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ideas / transformaciones
Columna
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Sofás globalizados

Quizás ahora sí estemos ante una verdadera globalización cultural, hasta hace poco confundida con una universalización de la cultura estadounidense

Los actores Can Jamal (a la izquierda) y Demet Ödzemir en la telenovela turca 'Erkenzi Kus' (2019).
Los actores Can Jamal (a la izquierda) y Demet Ödzemir en la telenovela turca 'Erkenzi Kus' (2019).
Andrés Ortega

Echarse en el sofá y conocer otros mundos con cierta intimidad es ahora posible gracias a las plataformas estadounidenses. Porque se han globalizado, no ya en alcance, sino en contenidos, y se han convertido en portadoras de una cultura global, necesariamente diversa.

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El fenómeno va más allá del sofá. Quizás lo más significativo en este entorno haya ocurrido cuando Parásitos, del director Bon Joon-ho, sin una sola palabra en inglés, pero con patatas fritas españolas, se convirtió en la primera en una lengua no inglesa en ganar el Oscar a la mejor película y otros galardones, lo que molestado mucho a Donald Trump. Quizás no sólo por tratar un tema coreano, sino uno casi universal: la desigualdad y la aparición de una “nueva clase sirviente”, tema que abordó hace unos meses Derek Thompson en la revista The Atlantic. Quizás ahora sí, finalmente, estemos ante una verdadera globalización cultural, hasta hace poco confundida con una universalización de la cultura estadounidense (aún muy dominante).

Las plataformas de streaming tienen una audiencia crecientemente global (Netflix, 167 millones; Amazon Prime, 150 millones, etcétera) y distribuyen series que rompen el cuasi monopolio anglosajón. De ahí que Leo Lewis hable del “poder del sofá globalizado”. Ahí está el éxito global de la española La casa de papel u otras series. Estas plataformas nos permiten engancharnos a productos de otras culturas. En él los espectadores ya se van acostumbrando a las versiones originales y los subtítulos, pues no todo se dobla. De nuevo un ejemplo de serie coreana — hay una “ola coreana”—, es Chocolate, en el fondo aburrida pero atractiva por venir de una cultura diferente. O series danesas (¡cuánto aprendimos del sistema político danés con Borgen!), belgas, francesas, finlandesas, por supuesto británicas, pero también argentinas, colombianas —se está produciendo también una globalización de ámbitos en español—, indias o japonesas e incluso chinas.

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La supremacía cultural estado­unidense en este mundo se ve amenazada por películas y series indias y turcas, y bandas musicales coreanas o japonesas. A través de cadenas en abierto o plataformas de pago (aunque hay pirateo). Todo llega fácilmente, a nuestras —¿realmente “nuestras”?— pantallas de televisión, tabletas o móviles.

Fatima Bhutto, nieta y sobrina de dos primeros ministros de Pakistán, lo ha estudiado bien en un nuevo libro, New Kings of The World: Dispatches from Bollywood, Dizi, and K-Pop (nuevos reyes del mundo: crónicas de Bollywood, Dizi y K-Pop, Columbia Global Reports). Bollywood se refiere al cine de la India —que se exporta a 70 países—, Dizi a las telenovelas turcas, y el K-Pop a la música de Corea del Sur, todas con éxito global, incluso en EE UU. Según Bhutto, han surgido “nuevos árbitros de la cultura de masas”, en un mundo en el que los equilibrios demográficos y económicos han cambiado y van a cambiar aún más. Bhutto ve un “amplio movimiento cultural que emerge del sur global”, y lo considera “el mayor reto al monopolio americano de poder blando desde el final de la Segunda Guerra Mundial”.

Estas películas o series llegan al norte de África y al mundo subsahariano. Es una cierta modernidad no occidentalizada. Bhutto ve en este éxito también un rechazo al neoliberalismo. Las salas de cine se están vaciando —no en la India— en favor de los sofás caseros, o del móvil en los desplazamientos, aunque ya no sean los sofás familiares de antaño, porque esta multiplicación de la oferta también ha atomizado la antaño atención conjunta de las familias. Hay que añadir la cultura que se transmite a través de los videojuegos, también globalizados.

Sin embargo, con alguna excepción, como la sueca Spotify de música, las plataformas globales que hacen posible esa erupción cultural de sur global y de otras culturas son estadounidenses (salvo en China, donde, sin embargo, Hollywood está muy presente). Las plataformas están en una feroz competencia entre ellas a medida que se multiplican. Todas (ahora con Disney, Apple, AT&T, etcétera) quieren entrar en este suculento negocio, que, además, genera productos de gran calidad y recupera artistas que creíamos perdidos por la edad.

Puede que haya “nuevos reyes”, mas ¿cuáles son los reinos? Los de los sofás. Es decir, los de la economía de la atención, o del entretenimiento, que, en parte, es desatención.

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