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Columna
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Marea blanca

Nuestra clase política alardea de la mejor sanidad del mundo porque somos campeones de trasplantes y otras proezas técnicas, pero en realidad se trata de un gigante con pies de barro

Enrique Gil Calvo
Vista de la entrada de urgencias del Hospital Civil de Málaga.
Vista de la entrada de urgencias del Hospital Civil de Málaga.Jorge Zapata (EFE)

Los balcones madrileños aplauden por la noche al personal sanitario que está soportando el impacto de la pandemia. Como los bomberos de Nueva York ante la caída de la Torres Gemelas, hoy nuestros únicos defensores son los mismos héroes y heroínas que protagonizaron en 2012 la Marea Blanca de lucha contra el desmantelamiento de la sanidad. Es el gran consuelo que compensa el patético espectáculo de nuestra clase política, siempre enfangada en sus confrontaciones partidistas e incapaz de cooperar en el supremo objetivo común: la resistencia contra el ascenso del mal. Además de resistir el choque viral, habría que reestructurar todo nuestro sistema sanitario para que la próxima vez no pase igual y nos podamos salvar.

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Las cifras están demostrando que junto con Italia seguimos siendo el enfermo de Europa, puesto que aquí abajo la epidemia crece más rápido y es mucho más letal que en el resto. Por eso nuestras Bolsas caen con mucha más fuerza, como en la Gran Recesión de hace un decenio, cuando la prensa europea nos tachó de PIGS. Y ese sambenito continúa pareciendo verosímil ahora: la difusión geográfica del virus se está concentrando al sur de Europa en los territorios de la Contrarreforma, como si el virus se cebara con los católicos en vez de los protestantes. No parece creíble este sesgo religioso, aunque los musulmanes se crean inmunes. Tampoco se trata de higiene o climatología, sin ignorar que la sociabilidad callejera de los latinos promueva con creces la transmisión viral. Y lo más probable es que todo se deba a la insuficiencia de nuestro sistema sanitario.

Nuestra clase política alardea de la mejor sanidad del mundo porque somos campeones de trasplantes y otras proezas técnicas, pero en realidad se trata de un gigante con pies de barro. No sólo tenemos un alto nivel de corrupción sanitaria (Informes UE de 2013 y 2017) causada por la colusión público-privada-farmacéutica, sino que además nuestra pirámide sanitaria está invertida: exceso de gasto destinado a la medicina de lujo y miseria relativa en la medicina de base, con dramática escasez en atención primaria, enfermería, camas hospitalarias, servicios de urgencia, etc. Sanidad puntera en la cima, tercermundista en la base: fértil caldo de cultivo viral.

Hay tres razones que explican tanta deformidad. 1) La desigualdad clasista que se traduce en una duplicidad de redes sanitarias publico/privadas, determinante de un elevado gasto sanitario privado cercano al estadounidense, mientras el público es muy inferior a la media europea. 2) La competición entre comunidades autónomas, que pugnan por la alta medicina de escaparate de alto rendimiento electoral (los Guggenheim sanitarios), mientras desprecian la medicina de base. 3) Y por supuesto, el austericidio de la salud pública iniciado en 2012, con duros recortes presupuestarios y desmedidas pero rentables privatizaciones. Menos mal que la Marea Blanca del personal sanitario logró detener in extremis aquella privatización salvaje. Y eso permite albergar la esperanza de que también ahora logre resistir y parar el salvaje ataque viral. Pero el día de después habrá que reestructurar la sanidad.

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