Valencia está que arde
Esta ciudad es más que la paella, el sol y la playa, y (mucho) más que una alternativa turística a otras urbes masificadas. En los últimos años, se ha posicionado, en todos los ámbitos, como algo más que la opción B para una escapada
Viernes tarde en el barrio de El Carmen. Un grupo de jóvenes de distintas nacionalidades se reúne para tomar cervezas en la azotea privada del espacio de coworking en el que trabajan. Tenemos vistas a un dorado atardecer en el que se observa la cúpula del Mercado Central de Valencia, silueteada por esa luz tan característica que hizo que Sorolla se pasara su vida entera pintándola y que, unos 100 años después de su muerte, diese nombre a un famoso filtro de Instagram. “Una amiga hizo aquí su Erasmus, vine a visitarla y me enamoré de la ciudad”, explica una dicharachera inglesa que dejó la lluviosa Londres por este rincón en el Mediterráneo. “No sé decirte qué tiene, lo tiene todo: es grande y manejable al mismo tiempo, tienes arquitectura clásica y moderna, tienes playa y buen tiempo, tienes vida nocturna y tienes la mejor comida del mundo”. La opinión es compartida entre los aquí reunidos, que por motivos similares han escogido esta ciudad para vivir. Son los llamados expats o nómadas digitales, jóvenes que tienen la posibilidad de trabajar desde cualquier rincón del mundo y dinero suficiente como para que se les haya dado una identidad propia, fuera de la etiqueta de inmigrante tradicional.
Hace poco más de 30 años, Valencia tenía un cartel a la entrada de la ciudad que invitaba al turista a visitarla en dos horas, como un lugar de paso y de escaso interés. Hoy, medios internacionales como The New York Times o la CNN han recomendado la ciudad como el destino de moda, siempre con la coletilla de “una alternativa a la masificada Barcelona”. La paella, el sol y la playa, que con poca originalidad destacan estos medios, siempre han estado ahí, pero en los últimos años Valencia se ha posicionado, en todos los ámbitos, como algo más que una simple alternativa.
“Cuando nuestro anterior alcalde, Joan Ribó, llegó a la ciudad, dijo que quería que Valencia se convirtiera en la Copenhague del sur: ahora Copenhague quiere ser la Valencia del norte”, explica una soleada mañana de septiembre Miguel Ángel Pérez, director de marcas y mercados de la fundación Visit Valencia, dedicada a la promoción del municipio en el ámbito turístico. “Hemos hecho una ciudad mejor para sus habitantes, y eso ha generado una reacción en quienes nos visitan”. Pérez se refiere a todo aquello que ha contribuido a que Valencia haya sido elegida como Capital Verde Europea en 2024, un galardón otorgado por la Comisión Europea que reconoce los esfuerzos de la ciudad por mejorar el medioambiente y la calidad de vida. Estos son: peatonalización de varias zonas del distrito centro o creación de un carril bici de más de 175 kilómetros que no solo recorre las calles, sino que nos lleva a la playa y a la huerta. Además de todo aquello con lo que ya contaba: el Jardín del Turia, un recorrido de más de nueve kilómetros de jardines y zonas deportivas donde antaño estuvo el viejo cauce del río; y dos paraísos naturales: a menos de 20 minutos en coche del centro histórico, el parque natural de la Albufera, donde se puede pasear en barca entre los arrozales o dejarse sorprender por sus atardeceres, y, a 45 minutos, el parque natural del Turia, con más de 8.000 hectáreas de bosque mediterráneo. Y, por supuesto, la famosa huerta valenciana, el único espacio periurbano agrícola del mundo, distribuido en un radio de 15 kilómetros que rodea la ciudad y nombrado como patrimonio agrícola mundial por la ONU en noviembre de 2019.
La Capital Verde Europea es, como sostiene Pérez, uno de los últimos logros de la ciudad, pero hay más. “Hubo unos años en los que se tiró de una política de grandes eventos, que todos recordamos, como la Fórmula 1 [2012] o la Copa América [2017]. Aquí cada uno tiene su opinión personal, pero es innegable que nos ayudaron a poner el nombre Valencia en el mapa mundial”. Algo similar sucedió con la Ciudad de las Artes y las Ciencias, inaugurada en 1998 y diseñada por el arquitecto Santiago Calatrava, un espacio con el que los valencianos tienen sentimientos ambivalentes, como los parisinos con la Torre Eiffel, pero que supone un enorme atractivo turístico y que ha sido escenario de diversas producciones cinematográficas, atrayendo, a su vez, a más turistas. En los últimos años, además, Valencia está en plena efervescencia: Capital Mundial del Diseño en 2022, lo que atrajo a viajeros y medios de todo el mundo, o ciudad de acogida de los premios Goya ese mismo año. También a nivel gastronómico: fue la anfitriona de la gala de la Guía Michelin España & Portugal en 2022 y, el pasado junio, de la ceremonia The World’s 50 Best Restaurants.
“No se puede hablar de Valencia sin mencionar la importancia que tiene su gastronomía y el pelotazo que ha pegado los últimos años”, explica Belén Arias, presidenta de la Academia de Gastronomía de la Comunidad Valenciana, durante una comida en el restaurante Lienzo (Plaça de Tetuan, 18), que obtuvo su primera estrella Michelin este mismo año, lo que sirve de ejemplo perfecto para su argumentación. “Los turistas cada vez entienden el buen comer como una parte imprescindible de sus viajes, y lo que ofrece esta ciudad no tiene comparación, porque tiene una oferta gastronómica de calidad para todos los bolsillos”, expone Arias, “y creo que lo que ha pasado es que, al recibir la mirada del exterior, el valenciano se ha mirado a sí mismo, y ha sentido orgullo”. Orgullo, explica, de su producto: “De una huerta que ha sido durante años la despensa de Europa, de un mar Mediterráneo que nos aporta un pescado y un marisco excelente, y del arroz, que se cultiva aquí al ladito”. Y también de productos que antaño el valenciano no destacaba, como el vino proveniente de la denominada Toscana valenciana, les Terres dels Alforins, un valle situado al oeste de la ciudad, plagado de bodegas, o el cada vez más preciado aceite de oliva de la comunidad. También siente orgullo de su saber hacer: “Fíjate, en los últimos años todo lo que está de moda es la cocina de mercado, de temporada y de producto... lo que lleva haciendo el valenciano toda la vida, vaya. ¿Qué es una paella, al final, sino buen producto y buena técnica?”, razona.
Al otro lado del río Turia, en el centro de arte Bombas Gens (Av. de Burjassot, 54) se encuentra Ricard Camarena Restaurant, premiado con dos estrellas Michelin, una estrella verde y tres Soles Repsol. Es uno de los cinco restaurantes que el valenciano tiene repartidos por la ciudad y que se adaptan a todos los bolsillos: en su puesto del Mercado Central (Pl. de la Ciutat de Bruges, s/n) se puede comer un bocadillo de sepia y alioli por 7,50 euros, aquí, el menú más económico tiene un precio de 165 euros. El propio cocinero (se resiste a la etiqueta de “chef”) da sus claves sobre las bondades de esta gastronomía: “Lo que sucede en la ciudad no es mérito actual, es el poso de la historia y el paso del tiempo: hemos sido lugar de encuentro de múltiples civilizaciones, de los fenicios a los árabes, y todos vinieron, se quedaron y dejaron su impronta en nuestra gastronomía, que es un crisol de todo eso, lo que ha generado una riqueza muy importante”. Y también sobre este resurgir: “Al final, tenemos un mayor acceso a la información, a las tendencias y a lo que ocurre en cualquier rincón del mundo. En los últimos 15 años hemos viajado más que en los 150 años anteriores. Es fácil irte a Nueva York o a Hong Kong, ver algo, y reinterpretarlo en clave valenciana, pasándolo por el tamiz de nuestra despensa y de la calidad de nuestro producto”.
Culturalmente, Valencia tampoco se queda atrás: en 2017 se inauguró el mencionado centro de arte Bombas Gens; en 2022, en el interior del edificio Ágora, el CaixaForum (del arquitecto Enric Ruiz-Geli); y a esta lista de nuevas aperturas se unirá, en noviembre de este año, el Centro de Arte Hortensia Herrero, la colección privada de la empresaria y esposa de uno de los valencianos más ilustres, el fundador de Mercadona Juan Roig, en el antiguo Palacio Valeriola, y que contará con las obras de artistas como Andreas Gursky, Anselm Kiefer, Georg Baselitz, Anish Kapoor o Mat Collishaw. “Pero es que, además, tenemos la segunda pinacoteca más grande de España después de El Prado, el Museo de Bellas Artes de Valencia, y la Parroquia de San Nicolás, bautizada como la Capilla Sixtina valenciana, por sus impresionantes frescos”, explica Miguel Ángel Pérez. “Además de todo lo nuevo que está llegando, lo que estamos haciendo es sacar pecho de lo que ya tenemos”. En los últimos años, se han rehabilitado lugares históricos para otorgarles una nueva vida: ha sucedido con el mencionado Mercado Central o, más recientemente, con el Mercado de la Imprenta (C/ de la Mascota 17), un nuevo espacio gastro situado en la antigua Imprenta Vila que se construyó en 1908. También se han transformado la archiconocida plaza de la Reina, la Lonja y Los Santos Juanes para convertirse en lugares más paseables.
Todos los valencianos consultados para este reportaje resaltan, además del clima y sus 330 días de sol al año, la arquitectura, la cultura o la gastronomía, algo mucho más intangible y, por tanto, más difícil de explicar en cualquier guía turística, que es el atractivo estilo de vida de la terreta. “Diría que una de las características fundamentales del valenciano es que es disfrutón por naturaleza: nos gusta estar en la calle, comer y alargar la sobremesa, el ruido, la música y, aunque suene a tópico, la fiesta”, apunta Vicent Marco, periodista y autor de los libros sobre el carácter local en clave de humor como De Categoría (Sargantana, 2016), el cómic Bestiario valenciano (Autor-Editor, 2021), así como del ensayo Almuerzos valencianos (Llibres de Drassana, 2022). “Hay un concepto valenciano que es el del ADSL: asmorçar, dinar, sopar y lo que vinga. Tenemos una cultura hedonista y generosa: eso es con lo que alucina el que viene aquí”.
Marco teme que parte de ese estilo de vida, que deja poso en la cultura de la ciudad, se pierda por un turismo masificado: “En el casco histórico quedan pocos sitios donde te puedas comer un buen asmorçaret, porque están empezando a abrir locales que sirven tostadas de aguacate y cafés a tres euros, se abren por todas partes locales de empanadillas argentinas congeladas cuando en Valencia tenemos hornos tradicionales con cocas, empanadillas y productos hechos en el día que, sin embargo, están cerrando”, pone como ejemplo el periodista. “Valencia es más que playa, sol y paella y todo este patrimonio inmaterial del que hablamos está en peligro de extinción si no lo reivindicamos con la misma fuerza con la que reivindicamos el photocall para bodas más caro del mundo”, dice refiriéndose a la Ciudad de las Artes y las Ciencias.
Habrá que encontrar un equilibrio. El propio Camarena reconoce sin ambages que su restaurante en Bombas Gens no podría existir sino fuera por el turismo. “En Valencia, en torno al 70% del PIB depende del sector servicios, y una parte muy importante, directa o indirectamente, del turismo”, afirma Miguel Ángel Pérez, de Visit Valencia. Pero “una alternativa a la masificada Barcelona”, como apuntaban desde la CNN, conlleva el peligro intrínseco de convertirse en la nueva Barcelona o la nueva Málaga. “Este es el punto que más se está debatiendo actualmente en todas las reuniones y congresos a los que asistimos”, responde Pérez, “queremos que Valencia sea un polo de atracción, pero que a su vez pueda centrifugar turistas y repartirlos por toda la provincia para evitar la masificación”. Se refiere a que el turista no se quede en el casco histórico, sino que se mueva y descubra más allá de lo que aparece en las postales: “El centro histórico de Valencia es uno de los más grandes de Europa. Tienes la Ciudad de las Artes y las Ciencias y el río, pero también tienes la Marina de Valencia y el paseo marítimo de la Malvarrosa, el parque natural de El Saler y l’Albufera, y a media hora de todo esto están el castillo de Xátiva o el castillo de Sagunto”.
Con todas estas virtudes, cabe preguntarse por qué un lugar como Valencia ha tardado tanto en florecer. Sobre esto, los propios valencianos tienen sus teorías: “Los valencianos somos unos meninfots [adjetivo que se define como una mezcla de pasotismo por lo propio, unido a una falta de autoestima] que no hemos sabido valorar y ver lo que tenemos hasta que no han venido otros de fuera a señalarlo”, apunta Miguel Ángel Pérez, de Visit Valencia. “Hace 50 años vivimos una dictadura. Hasta hace bien poco, solo existían dos grandes aeropuertos: el de Madrid y el de Barcelona. Y, hasta hace nada, Valencia no contaba con infraestructuras que la hicieran accesible al mundo. Desde mi punto de vista, hemos ido a rebufo de las grandes ciudades, pero ha sido algo circunstancial”, apunta por su parte Camarena. De la misma opinión es Vicent Marco: “Valencia no se vendía porque no había interés en venderla. Y nos iba bastante bien. Se empezó a conocer cuando se dio esa voluntad nacional y se creó una red que nos unía muy bien con Madrid, además de la repercusión internacional con la política de los grandes eventos. Fue, probablemente, la publicidad más cara de la historia, pero a la larga es publicidad”. La cuestión es si los valencianos podrán, como siempre hacen, controlar las llamas y la pirotecnia derivada de este completísimo paquete que ahora buscan los extranjeros en su ciudad. Si Valencia podrá arder, pero sin quemarse.
Diez imprescindibles en la ciudad
- Un dulce tradicional: Horno San Bartolomé (C/ Duque de Calabria, 14).
- Un monumento: la Lonja de la Seda (C/ de la Llotja, 2).
- Un asmorçaret auténtico: Restaurante & Cafetería Beluga (C/ de l'Arquebisbe Mayoral, 16).
- Un paseo: Jardines del Turia.
- Un museo: CaixaForum (C/ d'Eduardo Primo Yúfera, 1A).
- Ahora sí, una paella: Casa Carmela (C/ d'Isabel de Villena, 155).
- Un café con vistas: El Faro del Sur, en la Marina (Carrer Marina Real Juan Carlos I).
- Unos bailes: La Fábrica de Hielo (C/ de Pavia, 37).
- Un picoteo: Mercado de la Imprenta (C/ de la Mascota, 17).
- Una copa: Atenea Sky (C/ de Moratín, 12).
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