La tribu informática que florece en un parque natural asturiano
El economista Daniel Suárez lidera a un grupo de ingenieros, programadores y matemáticos que desarrollan desde un parque natural asturiano un programa de inteligencia artificial para firmas como Google e Ikea.
EN UN REMOTO rincón de Asturias, tan rural que incluso las señales de la carretera advierten de la presencia de osos, un jovencísimo grupo de 40 personas —ingenieros, programadores, matemáticos, filólogos— trabaja desarrollando un programa de inteligencia artificial “para revolucionar la forma de pensar y actuar de los mamuts”, que es como a Daniel Suárez, al frente de la start-up Zapiens, le gusta referirse a las multinacionales. “Mi equipo lo forman los mejores en lo suyo; es la ventaja de ser una familia tan pequeña”, dice este economista de 39 años, que al hablar mezcla el entusiasmo de los pioneros de Silicon Valley con la candidez de un pastor asturiano.
Zap, el robot que perfecciona a diario en las viejas escuelas de su pueblo, Pola de Somiedo, ha logrado seducir a titanes como Microsoft, Google, Ikea y Vodafone. Esta última operadora es su mayor cliente al implantar la herramienta tecnológica en todos sus departamentos. “Lo que hace diferente a nuestro robot es que conecta humanos, no los sustituye”. Lo explica así: “Es como si fuera un telefonista. Tú le escribes una pregunta en el móvil y él es capaz de entenderla y enviársela a la persona de la empresa que tenga el conocimiento suficiente para responderla”.
Zap también sirve a las compañías para detectar talento en rincones insospechados de su escalafón. “Estas marcas se están dando cuenta de que el que más sabe no siempre ocupa la cúspide”. Treinta multinacionales —Hyundai o Camper acaban de contratar sus servicios— sacan ya partido de su ingenio.
En medio de un prado donde la hierba le cubre la mitad del cuerpo, Suárez se siente en plenitud: “En Somiedo llevo una vida monacal, y eso para la investigación es esencial”. Pero su trabajo le obliga a pasar la mitad del año en el extranjero, pregonando las bondades de su invento. Así captó el interés de Google, en un encuentro en Madrid del que surgió una invitación a San Francisco, donde también atrajo a Microsoft, con quien trabaja para incorporar su robot a Teams, la plataforma que rivaliza con Slack en la gestión del trabajo en equipo. Y acaba de recibir una jugosa subvención de la Unión Europea en su lucha con EE UU y China por el liderazgo en el campo de la inteligencia artificial. Un crecimiento vertiginoso que no parece cegarle: “He rechazado ofertas de fondos de inversión de hasta dos millones de euros; entiendo que los grandes quieran jugar al póquer, pero yo prefiero hacerlo a la brisca”.
Al final, la clave para este entusiasta de la filosofía —“necesitamos volver al origen, a la ética, a los valores”— está en la educación. “Las empresas las dirigen niños a los que les dijeron: no levantes la mano, estate callado y vomita lo que sepas el día del examen”. Por eso, en sus ratos libres, da clases de emprendimiento a chavales de su pueblo, “para que piensen por sí mismos y no repitan los mismos errores”.
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