Reencuentros en la tercera fase
La debilidad de Sánchez puede ser una oportunidad si sirve para ingeniar soluciones
Cataluña, claro está, es la clave de bóveda de una legislatura de vértigo. Afrontar la rebelión del campo o la financiación autonómica puede tener más perentoriedad y coherencia para un Gobierno de izquierda, pero sin Cataluña se desmorona el proyecto sostenido en una mayoría inestable. Y avanzar por ahí, desde una peligrosa debilidad al depender precisamente de quienes más han socavado la estabilidad con el procés, es una operación de alto riesgo. Los propios indepes no han ocultado que esa debilidad es clave en su estrategia. Saben que Sánchez los necesita y que tendrá que hacer de la necesidad virtud. Si no es mucho creer.
De momento, Sánchez se ha presentado con una Agenda del Reencuentro de retórica altisonante, como si se tratara de India y Pakistán en Cachemira o de Palestina e Israel en Camp David. Esa concesión a la sensiblería petulante del secesionismo, aunque podría parecer el título de una novela de Mary Higgins Clark, no le ahorrará un horizonte de aúpa. Va a ser un itinerario bajo el fuego, como la Brigada Ligera en Bataclava; casi suicida, como en el poema de Tennyson, bajo todos los fuegos. Desde la derecha, con la acusación de felonía traicionando a España; desde el nacionalismo, con la represión antidemocrática; desde las comunidades, incluso socialistas, con la lógica del agravio… y no acaba ahí.
La derecha no va a dar la menor tregua ni siquiera para constatar en qué queda la negociación. Todo se interpretará desgarradamente como pleitesía o rendición. A pesar de usarse el protocolo oficial, ya se han rasgado las vestiduras como si Sánchez actuara como mandatario extranjero en su propio país, con la prensa conservadora exprimiendo toda la semántica de la “humillación” y el “vasallaje”. Poco importa que Torra aún sea el presidente de ocho millones de españoles, incluso aunque él mismo solo se reconozca en la mitad. El sectarismo se realimenta con el sectarismo. La derecha, en fin, no va a conceder un solo centímetro para maniobrar, exhibiendo por cierto una fatuidad insólita considerando el éxito de la gestión del procés por el PP. Y las comunidades van a servir de barricadas —Ayuso ya va de Manuela Malasaña, y ahí está el presidente de Murcia proclamando que “Sánchez quiere que Murcia estalle o reviente”, ahí es nada el nivelito— pero además pueden contar con barones socialistas a fuerza de agravios, caso del IVA. Y su peor pesadilla siempre vendrá del frente independentista, donde es inútil esperar cualquier lealtad institucional más allá del tacticismo preelectoral. En definitiva, como ya le dijeron en la investidura, les “importa un comino la gobernabilidad de España”.
La debilidad siempre es un peligro en política. Pero también puede ser una oportunidad si sirve para ingeniar soluciones que rompan los esquemas. Está por ver si la debilidad de Moncloa y de la Generalitat conduce al pragmatismo o al vacío. “Aquellos que tenemos principios firmes no tenemos miedo a hablar de nada”, ha dicho Sánchez. El problema de momento es cómo confiar en quien ha cambiado tanto de principios firmes.
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