Las matrioskas de Latinoamérica
A pesar de su belleza exterior, a medida que observamos las capas internas vemos las grandes desigualdades e injusticias sociales que esconde América Latina
Así como en la popular muñeca rusa podemos encontrar copias cada vez más pequeñas de sí misma, el continente latinoamericano se replica hacia su interior, encontrando un continente de países con países más pequeños dentro.
Hay ciudades inmensas como Lima, Buenos Aires o Ciudad de México en las que algunos barrios tienen más población que la mayoría de las ciudades en España. Por ejemplo, en el barrio de San Juan de Lurigancho (Lima, Perú) viven más personas que en toda Extremadura, Navarra o Asturias. Los territorios, a su vez, están compuestos por cientos de ciudades, poblaciones y distritos que cuentan con sus propios sistemas sociales. Cientos de miles de personas en todo el continente viven al margen de la institucionalidad, sin prestaciones sociales y con acceso muy precario a los servicios básicos o a las políticas públicas.
A diferencia de la matrioska, que cada copia es exacta pero de menor tamaño, las capas en los países y ciudades en Latinoamérica están cada vez más desgastadas. Podemos encontrar ciudades con fronteras, zonas residenciales delimitadas con muros, vallas o alambradas. Algunos de los territorios están prohibidos para muchos y habitados por algunos pocos. Si bien sabemos que en todos los países y ciudades del mundo hay desigualdades, no podemos olvidar que ocho de los 10 países más desiguales del mundo están en Latinoamérica o el Caribe, y que es allí donde se concentran las mayores diferencias de acceso a oportunidades. Por ejemplo, dependiendo de la zona de Santiago de Chile donde hayas nacido o vivido tu esperanza de vida puede incrementar 18 años; en el caso de Panamá, 15 años; y en Ciudad de México, nueve. De igual forma, de acuerdo con el territorio donde vivas en Chile puedes tener hasta ocho veces más presupuesto municipal, lo que se traduce en servicios, infraestructura y calidad de vida.
Los estallidos sociales vividos en los últimos meses en Chile, Colombia, Ecuador o Bolivia responden a un agotamiento del sistema económico y social
En la matrioska cada muñeca está al interior de otra: a medida que llegamos a las muñecas más pequeñas, estamos cada vez más lejos de la principal, y ese aislamiento también se produce en las ciudades en Latinoamérica. Los círculos relacionales son tan cerrados y la movilidad social tan baja que se produce un aislamiento total entre las clases sociales. Las poblaciones quedan enmarcadas en territorios incomunicados y estas terminan concentrándose en las mismas escuelas, en los mismos centros de ocio y, por tanto, en los mismos círculos sociales y laborales. Esto produce un efecto perverso ya que la clase media emergente, al encontrar más oportunidades a través de los activos monetarios, tiende a dejar de lado el uso de los servicios comunitarios o públicos apostando por la privatización de estas. Si la clase media abandona el sistema público, la exigencia de la calidad de los servicios pierde fuerza: si puedo llevar a mis hijos a un colegio privado porque quiero asegurarles un buen futuro, ya no necesito exigirle al estado que la educación pública sea de calidad. Es entonces cuando esa espiral se repite en el transporte, en la vivienda y en los servicios públicos.
Imaginemos que de forma repentina desaparecieran todas las personas que habitan una gran ciudad latinoamericana. Si décadas después una antropóloga o un arqueólogo acude a estudiar esta civilización, encontrarán muchas civilizaciones distintas en una extensión relativamente pequeña de territorio. Hallarían evidencias de que estas comunidades construían con materiales diferentes sus casas. Su alimentación, vestimenta e incluso su aspecto físico serían muy distintos. Sería imposible concluir que eran habitantes de la misma ciudad, y que, de cara a la carta magna, eran sujetos con los mismos derechos.
Los estallidos sociales vividos en los últimos meses en Chile, Colombia, Ecuador o Bolivia responden a un agotamiento del sistema económico y social. Son gritos desesperados de las muñecas más pequeñas desde lo profundo de una gran muñeca que, pese a su belleza y sus colores llamativos, esconde grandes injusticias.
Debemos caminar como sociedad a romper el paradigma de la matrioska, donde unas muñecas grandes fagocitan a otras. Es indispensable permitir que todas las muñecas crezcan por igual, repartiendo de una forma más justa las muchas riquezas y oportunidades que ofrecen los países. Solo así podremos ver un verdadero progreso humano, sin dejar a nadie atrás.
Rafael Moyano Gómez es director ejecutivo de la Corporación Educacional Escuelas del Cariño.
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