A mi maestra
Empieza el año académico, la medida que teje la libertad de un pueblo. Frente al abismo de la incertidumbre te escribo lo que no puede decirse
Querida María Zambrano:
Comienzo esta carta frente al abismo de la incertidumbre. Tengo la extraña sensación de que han colocado dos puntos en medio de un párrafo, se han llevado vida de nuestra vida y, después, han huido. El ángel de la paz ha vuelto a abandonarnos. Se normaliza su ausencia, apenas se reclaman esas palabras que lo constituyen y que tanto ha costado habitar. Sí, la libertad que convoca y conjura, la igualdad que es su innegociable condición. Y la fraternidad que vela por ellas sobre las aguas de la conciencia. Temo, amiga mía, darme la vuelta y no encontrar más que sombras tejidas con sibilino esmero por esa Harpía embaucadora de La tumba de Antígona. Hemos de estar atentas, en vela racional y poética, para que la heroicidad que empieza a exigirse no se convierta en norma que acabe sustituyendo a la justicia.
Pero no mancharé esta carta de ejemplos de humanidad perdida en los inmensos vertederos de lo innecesario cuya basura se quiere hacer pasar por pensamiento. Porque lo que quiero contarte es que, hace más de 10 años, soñé que estabas en París, en 1939, con Marina Tsvietáieva. Históricamente, coincidisteis allí en aquellos meses trágicos que te llevarían a ti al exilio y a Marina a la muerte. En mi sueño, os conocíais, hablabais con urgencia como amigas que lo son más allá del tiempo y de las circunstancias. Sin mitificar el concepto de “sororidad” pero nombrándolo, como he aprendido del feminismo, escucho, discreta, para que habléis sin que mi presencia soñadora interrumpa. Y, ¿sabes?, convocas, con riguroso orden musical, destellos de dignidad que reconozco. Están enterrados entre los escombros de un mundo de odio y barbarie que se disfraza de responsabilidad coyuntural y “coherencia ideológica”. La historia de las mujeres está llena de consecuencias de todo esto, por eso nuestras palabras siguen oyéndose muy lejos, hasta convertirlas en anécdota. Más en los momentos críticos como el mío, oscuro reflejo de aquel que, en mi sueño, os encontraba a Marina y a ti en el filo de la historia sacrificial.
Acabo de publicar el libro de ese encuentro simbólico; lo he titulado Espejos de la nada. Es una conversación auroral entre ideas y sentimientos a veces opuestos, porque así madura la democracia, ¿verdad?
Dices que las sociedades que han sido esclavas, víctimas, que no han ejercido el sagrado derecho a la libertad y el respeto, hablan alto, deprisa, no saben dialogar, sus miembros quieren hacerse oír. Por eso no respetan turnos y se imponen en el grito. Ignoran la importancia del tiempo de la escucha en la construcción de un espacio de lo común pacífico, acogedor y respetuoso donde el miedo no quepa porque la sociedad protege del miedo a sus habitantes.
María, amiga: empieza el año académico, la medida que teje la libertad de un pueblo. Frente al abismo de la incertidumbre te escribo, pues, lo que no puede decirse. Gracias por borrar la palabra “quimera” allá donde se sueñe la paz. Una actitud, decías, cambia el mundo. Vamos a ver…—eps
Marifé Santiago es poeta, profesora, patrona de la Fundación María Zambrano y académica correspondiente de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
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