El fin de un periodo históricamente anómalo de globalización pacífica
Los aranceles son sólo parte del programa de nacionalismo económico de Trump


Esto no ha hecho más que empezar…
Con los aranceles anunciados esta semana, Trump no quiere exactamente combatir el déficit comercial de Estados Unidos con amplias zonas del planeta. O mejor dicho, no sólo eso: pretende también una recomposición del orden internacional, que ya había comenzado con la demanda de que los países de la OTAN asciendan al 5% de su PIB en defensa (y lo gasten en empresas americanas) y continuará con una serie de medidas, tratadas como instrumentos de ajuste. Aquellas que corrijan lo que él considera una sobrevaloración crónica del dólar, la moneda de referencia mundial, que encarece las exportaciones de su país y tiene efectos negativos sobre sus industrias. El comercio internacional como instrumento de poder sustentado en aranceles, control de las divisas y segmentación estratégica de los aliados. Eso es lo que nos espera.
Stephen Miran es un economista recientemente nombrado por Trump presidente de su Consejo de Asesores Económicos. Por tanto, muy influyente en el pensamiento del presidente. Alumno de Martin Feldstein, el mítico economista de cabecera de Ronald Reagan, en algunos casos ya se ha manifestado contrario a las políticas de la Reserva Federal e incluso del Departamento del Tesoro. Miran es el responsable de una guía para el usuario sobre la reestructuración del sistema de comercio global. En ella se describen explícitamente los fundamentos de la reconstrucción de la base industrial estadounidense y de la ampliación del acceso al mercado interno como instrumento de presión estratégica.
Para ello se reconocen tres fases: la primera, la actual, es la ofensiva arancelaria; la segunda es la división de los países en diversas categorías según se alineen o no con los intereses de EE UU; por último, una batería de medidas de control financiero de los mercados de capitales, con impuestos específicos a los tenedores extranjeros de bonos del Tesoro, con intervenciones directas (con tensiones con la independiente Reserva Federal) en los mercados cambiarios, utilizando las compraventas de divisas para controlar la cotización del dólar.
No es la primera vez que se utilizan los aranceles como instrumento de ajuste. Más bien, lo contrario: también lo hizo, por ejemplo, Joe Biden, aunque lo que les distingue ahora es su intensidad. El pasado miércoles, “el día de la liberación americana” según la ampulosa descripción trumpiana, semejaba a aquel 15 de agosto de 1971 cuando el republicano Richard Nixon, apodado Dick el Tramposo, interrumpió la programación de todos los canales de televisión en horario de máxima audiencia para anunciar lo que luego se conocieron como “Nixon shocks”: congelación de precios y salarios, aranceles del 10%, cancelación unilateral del valor del dólar en relación con el oro (fin del patrón oro), etcétera. Entonces Nixon, como ahora Trump, lo justificó como un intento de limitar las importaciones (aunque no se atrevió a hablar de saqueo, expoliación, violación y robo) con el objeto de rebajar el enorme déficit comercial y favorecer a la industria nacional. El experimento nixoniano no salió bien, y meses después de inflación y crecimiento bajo, aquellos aranceles hubieron de revertirse. Alguien escribió entonces la siguiente metáfora: “El Gobierno de EE UU se enfrentaba a una situación parecida a la de un niño que ha tenido un par de zapatos maravillosos que se le han quedado pequeños”.
En la actualidad quedan muchas incógnitas por responder: ¿son todos los anunciados aranceles para negociar o son permanentes?, ¿se mantendrán, aumentarán o disminuirán dependiendo de la coyuntura?, ¿qué deberán hacer las empresas, establecerse por ejemplo en Europa o Asia o abrir sus plantas en el interior de EE UU? Al tiempo que se responden estas cuestiones, la actividad se retarda y aumentan las posibilidades de una recesión.
Y mientras tanto, ¿qué es de una Organización Mundial de Comercio (OMC) reducida a la nada? Nacida hace 30 años fuera del paraguas de la ONU, está siendo testigo mudo del final de un periodo históricamente anómalo de globalización pacífica, y de la instalación en el mundo de un nacionalismo económico conducido por quien hasta ahora era la principal potencia reivindicativa del capitalismo de laissez faire.
Continuará…
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.