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Norman Foster: “El futuro de la sociedad no está en la distancia de dos metros entre cada persona”

Tiene 85 años, un historial de obra construida que ha cambiado nuestras ciudades y una inquebrantable fe en el progreso que ha dejado un rastro de aeropuertos diáfanos, rascacielos ecológicos, tiendas abiertas como plazas públicas y museos llenos de luz

Daniel García López
Norman Foster posa en exclusiva para ICON en la terraza de su casa en la estación suiza de St. Moritz.
Norman Foster posa en exclusiva para ICON en la terraza de su casa en la estación suiza de St. Moritz.Ángela B. Suarez

Los estudiantes de arquitectura que a finales de los años setenta asistían a las charlas de Norman Foster se encontraban con que el arquitecto, por entonces de fama incipiente, no les hablaba ni de Mickey Mouse, ni del Partenón, ni de ningún otro síntoma de la ironía posmoderna imperante en aquel momento. Para Foster solo había una cuestión: solucionar problemas con la tecnología disponible. Quienes asistan hoy a una charla de Foster escucharán un discurso similar, pero sustentado por 60 años de práctica, un estudio de arquitectura que emplea a 1.500 personas y el historial de obra construida que, posiblemente, más ha cambiado nuestras ciudades y nuestra forma de entender los edificios en el último medio siglo. Su claridad de ideas y su inquebrantable fe en el progreso han dejado un rastro de aeropuertos diáfanos, rascacielos ecológicos de belleza inverosímil, tiendas abiertas como plazas públicas y museos llenos de luz bajo ondulantes techos de cristal. Norman Foster esquía y pilota aviones. Cumplió 85 años en junio, pero nada de lo que uno pueda decir sobre él es aplicable a un octogenario. La pandemia ha puesto de relieve la fragilidad de casi todo, pero no la de lord Foster, que nos recibe vía telemática en su casa de St. Moritz (Suiza), energético, esbelto e impecablemente vestido de blanco.

“Fui el primero en mi familia en ir a la universidad, y allí, el único que además tenía que trabajar para vivir. Pero en realidad fue lo mejor que me podía ocurrir”

Cumplió 85 en la más inesperada de las situaciones. ¿Cómo ha pasado estos meses? ¡Nunca he estado tan ocupado! Y tampoco había estado en un solo lugar durante tanto tiempo. Me he mantenido muy bien conectado. Increíblemente, la rutina de los concursos ha continuado. No estás allí, en Los Ángeles, o en San Francisco, pero sí estás allí, comunicándote con bocetos, conversaciones o vídeos. La tecnología, combinada con el ingenio humano, ha prevalecido. Me preguntan mucho si esta pandemia cambiará las cosas. Mi punto de vista es que acelerará cambios que ya eran inevitables. La ciudad del futuro iba a estar cada vez más orientada a peatones y ciclistas… y durante la pandemia se han construido más carriles bici que nunca. Pero es que era inevitable.

En Madrid este proceso no parece tan fluido. Madrid Río se inauguró hace nueve años. Siempre lo cuento en mis charlas y les hablo de ello a mis alumnos. Es un proyecto precioso y verde.

Esta pandemia también nos ha devuelto los coches, que de repente son más seguros que el metro. Habrá un tiempo de transición en el que algunas tendencias se revertirán. La pandemia de gripe española fue mucho más devastadora que la de la covid, al menos por ahora. Ocurrió entre 1918 y 1920, que fue el anticipo de los locos años veinte y su bum de la construcción de cines, que reunían a gente bajo el mismo techo. Algo que poco antes habría sido imposible. No fue la era del aeropuerto, pero sí su equivalente. Lo que es verdad es que tal vez deberíamos estar listos para enfrentarnos a más crisis médicas de este tipo.

Foster en su mesa del estudio de su casa en ST. Moritz.
Foster en su mesa del estudio de su casa en ST. Moritz.Ángela B. Suarez

¿Ha cambiado alguno de sus proyectos en este tiempo o ha deseado haberlo hecho? Creo que no. Esto es parecido a lo que ocurrió después del 11-S. Algunos vaticinaron la desaparición de los rascacielos, pero en seguida estábamos trabajando en el edificio Hearst, en Nueva York, y planeábamos la torre Swiss Re, en Londres. El futuro de la sociedad no está en la distancia de dos metros entre cada persona.

Quienes le han oído hablar admiran su capacidad para ir al grano. Cuando hablo con estudiantes y les animo, insisto en dos cosas: en ser uno mismo y en evitar la palabrería, las pretensiones culturales.

Hay mucho optimismo en su fe en el diseño, la tecnología, la sostenibilidad y, en definitiva, la ciencia. ¿Hay espacio para el optimismo en el mundo actual? No hay que confundir el optimismo con la complacencia, y tampoco quiero ocultar la realidad de que una grandísima parte de la población mundial está en una situación difícil, pero, con alguna extraña aberración, como Estados Unidos, la calidad y la esperanza de vida siguen mejorando. Si eres arquitecto diseñas para el futuro. Tienes que ser un optimista.

Supongo que me refería a un aspecto más político. Por ejemplo, leyendo sobre su edificio para al banco HSBC en Hong Kong me volvió a la cabeza lo que está ocurriendo allí. O el retroceso en las libertades en muchos países europeos. Me resulta reconfortante que su optimismo sea tan firme. Comparto su desesperanza. Soy totalmente proeuropeo. Mis hijos hablan cinco o seis idiomas. Todo lo que sube, baja. La parte buena de la pandemia es que habrá que reevaluar los efectos de la globalización: ha sacado a millones de personas de la pobreza, sí, pero también ha tenido terribles efectos en los cinturones industriales. Y hay que reevaluar temas acuciantes como el cambio climático, que requiere una acción global. Lo negativo es el aspecto político, las pequeñas naciones con sus pequeñas preocupaciones nacionalistas. Esperemos que, con el tiempo, todo eso se vaya nivelando.

“Esto es parecido a lo que ocurrió después del 11-S. Algunos vaticinaron la desaparición de los rascacielos. Pero el futuro de la sociedad no está en la distancia de dos metros entre cada persona”

La carrera de Norman Foster, nacido hijo único en una familia humilde de Manchester, saltó a la primera plana de los periódicos con el edificio HSBC: un rascacielos inaugurado en 1986 que certificó la capacidad del arquitecto para aplicar sus avanzadas ideas en edificaciones en altura. El rascacielos no era la clásica torre de cristal sino una compleja estructura que liberaba el espacio interior y concentraba los servicios y los sistemas de circulación en la fachada, dándole el aspecto de una enorme máquina habitable. Pero el proyecto con el que pasó a la primera plana de la opinión pública fue su reforma del Reichstag, en 1999. Con la reconstrucción del Parlamento alemán, el arquitecto demostró que no solo era capaz de proezas técnicas. Tampoco desfallecía ante el peso de la responsabilidad: el Reichstag es “la personificación del proceso democrático, el símbolo de Berlín, el símbolo de la unificación alemana”, explica Foster. “Aquello fue un privilegio”.

Foster en su estudio, con una maqueta del rascacielos Swiss Re en segundo plano.
Foster en su estudio, con una maqueta del rascacielos Swiss Re en segundo plano.(Ángela B. Suarez)

Allí, expresó su optimismo social añadiendo al edificio histórico una moderna cúpula de cristal con mirador al interior del edificio, para que los visitantes pudieran ver a sus representantes trabajar. Este esquema –la luz, la transparencia, la búsqueda de la esencia de un edificio y de su significado dentro de la ciudad– es uno de sus sellos de identidad. La huella del Reichstag está en el próximo Salón de Reinos, o lo que será la ampliación definitiva del madrileño Museo del Prado. “Es un proyecto de Madrid, pero su alcance es mucho mayor. Que esas pinturas [las Colecciones Reales] vuelvan a su casa, y restaurar esa casa, pelar la fachada hasta llegar a la original del siglo XVII, y además crear una galería de arte contemporáneo con 17 metros de espacio abierto y flexible... Eso no existe. Esta combinación de mirar muy adelante y muy atrás es extraordinaria”.

Rompió una barrera de su profesión: la clase social. Dejé el colegio con 16 años, empecé a trabajar en el Ayuntamiento de Manchester, luego hice el servicio militar y descubrí la arquitectura tarde, a los 21. Al decano le gustaron mis dibujos pero, como no reunía los requisitos, la universidad decidió crear una categoría nueva para mí: al terminar el curso me darían un papel, como a los demás, pero en vez de poner licenciatura pondría diploma. Cuando solicité ayuda económica me la negaron, diciéndome que no podían darme ayudas para la universidad. En su lugar, me ofrecieron una plaza en la escuela de arte y una beca. Me negué. Fui el primero en mi familia en ir a la universidad, y allí, el único que además tenía que trabajar para vivir. Pero en realidad fue lo mejor que me podía ocurrir, porque me obligué a demostrar ante las autoridades, y ante todos, que habían cometido un error. Aquello que lamentamos, muchas veces, lo acabamos celebrando.

¿No es difícil transmitir esa fuerza de voluntad a unas generaciones mucho más privilegiadas? Por mi experiencia, los jóvenes tienen muchos recursos y están muy bien informados. Tengo fe en el futuro, y en la juventud, pero es verdad: uno de los problemas de la civilización occidental es que cada vez es más aversa al riesgo. Y no es sano. No puedes diseñar sin riesgo.

Fachada de Chesa Futura, edificio de viviendas en St. Moritz.
Fachada de Chesa Futura, edificio de viviendas en St. Moritz.(Ángela B. Suarez)

Si los museos resumieron la primera década de este siglo y los aeropuertos la siguiente, ¿qué edificios definirán esta que acaba de empezar? Los edificios más sanos. Sobre todo en el ámbito laboral, donde cada vez es más difícil distinguir ocio y trabajo. Por ejemplo, antes de todo esto, durante todo el año pasado, estuve trabajando en un pueblo suizo llamado La Punt en un proyecto que trata de revertir el éxodo rural introduciendo una nueva opción laboral. Un tercer lugar, además de tu casa y la oficina, para pasar temporadas con tu familia en otro sitio que te ofrezca más facilidades para hacer deporte o para escapar del turismo. También lo veo en los proyectos de grandes sedes que hemos desarrollado: Apple Park, en Silicon Valley, está en un parque de 71 hectáreas de las cuales 57 las ocupa un parque con 10.000 árboles, con carriles para bici y para correr, y con un centro wellness mejor que los de muchos hoteles de cinco estrellas.

¿Es más difícil trabajar con políticos, con empresarios o con clientes particulares? Lo bueno es tratar con gente que se preocupa por el edificio, porque significa que se preocupa por quienes lo habitarán. Esa gente es la que peor te lo hace pasar como arquitecto. Lo más difícil, sin embargo, es la burocracia, que puede existir hasta en las familias. Porque no es cuestión de tamaño. Apple es una empresa enorme, pero todo empezó con una llamada de Steve Jobs. Y Michael Bloomberg se preocupó personalmente de cada detalle del diseño de su sede en Londres. Lo opuesto es cuando todo se diluye en focus groups.

Debió hacer un máster en proyectos delicados cuando diseñó el Reichstag. Ahora todo es material sensible, todo se puede inflamar. ¿Alguna vez tiene la sensación de andar sobre cristales rotos? En esta era, tan sorprendente en su corrección política, aquellos que tienen la valentía de pronunciarse a favor de la ciencia y contra los misticismos, contra las invenciones de los políticos, y de hablar por lo racional, por la moral… Esos individuos inspiran respeto.

Los movimientos feministas y queer han provocado un examen de conciencia en todas las industrias. ¿También en su arquitectura? Cuando empezamos Foster + Partners, éramos un equipo de marido y mujer. Y crecimos explorando esta problemática: nuestro primer proyecto, el que nos proporcionó todos los demás, fue en los Docklands. Luchábamos por la igualdad racial, por las condiciones laborales, por que los trabajadores estuvieran bajo el mismo techo que gerencia. Esto era revolucionario en el Londres de los años sesenta, en el East End, la zona más pobre de la ciudad. Hoy sigue habiendo muchos prejuicios y hay que combatirlos.

Hay estudios jóvenes que hacen una arquitectura muy teórica, incluso política, como en los sesenta. Mi prioridad es concentrarme en reducir la huella de carbono de un edificio. En aquello que mejore la calidad de vida de las personas, que las haga estar más sanas y ser más felices. Eso es lo que me interesa.

Foster dibujando en su estudio
Foster dibujando en su estudio(Ángela B. Suarez)

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Sobre la firma

Daniel García López
Es director de ICON, la revista masculina de EL PAÍS, e ICON Design, el suplemento de decoración, arte y arquitectura. Está especializado en cultura, moda y estilo de vida. Forma parte de EL PAÍS desde 2013. Antes, trabajó en Vanidad y Vanity Fair, y publicó en Elle, Marie Claire y El País Semanal. Es autor de la colección ‘Mitos de la moda’.

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