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El hombre que escribía con veneno

El escritor peruano Alberto Hidalgo, cuya autobiografía 'Diario de mi sentimiento' se reedita ahora.
El escritor peruano Alberto Hidalgo, cuya autobiografía 'Diario de mi sentimiento' se reedita ahora.Baldomero Pestana

Diario de mi sentimiento, de Alberto Hidalgo, recuerda a un autor que usó su prosa como puñal

“¿Es García Lorca un gran poeta?”. No, es un autor “de entonación chica y éxito muy grande”, que escribió obras “vacías de trascendencia o con una emoción chabacana” y que solo “provoca sus pasiones entre las inteligencias superficiales” y los “aficionados a lo fácil”. Eso, desde luego, no lo digo yo ni hoy lo diría nadie, pero lo hizo hace ocho décadas el peruano Alberto Hidalgo en su autobiografía, Diario de mi sentimiento, publicada en 1937 en Buenos Aires y que ahora se reedita por primera vez, en el sello Renacimiento.

En su prólogo, Juan Bonilla sostiene que el deslenguado memorialista fue un creador interesante en todos los géneros que frecuentó, pero que su acidez le ha negado el lugar que debiera tener en la historia. No es de extrañar, viendo los juicios demoledores que hacía de sus contemporáneos y cuando ellos estaban delante, pues esas líneas sobre Lorca, por ejemplo, las redactó mientras este visitaba Argentina.

A Hidalgo le sobraba ironía y le faltaba perspectiva. Era tan inteligente como intransigente. Si hubiera sido juez, habría sido el juez de la horca. Tenía una pluma afilada, ingeniosa y brillante: el problema es que la usaba de puñal. De Ortega y Gasset dice que “no es un filósofo, sino un profesor de filosofía” y que “no tiene sistema ni pensamiento de su invención”; y aunque reconoce que posee una buena prosa, afirma que solo “las personas sin información creen que son de él las ideas de los demás”. De hecho, le acusa de haberle plagiado varios fragmentos de su libro Simplismo, que le envió a su casa de Madrid y fue reseñado en Revista de Occidente. Más adelante, culpa igualmente a Borges de copiarle algunas ideas en su Historia universal de la infamia.

A Azorín le afea haber renunciado a su estilo de “cuando era revolucionario”, “corajudo, batallador e insolente”, para volverse “suave y enemigo de la sonoridad”. Aunque peor librado sale Pío Baroja, que según él “padece de insuficiencia literaria”, al que acusa de haberse arrastrado para entrar en la Academia, tras criticarla durante años, y al que califica de “campeón de la pesadez y la antigramática”, dado que “no tiene estilo” y “escribe con las patas” unas “novelas que son un desastre”. En definitiva, “es como si dijéramos un burro inteligente: tiene algunas ideas, pero las manifiesta con torpeza”.

Para el diplomático e intelectual mexicano Alfonso Reyes también usa el hacha: dice que es “taimado y cazurro”; que siempre utilizó sus embajadas “en beneficio propio”; que fue un escritor “tan insignificante como su aspecto físico”; que hizo carrera invitando a “comilonas y otros excesos” “a los críticos y periodistas que pueden repartir famas” y que después le pagaban los banquetes “con ditirambos a su obra literaria, que es tan pequeñita como él”.

En su faceta de entrevistador también pudo encontrar víctimas propicias, cuando no cómplices para sus arbitrariedades. Tras citarse con el maestro futurista Tristan Tzara, afirma que llegaron uno y otro a la conclusión de que Vicente Huidobro y Jules Supervielle, que escribían en francés y en castellano, no estaban ni entre los mejores poetas de Francia ni de América. Y a Giovanni Papini, célebre entonces por títulos como Gog o Un hombre acabado, le hace definirse a sí mismo así: “Yo quise llegar a ser un miserable y lo he conseguido ampliamente. Ninguna infamia me propuse que no haya hecho. Soy la vileza entera. He practicado todas las traiciones. Tengo un precio y le aseguro que no me vendo caro”. Ni que decir tiene que Hidalgo no le contradice.

Hay mucho más en este Diario de mi sentimiento, suficiente veneno como para matar a todas las ratas del planeta. Uno lo lee con una sonrisa, pero con alivio por no vivir en tiempos de su autor. Y luego dicen de las redes sociales. 

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