Las guerras comerciales no son solo disputas entre países sino guerras de clase
Los desequilibrios y las desigualdades afectan al mismo tiempo a familias, trabajadores y pensionistas de todo el mundo
![Guerras comerciales](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/MEH2JF6SWZACFKJQDR67275C4U.jpg?auth=e6c87fe3bd5514c46c2ea2285ad3efc84ef4faefb98a7abee5316509192d13d2&width=414)
El 15 de agosto de 1971, EE UU se detuvo por un rato. El presidente Richard Nixon compareció en directo en prime time en todos los canales de televisión americanos (no existían las redes sociales) para anunciar un cambio profundo en la economía mundial y el final de los acuerdos de Bretton Woods. Fue lo que se denominó “Nixon shock”: rompió la vinculación del dólar con el oro, congeló los precios y los salarios, y estableció aranceles del 10% a todas las importaciones de su país, entre otras medidas. El mundo entero quedó afectado.
No ha sido, ni mucho menos, el primer presidente republicano que ha establecido un cóctel entre desregulación y proteccionismo al mismo tiempo. Cuando estalla el crash de la Bolsa de Nueva York en 1929, antecedente de la Gran Depresión, Herbert Hoover aplicó la ley Hawley-Smoot (ley de aranceles) para mitigar los primeros efectos de la catástrofe económica que se venía encima. En ambos casos, el programa más proteccionista fracasó. Nixon dejó morir los aranceles en pocos meses y Franklin Delano Roosevelt, el sucesor de Hoover, también los retiró en cuanto llegó a la Casa Blanca.
Trump tiene pues antecedentes en los que fijarse. Hay diferencias entre el primer y el segundo Trump. El primero aplicó aranceles —que en última instancia son una especie de impuestos que producen una transferencia de los consumidores a los productores— selectivos, sobre todo a los competidores “enemigos”, como por ejemplo China. El que ahora gobierna anuncia aranceles disparando contra todo y contra todos, “amigos y enemigos”. Todavía desconocemos cuáles se harán efectivos y cómo será la respuesta de los afectados, pero hay indicios suficientes para pensar que el impacto de los aranceles que está proponiendo ahora superan con mucho a los anteriores, de 2017. La guerra comercial ha comenzado.
Dos analistas, Michael Pettis y Matthew Klein, han escrito un libro en el que profundizan, desde una mirada heterodoxa, en esos conflictos. El título es suficientemente representativo de la tesis que defienden: Las guerras comerciales son guerras de clase (Capitán Swing), escrito como consecuencia de las primeras medidas proteccionistas relacionadas con la extensión de la pandemia del coronavirus. Es un recordatorio de que ahora todo el mundo está interconectado y que los desequilibrios económicos que se originan en una parte del mundo se transmiten globalmente hasta alcanzar al mismo tiempo a grupos tan variados como los trabajadores emigrantes chinos, los pensionistas alemanes o los trabajadores de la construcción españoles. Para dichos autores, las guerras comerciales son a menudo presentadas como un conflicto entre países, y no lo son. Son principalmente una disputa entre propietarios de activos financieros en un bando y familias corrientes en el otro: entre los muy ricos y los demás. Un arancel significa bajar el consumo a unos en favor de otros.
Tiene tantas dificultades equilibrar el comercio que en las negociaciones para crear el nuevo orden económico mundial de la posguerra no se pudo activar una Organización Mundial del Comercio (OMC) que hiciese de árbitro. Se creó el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, pero la OMC no nació hasta el año 1995. En este organismo multilateral (el único que funciona bajo el principio teórico de “un país, un voto”) están 164 países. Aunque los representantes de algunos de ellos han declarado que denunciarán a EE UU por implantar unilateralmente aranceles, esta reacción es meramente retórica ya que Trump goza de total inmunidad. Hace años que la OMC está desactivada de facto: su órgano de solución de diferencias, que actuaba como una especie de tribunal de último recurso, no está operativo desde el primer Trump porque EE UU se ha negado a sustituir a los magistrados a quienes les ha ido venciendo su mandato, y Biden (que también impuso aranceles) tampoco lo hizo.
La OMC es un organismo hibernado. Mientras tanto, prima la ley del más fuerte ya que la competencia siempre es imperfecta en los mercados reales, es casi imposible encontrar ejemplos de competencia perfecta, y existe una fuerte tendencia a la monopolización.
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