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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Muchos ricos y poderosos piensan que con Donald Trump ya no necesitan disimular más

Bajo el influjo del presidente de EE UU, vuelve a sus orígenes el capitalismo más despiadado y duro

Capitalismo
Productos promocionales de la campaña electoral de Trump cerca de un mitin en Nueva Jersey, en mayo de 2024.Andrew Lichtenstein (Corbis / Getty Images)
Joaquín Estefanía

En los casi 100 días desde que se celebraron las elecciones que dieron la presidencia a Donald Trump, el capitalismo americano ha cambiado de naturaleza. Al menos de forma teórica, pues nunca fue como sus representantes decían que era, o que quería ser. De un “capitalismo de rostro humano” o un “capitalismo woke” hemos vuelto al más despiadado, en el que el rendimiento de las empresas, la maximización de beneficios a corto plazo, es la única forma de medir el éxito, la única misión que tienen.

En ese viaje, aquel capitalismo ha acompañado la extraña aventura de Trump, imperialista, avasalladora, que piensa que el Estado de bienestar promueve comportamientos parasitarios y amenaza la iniciativa individual, por lo que hay que propugnar la liberación de las ataduras regulatorias y el autoritarismo de los hombres fuertes que imponen esta forma de ver las cosas. Ha vuelto con fuerza el “efecto Mateo”: al que más tiene, más se le dará, y al que tiene menos se le quitará para dárselo al que más tiene. Es lo que la filósofa estadounidense Nancy Fraser denomina el “capitalismo caníbal”, en el que la búsqueda del beneficio justifica que sea explotado y destruido todo lo que permite extraer plusvalías: el trabajo, los datos, la naturaleza, la inteligencia, la vida privada, etcétera.

En 2019, poco antes de la pandemia y el gran confinamiento, la parte más inteligente de la cúpula empresarial americana atisbó que podría producirse un cambio político, y que los demócratas (Joe Biden) quizá destronaran al primer Trump. Y se transmutó: se generó un movimiento académico-empresarial-mediático para que el poder económico se adaptase al poder político. The British Academy elaboró un informe sobre la empresa del siglo XXI, fruto de la iniciativa de una treintena de científicos sociales liderados por el profesor oxoniense Colin Mayer, que trataba de “construir la confianza entre las empresas y la sociedad”. Poco después, la Business Roundtable, constituida por los principales directivos de más de 180 grandes empresas americanas de todos los sectores, proseguía la reflexión con un comunicado en el que revocaba de facto el solitario criterio de Milton Friedman de la maximización de beneficios en la toma de decisiones empresariales, sustituyéndolo por otro más inclusivo que además tuviera en cuenta el bienestar de todos los grupos de interés de la sociedad: “La atención a los trabajadores, a sus clientes, proveedores y a las comunidades en las que están presentes”. Algunos de aquellos firmantes han destacado ahora por el apoyo moral y económico a Donald Trump.

Las principales biblias periodísticas del capitalismo (The Economist, Financial Times, The Wall Street Journal…) dieron mucha significación a los documentos de la academia británica y de la Business Roundtable: este cambio no se debía a la benevolencia y a la compasión de las grandes compañías sino al temor a la demonización del capitalismo por sus excesos: financiarización desmedida, globalización descontrolada, poder creciente de los mercados frente a la política, multiplicación de las desigualdades en el seno de cada país… El capitalismo había ido demasiado lejos y no daba respuesta a problemas como los anteriores o al más urgente de todos: la emergencia climática.

Es cierto que no todos los empresarios estaban de acuerdo con ese modo light de entender el sistema económico. Por ejemplo, el Consejo de Inversores Institucionales, compuesto por propietarios o emisores de activos que incluía más de 135 fondos de pensiones públicas con más de cuatro billones de dólares bajo su gestión, afirmó que las juntas de accionistas y los directivos debían concentrarse en el valor para los accionistas; para lograrlo, decía, “es fundamental respetar a las partes interesadas, pero también tener una clara responsabilidad ante los propietarios de las empresas”. Rendir cuentas a todos significaba no rendir cuentas a nadie.

Con el segundo Trump en la Casa Blanca muchos ricos y poderosos piensan que ya no necesitan el discurso de la filantropía, la inclusión, la equidad, etcétera. Cuando estuvo de moda se apuntaron a él, pero ahora no necesitan disimular más.

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