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La némesis de los proxenetas

La activista Alina Kinan.
La activista Alina Kinan.MARIANA ELIANO

“Vos sos muy linda”. Así empezó el infierno de la argentina Alika Kinan. Durante 16 años fue una esclava de la trata. Hoy, amenazada por los criminales, es una figura de referencia en la lucha contra las mafias de la prostitución

En 1995, una compañera del trabajo que tenía por esos días se acercó a Alika Kinan y le dijo: “Vos sos muy linda. Tendrías que estar ganando mucha plata”. Le contó que en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, a unos 3.000 kilómetros de donde ellas estaban, iban a abrir un bar, “un boliche”.

En los años anteriores, la vida de Alika Kinan había cambiado bastante. Había pasado de vivir en Buenos Aires e ir a un colegio privado a mudarse a Córdoba, donde su padre se convirtió en un adicto a las drogas que malgastaba el dinero de toda la familia en apuestas. Alika tenía 18 años, una hermana de 12 y poco para comer. El futuro no parecía promisorio: en la casa ni siquiera tenían agua potable.

“Yo estaba tan pasada de hambre y de pobreza que no hice demasiadas preguntas”, dice por teléfono, recluida en cuarentena. Directora del Programa de Estudio, Formación e Investigación sobre Trata de Personas de la Universidad Nacional de San Martín, hoy integra la mesa consultiva de trata en el Mercosur. Pero en esa época, desesperada, aceptó la propuesta. A los tres días le mandaron el pasaje de avión.

Sus empleadores la fueron a buscar al aeropuerto y le confiscaron el documento de identidad. Si bien la trataban de manera cariñosa, le informaron de lo que debía: a la plata de los pasajes tenía que sumarle la comida y el alquiler del cuarto. Bien vestida, maquillada, con zapatos de taco alto y rico olor, por noche tenía un promedio de 8 clientes, aunque podía llegar a acostarse con 30. La manera de evadirse de todo aquello era no pensar: cocaína y alcohol.

Así vivió durante 16 años: en el medio se enamoró de un cliente que terminaría siendo el padre de sus tres primeras hijas. El hombre le prometió un viaje a España en busca de una nueva vida y la terminó paseando por varios prostíbulos de Barcelona. Sin saber adónde acudir en busca de ayuda, la primera vez que su expareja pegó a una de sus hijas, Kinan huyó a Argentina. Dejó a las nenas en Córdoba y en 2010 otra vez aceptó el pasaje en avión a Tierra del Fuego y una nueva deuda infame. “Ya no solamente tenía que subsistir yo, sino que debía asegurarme de que mis tres hijas comieran, tuvieran pañales y un techo”, dice al recordar esos otros dos años más de abusos, golpes, gemidos y transpiración ajena.

El 9 de octubre de 2012, la gendarmería entró al prostíbulo: ella y sus compañeras pensaron que las iban a meter presas, pero las estaban liberando. Unos meses después viajó a Mar del Plata y se reencontró con sus hijas. Allí empezó a estudiar: recién entonces tomó conciencia del modo en que la habían esclavizado y decidió iniciar acciones legales.

En 2016, un tribunal condenó a su captor a siete años de prisión y reconoció la responsabilidad de la Municipalidad de Ushuaia por ser “partícipe necesaria” de la existencia de la red de trata. Fue la primera vez que una víctima se constituyó como querellante contra sus proxenetas. Hoy Kinan espera un segundo juicio que incluirá la acusación de otros responsables de su calvario y trabaja pensando políticas públicas para poder asistir y contener a las víctimas. “Seguiré reclamando que se criminalice a quienes pagan por sexo y se endurezcan las penas para los proxenetas”, dice desde una casa en la provincia de Buenos Aires. Mañana ya no estará viviendo allí. Como parte de un esquema de seguridad propio, se mudará una vez más. Así protege su vida y la de sus seis hijos: moverse para que no la maten forma parte de su rutina.

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