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¿Cómo influye la genética en el éxito?

Los investigadores concluyen que ciertas predisposiciones hereditarias ayudan, pero que la plasticidad del cerebro hace que esté en nuestras manos conseguirlo

Rubén Montenegro
Rubén Montenegro

Los científicos han descubierto que nuestro cerebro tiene centros específicos que nos encaminan al éxito. También han demostrado que nuestra plasticidad neuronal es tan poderosa que, incluso, somos capaces de crearlos o de mejorarlos. Así lo reconoce un estudio sobre la ciencia del éxito publicado en el último monográfico de la revista Time. El éxito siempre ha sido un concepto anhelado, escurridizo y tremendamente subjetivo. Para algunos supone disponer de una buena posición en una empresa o una vasta cuenta corriente. Otros dan más importancia al hecho de contar con una extensa red de amigos y una salud excelente.

No existe un consenso sobre el éxito, pero sí parece que alcanzarlo depende de ciertas habilidades. Uno de los estudios más famosos sobre la materia comenzó en los años sesenta en Estados Unidos. Walter Mischel, investigador de la Universidad de Stanford, propuso una sencilla prueba a niños entre cuatro y seis años. Si aguantaban sin comer una golosina durante 15 minutos les daba un premio. Negarse se antojaba más complicado de lo que puede parecer, ya que los pequeños tenían la golosina frente a sus ojos. Los niños hicieron todo tipo de estrategias para evitar comérselas. Algunos fracasaron en el intento y la engulleron, pero otros consiguieron el propósito.

Al cabo de los años, Mischel analizó qué había sucedido con aquellos niños que habían logrado soportar la tentación. El resultado es que habían conseguido mejores notas académicas, soportaban mejor el estrés y tuvieron más éxito social. Evidentemente, no fue la golosina lo que les llevó a obtener esos logros, sino su capacidad de autorregulación. O dicho de otro modo: la habilidad para posponer la recompensa inmediata por otra mejor. La paciencia es una característica fundamental para el éxito.

“No como este pastel, que me apetece muchísimo, por la dieta”; “no le digo a esta persona lo que pienso, aunque quiera, porque no me conviene en un futuro”; “me quedo a estudiar, aunque preferiría irme de marcha con los amigos”. Son solo algunos ejemplos de autorregulación. Para los investigadores posteriores a Mischel, la capacidad de censurar la recompensa inmediata solo predice parte del éxito. Y lo que es más importante, ya aparece reflejada en el cerebro de algunos niños. Esto significa que a algunas personas les resulta más fácil autocontrolarse que a otras. Se trata de una cuestión genética, aunque la educación también ayuda a conseguirlo, según Ian Robertson, profesor emérito de Psicología en el Instituto de Neurociencia del Trinity College de Dublín (Irlanda).

La naturaleza y la educación forman un tándem extraordinario para el éxito y, sobre todo, para aquellas habilidades que no se enmarcan en los cocientes intelectuales. Ya lo avanzó el psicólogo estadounidense Daniel Goleman en su famosa Teoría de la Inteligencia Emocional. En su opinión, de poco nos sirve un cerebro brillante y un elevado cociente intelectual si no entendemos de empatía, si no sabemos leer emociones propias y ajenas. Por eso, los mejores directivos no son precisamente los más inteligentes. De hecho, pueden tener colaboradores que les den mil vueltas en cociente intelectual. Hasta un 70% del éxito de los mejores jefes se debe a la capacidad de autoconocimiento y a la gestión personal, aunque también pesa el conocimiento y la influencia hacia los demás. Así lo han confirmado diversos estudios posteriores.

La capacidad de automotivación, el control de uno mismo, la capacidad para asumir riesgos, la mentalidad de crecimiento, la resiliencia o las habilidades sociales juegan un papel crucial para tener éxito en cualquier ámbito de la vida. Según los estudios de resonancia magnética, se ha comprobado que, en el caso de los directores generales, por ejemplo, la sección del cerebro dedicada al análisis y a la organización (cuadrante inferior izquierdo) y la dedicada a las relaciones personales y emocionales (cuadrante inferior derecho) parecen estar mejor integradas. Este hecho tiene que ver con cierta predisposición genética pero, aún más importante, con la educación temprana y la formación posterior, como defiende Ian Robertson, autor de The Winner Efect.

Las investigaciones sobre este asunto concluyen que el éxito depende de ciertas predisposiciones genéticas, pero aún más importante, de variables ambientales como la educación, el contexto que escojamos y nuestra voluntad de cambio. Por eso, la plasticidad casi infinita de nuestro cerebro nos lleva a pensar que, si queremos ser exitosos, todo depende de nosotros. Está en nuestras manos conseguirlo. Una buena noticia para aquellos que se comieron (o nos hubiésemos comido) la golosina hace años.

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