en obligatorio. Y así tropezamos con la eterna aversión al diferente: lo que no es normal está mal.
Tal vez no sea una casualidad que el zurdo Charles Chaplin crease un personaje marginal, desgarbado, propenso a romper con lo establecido y desatar el caos. Una respuesta humorística a todo un historial de estereotipos. En su otoñal Candilejas, firma una secuencia inolvidable junto a Buster Keaton, ambos envejecidos y frágiles. De Keaton, el gran cómico de rostro impasible, se cuenta que una cláusula de su contrato le prohibía reír en público, y que esta violencia psíquica desencadenó un ataque de locura y su ingreso en una clínica. Alcohólico y enfermo, se reunió con Chaplin para un gag conmovedor: dos músicos torpes y desnortados intentan con todas sus fuerzas salvar del naufragio un concierto catastrófico. Chaplin toca el violín con la mano izquierda, sujetando el mástil y pisando las cuerdas con el gesto forzado, torcido, tenso y casi imposible que todo zurdo reconoce al instante. La escena es a la vez divertida y triste, y expresa la extraña vulnerabilidad de quien no consigue hacer nada a derechas.
En la antigüedad existió la escritura en bustrofedón, que alternaba la orientación de las palabras de un renglón a otro, como el buey —bous— que ara el campo en un sentido y regresa en el contrario, dando un giro —strophé—. Esta excepción igualitaria no prosperó y la caligrafía occidental se convirtió en una tortura para zurdos. Aún hoy el lenguaje revela los arcaicos prejuicios sobre la lateralidad. En inglés, to be right es tener razón; en español, “destreza” es sinónimo de habilidad; el derecho y los derechos aluden a las leyes y la justicia; en cambio, en latín sinister quería decir “izquierdo”, pero hoy se asocia a lo temible y a la siniestralidad. Los bienaventurados desfilan a la derecha del padre, la misma mano que debe usarse para jurar, bendecir y santiguarse. Por el contrario, levantarse con el pie izquierdo es siempre un mal presagio. El diccionario etimológico de Corominas aclara que los vocablos que significan zurdo en los distintos idiomas suelen partir de la idea de “grosero” y “torpe”, por la ineptitud que se les atribuye. Tras milenios de sospechas, ya es hora de asociar una simbología más amable a la zurdera: este mundo, diseñado para los diestros, podría ser un lugar mejor si todos actuásemos con mano izquierda.
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