La región italiana que controló la covid-19
Reacción rápida de las autoridades sanitarias, pruebas masivas y aislamiento de enfermos y de sus contactos cimentaron el éxito del Véneto en su lucha contra la pandemia.
Vo' Euganeo, un pequeño pueblo de 3.275 habitantes en la región de Véneto, se convirtió a finales de febrero en un laboratorio al aire libre contra la lucha contra la covid-19. No hubo secretos, solo pruebas masivas y aislamiento de enfermos y sus contactos. A partir de ahí, la región aplicó un modelo parecido al de Corea del Sur y logró doblegar una curva que crecía en paralelo a la de Lombardía y que hoy ha evitado unos 9.000 muertos con respecto a su vecina del norte.
Lo explica susurrando al teléfono Andrea Crisanti (Roma, 1954), mientras entrelaza verdades científicas. No necesita gritar ni convencer a nadie. Profesor de parasitología molecular del Imperial College de Londres, experto en el estudio de la malaria y director del Laboratorio de Virología y Microbiología de la Universidad de Padua, tiene muchas más respuestas que la mayoría de virólogos de guardia que estos días proliferan en las tertulias.
La investigación de Vo’ Euganeo fue un éxito. Pero el terreno, admite el hombre a quien el Gobierno de esta zona de Italia ha confiado su suerte en una crisis que entró a Europa por esta puerta, era especialmente propicio. Véneto y el laboratorio de la Universidad de Padua tenían ya mucha experiencia en este tipo de investigaciones. La región debió lidiar varios veranos con el virus del Nilo Occidental, que traían sobre todo los mosquitos y provocaba fiebres altísimas. Un cuadro relativamente parecido al de la covid-19, especialmente en su confusa detección. “Hacía tiempo que estábamos preparados para diagnósticos de enfermedades con transmisión de vectores. El laboratorio, además, es una referencia para el estudio de la transmisión de la gripe”, señalaba Crisanti. Tenían la experiencia y la base química para el diseño de los test sin necesidad de sufrir las dentelladas de un mercado en plena especulación.
La fotografía del contagio se realizó antes y después de la cuarentena de 14 días y arroja ahora varias ideas sobre las que Crisanti ha empezado a trabajar para una segunda experiencia que durará seis meses más. La primera conclusión es muy pesimista y señala que no hay ni un solo indicio de que haber contraído el virus proporcione inmunidad. Podría suceder, no lo descarta, pero la hipótesis contraria es igual de real ahora mismo. De modo que todo lo que se proponga alrededor del llamado pasaporte de inmunidad le parece “una estupidez enorme”. La conclusión complica también su percepción respecto a la posibilidad de encontrar una vacuna en un periodo corto de tiempo. La solución serán los tratamientos, los test masivos y el aislamiento.
El estudio de Vo’ concluyó que el 43,2% de los positivos eran asintomáticos, pero igual de contagiosos que el resto. Bombas de relojería. Ese fue el principal problema en la segunda ronda de test (se realizó al 71,5% de la población), cuando la enfermedad estaba aparentemente ya casi extinguida. Y ese, cree, es un indicio de por dónde irán los tiros. Después de los 15 días de confinamiento, la mayoría de contagios se produjo en el ámbito familiar y en el círculo más cercano.
La buena noticia, sin embargo, es que de los 234 sujetos analizados de entre 0 y 10 años, ninguno resultó infectado, pese a que vivían entre personas positivas. Crisanti se basa en eso para afirmar que los niños en esa franja de edad podrían volver hoy mismo al colegio. El problema, señala con algo de ironía, podrían ser más bien las madres esperando a sus hijos en la puerta de los centros y charlando entre ellas.
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