Tapen ese glaciar; no le puede dar el Sol
En los Alpes italianos, una inmensa masa helada se cubre cada verano con 100.000 metros cuadrados de tela. Pero este gran esfuerzo representa solo un pequeño parche en la herida a estos gigantes de hielo cercados por el calentamiento global.
Envolver 100.000 metros cuadrados de un glaciar en verano con una especie de manta térmica blanca para protegerlo de las cada vez más altas temperaturas y evitar que siga desapareciendo. La idea puede parecer irrealizable, pero se lleva a cabo todos los años desde 2008 en el glaciar Presena, que se eleva a 3.090 metros en los Alpes italianos, entre Trentino y Lombardía. Se trata de frenar el deshielo de la formación —una masa helada dinámica cuya parte inferior fluye como un río— que desde 1993 ha perdido casi un tercio de su volumen, y conservar las pistas de esquí, fuente de riqueza de la zona. El sistema les permite salvar tres metros de altura de hielo al año en las zonas tapadas y ha evitado que el glaciar se partiese en dos. Un éxito relativo, porque aunque se ha ralentizado el deterioro, su regresión continúa imparable. “La cubierta geotextil no va a evitar que el glaciar se derrita, es solo una tirita”, corrobora un portavoz de la compañía Carosello Tonale, responsable de la instalación de las lonas y propietaria de varios remontes de esquí.
El desastre ambiental al que se enfrentan estos mantos de hielo en movimiento, del que es culpable el cambio climático, se observa por todo el planeta y se ha acrecentado en las últimas tres décadas. Pero su deterioro es previo. De 1961 a 2016 se derritieron más de 9,6 billones de toneladas de hielo en el mundo, tanto de superficies heladas como de glaciares. Y esta agua es responsable de un aumento del nivel del mar en ese periodo de hasta 27 milímetros —que supone el 30% de los tres milímetros que crece anualmente el océano—, desveló en 2019 una investigación elaborada por un equipo internacional de científicos que lideró la Universidad de Zúrich (Suiza). “Globalmente perdemos alrededor de tres veces el volumen de hielo almacenado en todos los Alpes europeos. ¡Cada año!”: así describe la magnitud de la debacle el glaciólogo Michael Zemp, director del estudio.
Con estos datos, más de un tercio de los glaciares del mundo pueden haber desaparecido para finales de este siglo. Las proyecciones para los Alpes son similares y los científicos sostienen que el volumen de sus glaciares podría sufrir una disminución del 90% en 2100. Ante este panorama y en un intento de ralentizar su muerte, cada mes de junio desde hace 12 años el glaciar Presena cambia su blanca capa natural por otra plástica, pero de aspecto similar.
El proyecto nació debido a que la formación alpina se estaba agrietando y las rocas empezaban a emerger en la parte media. “Tapándolo hemos evitado que se resquebrajara y que se convirtiera en dos pequeños glaciares en lugar de uno, abocados a desaparecer muy rápido porque las rocas mantienen el calor del sol y aceleran el proceso de deshielo”, concretan desde la empresa Carosello Tonale. En un principio, contaron con la ayuda económica de la provincia de Trento y con la colaboración científica de las Universidades de Trento y de Milán, que monitorizaron el glaciar hasta 2014, cuando finalizó el proyecto. A partir de ese año, se hizo cargo de la operación la compañía. El tejido que se utiliza tiene un coste de dos euros por metro cuadrado. “Lo usamos dos años y luego se renueva. El importe es de 350.000 euros sumando la producción de nieve”, explica un portavoz de la empresa.
El equipo tarda mes y medio en finalizar el trabajo, que consiste en desplegar los miles de metros de tela blanca —al principio se cubrían 40.000 metros cuadrados y ahora son 100.000— a una altura de entre 2.700 y 3.000 metros. Como si dieran forma a un puzle, los técnicos van encajando y cosiendo de forma concienzuda los inmensos retales, de 70 metros de largo por 5 de ancho, además de fijarlos con pesados sacos de arena para impedir que el viento los arranque. Como el color es blanco, el enclave alpino conserva su armonía.
El glaciar permanece así, atrincherado en esta cobertura, hasta septiembre, cuando llega el otoño y el momento de descubrirlo, a la espera de las nevadas invernales y del inicio de la temporada de esquí. La empresa utiliza “lonas geotextiles que reflejan la luz solar, mantienen una temperatura más baja que la exterior y, por tanto, preservan la mayor cantidad de nieve posible”, explican en la firma italiana. La investigación de la Universidad de Milán detectó que “en promedio, la energía solar absorbida por la parte tapada fue del 36% y el 56% en la no cubierta”. Y cuanta menos radiación penetre en el glaciar, menos se derrite.
“Cubrir un glaciar no es una solución definitiva, es puntual para determinados lugares donde existen zonas turísticas, se practica el esquí o se quiere proteger un área determinada”, comenta Jordi Camins, glaciólogo y miembro del Grupo de Expertos en Cambio Climático en Cataluña (GECC). La tela refleja la radiación solar sin que sea absorbida por el hielo, de tal forma que se evita el efecto fusión que producen los rayos solares. “De alguna manera, se está copiando un proceso natural, el efecto albedo [la cantidad de radiación solar que es devuelta a la atmósfera tras chocar con la superficie terrestre]”. En las superficies blancas, el albedo es muy alto y la absorción es mínima, la mayor parte se remite al espacio. Un fenómeno físico que puede variar debido al calentamiento global, sobre todo por la fusión de la banquisa de hielo del Ártico (agua de mar que se congela en invierno y cuyas dos terceras partes se derriten en verano). “Si hay mayor deshielo, disminuye la capacidad de la banquisa para reflejar la radiación y será el mar el que absorba más calor, lo que producirá un aumento de las temperaturas y una mayor fusión. Son fenómenos que se retroalimentan”, plantea Camins.
Italia no es el único lugar donde se ha recurrido a esta medida. En Suiza se lleva a cabo en el glaciar del Ródano, donde nace el río del mismo nombre. “Se protege una lengua porque se construye una gruta de hielo para visitas turísticas y hay que mantenerlo”, comenta Camins. En Francia, en el famoso glaciar Mar de Hielo, en Chamonix, se cubre solo una pequeña zona para evitar que las personas se mojen cuando van a visitar la gruta que se excava todos los años.
“No es una solución guardarlos bajo plástico”, corrobora Nacho López Moreno, científico del Instituto Pirenaico de Ecología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). El crecimiento de un glaciar depende de su balance de masa, “el hielo que acumula en la temporada fría y lo que se funde en la cálida, y si pierde más de lo que conserva, su volumen está disminuyendo”. Presena es un ejemplo de las deficiencias del sistema. El fotógrafo Michele Lapini, autor de las imágenes que ilustran este artículo, explica que “la pérdida gradual y lenta de terreno es extremadamente visible al observar las fotografías del glaciar de hace unos años”. Este trabajo de Lapini es parte del proyecto de documentación del cambio climático en Italia en el que está inmerso desde hace años.
¿Qué implicaría la pérdida de estos glaciares? “Depende de en qué lugar del planeta se encuentren, cuál sea su extensión y la vinculación de los grupos humanos del agua del deshielo”, matiza Camins. El retroceso es muy severo en todas las cordilleras del mundo y del Ártico, pero los que se encuentran sobre tierra firme en la Antártida están muy estables “y algunos crecen en espesor”. Algo muy importante porque contienen el 90% del hielo glacial de todo el mundo. El problema de la Antártida, donde la temperatura ha subido pero sigue teniendo valores bajos, se encuentra en las plataformas de hielo (lenguas heladas procedentes de los glaciares) que se introducen en el océano. “Como el mar se está calentando, colapsan cuando se sumergen”, concreta Camins.
El estudio de la Universidad de Zúrich señala que los glaciares que más contribuyeron al aumento del nivel del mar en el periodo estudiado (1961-2016) fueron los de Alaska, seguido por los campos de hielo de Patagonia y los glaciares de las regiones árticas. Sin embargo, las formaciones heladas de los Alpes europeos, de la cordillera del Cáucaso y de Nueva Zelanda, aunque también sufrieron una pérdida significativa de hielo, como son relativamente pequeñas “solo jugaron un papel menor en lo que respecta al aumento del nivel global del mar”.
En el sur de Europa solo se pueden encontrar ya glaciares prácticamente en el Pirineo francés y aragonés, mientras que en la zona catalana, andorrana y navarra se han extinguido completamente. Y los que quedan están sentenciados. Camins realizó entre 1982 y 1985 un inventario de las masas de hielo glaciar que sobrevivían en los Pirineos. Localizó 93. De ellas, calificó 50 como glaciares (hielo de origen glaciar con espesor suficiente para desplazarse por efecto de la gravedad) y el resto (43) como heleros (hielo también de origen glaciar, pero sin el suficiente peso como para moverse). Al cierre de este año solo quedan 20 glaciares y 23 heleros. De todas estas formaciones, 38 se han extinguido totalmente y las 12 restantes son residuales. Con estos antecedentes y con las condiciones climáticas actuales, “en 2040 no quedará ningún glaciar activo en los Pirineos, solo habrá algunos heleros y restos residuales, que desaparecerán en 30 años, alrededor de 2050”, asegura.
El impacto de su desaparición en la cordillera que remata la península Ibérica será menor que el de otros lugares, debido a que no cumplen una función hidrológica muy significativa. Lo que pesará más, añade, será “la cuestión sentimental, el que ya no existan porque es un elemento característico de la alta montaña”. López Moreno, científico del CSIC, señala que se perderá “un recurso paisajístico y un registro ambiental, porque este hielo contiene información de siglos”. También es muy importante “su papel de indicadores de que el clima de esta cordillera está sufriendo cambios”. Lo que es vital es que se mantengan las nevadas, añade. Algo también complicado: los datos del Observatorio Pirenaico del Cambio Climático apuntan a un descenso “significativo” en el espesor de nieve, aunque varía mucho de unos años a otros.
El panorama se complica en otros lugares del mundo, como en los Andes o en Asia, con cordilleras tan importantes como el Himalaya o Kunlun. Allí las consecuencias tienen una dimensión mayor y en muchas ocasiones son catastróficas. “En Perú, sobre todo en la zona de la cordillera Blanca, ha habido ya miles de muertos porque el deshielo acelerado provoca que se formen lagunas que a veces colapsan al ser el terreno inestable y estar al límite de su capacidad”, señala el investigador del CSIC. En muchos de estos lugares, la fusión del glaciar constituye un aporte fundamental de agua, sobre todo en zonas secas muy marcadas. Hay lugares en cordilleras como en Kunlun en China o en Ladakh en la India, por ejemplo, donde casi no llueve y el agua que baja de los glaciares es básica para la subsistencia. “Su desaparición puede llegar a provocar migraciones de población que dependen de esa agua”, puntualiza el científico.
La única forma de frenar la pérdida de terreno del hielo glacial sería poniendo coto al cambio climático. Pero el calentamiento global continúa en ascenso y con más fuerza en la última década: el planeta ya se ha calentado un grado centígrado desde la época preindustrial (entre 1850 y 1900), acercándose de forma peligrosa al límite de un grado y medio marcado por el Acuerdo de París en 2015. Para lograr esta meta, las emisiones de gases de efecto invernadero deberían bajar un 7,6% anual en este decenio, advirtió el año pasado Naciones Unidas. De momento, nada más lejos de la realidad: han aumentado un 1,5% anual en la última década.
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