A los jóvenes estudiantes de teatro
Recuerdo esta réplica de un personaje de Chéjov, Nina, una joven intérprete, como vosotros: “Cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida”
He pensado mucho en vosotros, jóvenes estudiantes de teatro, estos meses. Antes de que la vida se nos descarrilara, y quedara así, suspendida en el vacío, os veía llegar cada mañana a vuestras clases; era magnífico y esperanzador ver cómo os deslizabais desde vuestro cotidiano al corazón de Antígona, Julieta o Hamlet. Ya erais entonces criaturas contracorriente, continuadores de una estirpe que ocupa un lugar marginal (sustancial, fundamental, fundacional, pero marginal) en nuestro presente: el de actriz de teatro, el de actor de teatro. Os preparabais con decisión para un oficio que poco después dejó de ser posible, porque llegó la pandemia y cerraron los teatros (quizá en uno de los silencios más largos de su historia).
A todos se nos ha desabrigado la existencia, es cierto, pero a vosotros con más fiereza. Os ha tocado guardar la brújula de la vocación en el bolsillo, justo cuando teníais más deseo de emplearla. Tuvisteis que renunciar a vuestras muestras y trabajos finales, que son la culminación de meses e incluso años de formación: el momento, por fin, de pisar un escenario y recibir el bautizo del público.
En estos meses os he visto al otro lado de las pantallas. Acordamos que el teatro es el arte de la reunión, tiempo y espacios compartidos, presente y presencia, pero, en cierto modo, de pantalla a pantalla, seguíamos juntos.
Seguíais ahí. Os he visto estos meses en vuestras habitaciones, braceando contra las dudas y los miedos. Muchos de vosotros habéis perdido a abuelos, padres, por este inmisericorde virus; otros vivís en hogares en los que la crisis económica se ha agudizado, señalando aún más el ejercicio de riesgo de vuestra vocación. Seguíais ahí, chicos y chicas, encendiendo las pantallas como quien enciende un quinqué en la oscuridad, deseando poder volver a las aulas de ensayo, a los teatros; hablamos del cielo de Epidauro, de la mano de Arkádina en la cabeza de Tréplev, del cuerpo místico de Pina. Alguna vez, al salir de esos encuentros virtuales, he sentido desánimo, pero al punto siempre pienso que también por vosotros no nos podemos dejar vencer. No podemos aceptar las excusas, las lógicas, de quienes quieren aprovechar la situación actual para deshacerse de uno de esos pocos espacios donde aún nos seguimos juntando como comunidad poética y sensible. Hay que cuidar de un legado de siglos y hacerlo porvenir.
Ahora habéis vuelto a las aulas, con mascarillas, confiando en que esta vez sí, podréis mostrar vuestro trabajo y que, muy pronto, estaréis en un teatro, con aforo reducido, como sea, un lugar maravilloso y seguro, y se hará la luz y luego el oscuro, y todo tendrá por fin sentido.
Estos días, sí, pienso mucho en vosotros, jóvenes estudiantes de teatro, y recuerdo esta réplica de un personaje de Chéjov, Nina, una joven intérprete, como vosotros: “Cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida”.
Alberto Conejero es dramaturgo y poeta.
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