La Lima de Allen Ginsberg
Era mayo de 1960 cuando el poeta llegó a la capital peruana. De sus coqueteos con alucinógenos, el casco histórico, la antigua estación de Desamparados y los amigos que conoció, dio cuenta en los versos de 'Eter'
Uno de los grandes poetas peruanos del siglo XX, Sebastián Salazar Bondy, se encontró en Chile con el joven poeta norteamericano Allen Ginsberg. Ambos habían sido invitados a un congreso internacional organizado por la chilena Universidad de Concepción. Corrían los primeros meses de 1960. El intelectual, escritor, crítico literario, periodista y dramaturgo limeño, por entonces director del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC), invitó al ya famoso autor de Aullido a un recital en la capital de Perú en mayo. El IAC era una institución fundada en 1947 y de carácter privado que, en aquellos días, tenía su sede en la calle de Ocoña, 174, cerca de la plaza San Martín, en pleno centro histórico.
Sebastián Salazar Bondy tenía 36 años, y Allen Ginsberg, 33. Este último aceptó gustoso la invitación de ir a Lima. Se plantó allí semanas después tras viajar por Chile, Argentina y Bolivia en transportes públicos. En Perú entró a través de Cuzco. Visitó Machu Picchu, donde residió varios días en una choza que le facilitó uno de los guardas. Desde Cuzco viajó en un autobús a Lima. Ginsberg, uno de los poetas esenciales de la generación beat, seguía así la senda emprendida por su gran amigo y examante William Burroughs. Los dos escritores buscaban la ayahuasca, la mítica planta alucinógena que, según decían, servía de puente entre este mundo y el más allá de los dioses prehispánicos.
Cuando llegó a la ciudad acababa de publicar Aullido, siendo acusado de obscenidad; y Kaddish, letanía de amor a su madre Naomi, muerta en un hospital psiquiátrico. Burroughs le había confesado que Lima se asemejaba mucho a Ciudad de México, y que era inquietante (como lo sigue siendo) ver esa especie de grandes buitres negros pululando por un cielo de tonos violetas. Ginsberg se alojó en el hotel Comercio, en la calle Pescadería, primera cuadra del jirón Carabaya. Abarcaba los altos del hoy todavía restaurante Cordano, frente a la antigua estación de tren de Desamparados levantada en el año 1912 sobre —precisamente— la antigua iglesia de los Desamparados. Desde el hotel, abandonado desde hace algún tiempo, se veía también uno de los laterales de la Casa de Gobierno.
El Cordano, que sigue en activo con mucha tradición y prestigio, fue fundado en 1905 por los hermanos genoveses emigrados Fortunato y Andrés Cordano. En su ya larga historia ha recibido a escritores, artistas, viajeros y los vecinos más cercanos: los diferentes presidentes de la República. No se entra por la calle Pescadería, la del que fuera hotel Comercio, sino por la que da al Rastro de San Francisco, que finaliza en la basílica y convento de San Francisco de Lima, uno de los lugares históricos y artísticos más bellos del casco histórico. La antigua estación de Desamparados mantiene su gran reloj en la fachada neoclásica y, dentro, se ha reconvertido en el centro cultural Casa de la Literatura Peruana, con una importante biblioteca que lleva el nombre del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Además, hay numerosas salas de exposiciones dedicadas a recordar la vida y la obra de los escritores nacionales más sobresalientes. Si el exterior de este inmueble es bellísimo, el interior lo incrementa con una ampulosa escalinata protegida y custodiada por columnas blancas repartidas en varios pisos. En lo que antes eran los andenes y las vías del tren, y ya frente al río Rímac, espera la terraza de una cafetería.
Mientras Allen Ginsberg pasaba sus primeras horas en Lima en el hotel, al lado también de la catedral y de la plaza de Armas, Jorge Capriata, un joven estudiante de Derecho, acudía al aeropuerto de Tingo María para realizar un encargo: recoger una botella de ayahuasca para entregársela a Ginsberg, a quien no conocía. El escritor Peter Matthiessen regresaba de la selva peruana, donde había estado trabajando en cuestiones botánicas, y le entregaba una botella de whisky Dimple repleta de ese alucinógeno. Ya de regreso a la ciudad, Capriata logró saber la dirección del poeta a través del librero Juan Mejía Baca y de Salazar Bondy. La lectura poética de Ginsberg se celebró el 12 de mayo de 1960 en el IAC. Comenzó recitando The Red Wheelbarrow, de William Carlos Williams. La sala era acogedora y diminuta, y estaba llena de jóvenes. Entre ellos Capriata, que, al final, se le acercó, le entregó la botella y quedaron en verse días después. Ginsberg comentó en su sonada intervención que acababa de llegar del hospital donde había ido a quemar sus almorranas “porque soy maricón”. También que, para poder dar ese recital, había tomado bencedrina a falta de no disponer de chuchuhuasi, de propiedades afrodisiacas. Lo cierto es que se pasó su estancia en Lima recorriendo farmacias en busca de éter. Precisamente Eter se titula el último poema de su libro Reality Sandwiches (1963). El diario conservador La Prensa reseñó el acto diciendo que el poeta fue rodeado por bardos locales de vanguardia, esnobs “y otros ejemplares de la misma fauna”.
Un azaroso encuentro bajo el reloj
Pocos días después, Capriata fue a ver a Ginsberg al hotel. Se lo encontró echado en la cama, en medio de un gran desorden. Ginsberg, siempre fiel a sí mismo (o a la leyenda que se estaba fabricando), le comentó a su visitante todas las drogas que se había tomado y las alucinaciones que había tenido. Después de esa prolongada y curiosa conversación, se vistió y bajaron a la calle a la hora en que se podía ya cenar. Bajo el gran reloj de la fachada de la estación de Desamparados se encontraron caminando sin rumbo a Martín Adán. Este era ya un poeta de reconocido prestigio en vida, pero eso no le evitó su marginalidad, melancolía y alcoholismo; lo que le hacía autoingresar numerosas veces en hospitales psiquiátricos. El autor de La casa de cartón (1928) se movía como la sombra de un hombre profundamente herido, bajo esa sombra aún más imponente de la estación.
El caso es que Capriata, sorprendido por semejante encuentro azaroso y ejerciendo de traductor, detuvo al poeta peruano y se lo presentó a Ginsberg. Entonces pasó algo que luego Ginsberg utilizó en el primer poema que le escribió. Martín Adán llevaba un sombrero de fieltro todo arrugado en el que parecía haber anidado una araña. Al ser prevenido por el joven interlocutor, se sacó rápidamente el sombrero, lo tiró y se puso a pisar al insecto. Ginsberg, al presenciar todo esto, aulló de rabia, e interpretó el dolor que debía sufrir aquel indefenso ser. La cosa no empezaba bien. Ambos autores se desconocían, aunque al peruano al menos le sonaban los escándalos que iba promoviendo el norteamericano por donde pasaba. Y esto no le gustaba nada a Martín Adán, hombre de orden a pesar de su desordenada vida.
Ginsberg, Capriata y Martín Adán, después del pequeño incidente, decidieron entrar en el bar Cordano. Martín Adán no cenó nada, sino que únicamente bebió alcohol. Allí hablaron animadamente sobre sus conceptos de la poesía, sus autores favoritos y del viaje a Lima del estadounidense. A Ginsberg le debió resultar patético y emotivo aquel viejo desvencijado, pobre pero digno. Y tras el encuentro le debió de preguntar más datos a su joven guía sobre ese poeta acosado por la indigencia y el alcoholismo, cuya situación desesperada lo había llevado a vivir en pensiones y hospitales. De todo este entresijo de datos surgieron tres de sus mejores poemas, fechados el 19 de mayo de ese 1960, incluidos en Reality Sandwiches: ‘Un viejo poeta en Perú’, ‘Muere con grandeza en tu soledad’ y ‘La deslumbrante inteligencia’. Tres poemas o uno solo dividido en tres partes. Los primeros versos dicen así: “Porque nos encontramos al atardecer / bajo la sombra de la estación de ferrocarriles, de su reloj / Mientras mi sombra estaba visitando Lima / Y tu espíritu moría en Lima / anciana cara necesitada de un afeitado…”. Ginsberg se reconoció en él, fue un anticipo de su propia vejez.
Dos guías en la ciudad
Hasta el 8 de julio en que regresó a su país, estuvo caminando por la vieja Lima. Unas veces solo y otras acompañado por jóvenes que lo habían ido a escuchar. Dos de esos jóvenes fueron Raquel Jodorowsky y Walter Curonisy. Raquel, descendiente de judíos ucranianos como el propio Ginsberg, se dedicaba al teatro y a las marionetas. Hicieron buena amistad. Ella le dedicó ‘Oda a Allen Ginsberg’, incluida en su libro de poemas Caramelo de sal. Walter Curonisy (1941-2012), más joven que todos ellos, poeta y actor, ayudó a Ginsberg a conocer Lima. Ginsberg le pidió que lo llevara al lugar más sucio y asqueroso de la ciudad, y este lo acercó al Montón, el gran basurero de Lima. En el poema Eter cita a esta pareja de amigos en los versos finales: “ en este Infierno de Nacimiento & Muerte / me acerco a los 34 — súbitamente me sentí / viejo— sentado con Walter & Raquel en un Restaurante / Chino —se besaron— —yo solo— la edad de Burroughs / cuando nos encontramos por primera vez”. Firmado en el hotel Comercio el 28 de mayo de 1960, Eter es un largo poema centrado en la búsqueda de este líquido por las farmacias del casco histórico limeño, además de reflejar los encuentros con sus nuevos amigos. Los últimos poemas de Reality Sandwiches están dedicados a “narrar” su estancia en la ciudad. Los anteriores hablan de Nueva York, Cuba o México.
Alfonso de la Torre, uno de los más famosos periodistas de aquellos años y crítico teatral, le entrevistó para la revista Cultura Peruana. Allen Ginsberg, entre otras muchas cosas llamativas, le dijo: “Las sucias manos de la sociedad no pueden tocar mi alma”. Y que le hacía mucha gracia que, sobre todo en el campo andino y en la selva, lo confundieran con Fidel Castro. “¡Por favor! No existe poesía política. La poesía surge del alma, y la política nunca alcanza allí. La poesía no puede usarse como propaganda”, respondía cuando le preguntaban sobre la poesía social.
De su experiencia con la ayahuasca y del encuentro con algún chamán escribió Magic Psalm y The Reply. Ginsberg llevaba un pequeño cuadernillo con forro marrón, cuyas páginas estaban llenas de una escritura menuda y apretada que se mezclaba con dibujos. En esa libreta, su propietario hizo sus apuntes sobre el ayahuasca, que más tarde serían publicados en el libro The Yage Letters como parte de su correspondencia con Burroughs.
Regresó Ginsberg a su país dejando un halo de melancolía a los pocos que lo trataron. Al año siguiente viajaría a la India. La plaza de Armas, que cruzó tantas veces, está igual, aunque quizás él aún vio allí la estatua ecuestre de Pizarro. La catedral está igual, y los conventos franciscanos y dominicos. Quizás pudo contemplar más balcones de los que ahora hay en Lima, pero los más importantes, bellos y significativos ahí siguen, como la Casa del Oidor. El Cordano continúa con sus puertas marrones oscuras y con multitud de fotos en su interior.
Capriata, 34 años después de aquel encuentro y tres años antes de la muerte de Ginsberg, en 1997, lo fue a visitar a Nueva York. El poeta lo recibió en su apartamento del Lower East Side, le enseñó su biblioteca y recordaron aquellos tiempos.
César Antonio Molina, exministro de Cultura, es autor de Todo se arregla caminando (editorial Destino)
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