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Los propósitos empresariales están para incumplirlos

La Business RoundTable, que agrupa a 181 gigantes estadounidenses, regresa a su objetivo de maximizar las ganancias de los inversores

Business RoundTable
El director ejecutivo de la Business RoundTable, Josh Bolten, junto al presidente Joe Biden en una imagen de 2022.Leigh Vogel ( Polaris / Contacto)
Miguel Ángel García Vega

Hace ya cinco años. El 19 de agosto de 2019. La noticia fue portada en The New York Times, Financial Times, Wall Street Journal y EL PAÍS. La Business RoundTable, BRT (agrupa a las 181 organizaciones más ponderosas de Estados Unidos), había cambiado su doctrina de décadas. El objeto de la empresa ya no era conseguir el mayor beneficio para el accionista, sino el bienestar de los grupos de interés. Trabajadores, sindicatos, oenegés, proveedores. Una capitalización de mercado de 22,3 billones de dólares avalaba a estos colosos. Google, Walmart, Apple, Cisco, JP Morgan Chase, Amazon. La plutocracia económica bajó al río a lavar sus pecados de las manos. Era su respuesta a qué significaba ser una compañía en el siglo XXI.

Un lustro después, la semántica se ha desmoronado letra a letra. Joshua Bolton, consejero delegado de la BRT, quien trabajó ocho años en la Casa Blanca para George W. Bush, hacía malabares con sus palabras, en agosto pasado, cuando aseguraba que la declaración fue malinterpretada por la izquierda y la derecha. La Mesa Redonda nunca tuvo la intención de respaldar las políticas ESG (ambientales, sociales y gobernanza, en español). No miente. Algunos analistas americanos ironizan que la “S” significa storytellers (cuentacuentos). “Creo que, interpretada de forma correcta, la declaración fue un refuerzo al apoyo al accionista de largo plazo, no al inversor a corto, como los fondos de alto riesgo, que buscan aprovechar las ganancias trimestrales”, resume Bolton. En Europa, describe Rocío Jaureguízar, de Pictet AM, tras años de regulación, vemos una ESG agotada.

O sea, vuelta, con las ilusiones perdidas, a la casilla de salida del monopoly financiero. Retorno a los accionistas. “La BRT será recordada como un excelente ejercicio de declaraciones vacías por parte de magnates empresariales interesados en hablar y no hacer nada”, critica el economista y exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis. “Nunca antes propósitos tan elevados han producido resultados tan insignificantes”.

¿Recuerdan el concepto de capitalismo inclusivo? Olvídense. En 2023, con la Administración de Biden, el director medio de una empresa del índice S&P 500 se llevó a casa 16 millones de dólares, acorde con la agencia AP y la consultora Equilar. Un 13% más que el año anterior. Y los salarios de los trabajadores subieron solo el 4%. Boeing, que ha acumulado tragedias de seguridad con cientos de personas que perdieron la vida, pagó a su expresidente David Calhoun 40 millones de dólares por, básicamente, despedir a trabajadores. “Es la situación más escandalosa de los últimos años”, sintetiza Alejandro Ruelas-Gossi, profesor de la Facultad de Económicas de la Universidad de Navarra.

Ante lo evidente, la BRT se refugia en cifras y justificaciones. PepsiCo sostiene que su plataforma myEducation ha formado a 26.000 empleados, Grow con Google, ha ayudado a más de 11 millones de estadounidenses a adquirir habilidades digitales y Cisco capacitó a dos millones de estudiantes. Pero, incluso, un medio conservador, como Financial Times, entiende la BRT al igual que un murmullo lejano. “Esto era y seguirá siendo una forma de relaciones públicas”, observa Martin Wolf, uno de sus prestigiosos analistas. “Al final, lo que ocurre en las empresas es una cuestión de poder. Las organizaciones están controladas, primero, por sus altos directivos, y luego, los accionistas, y por quienes pueden adquirir títulos o ayudar a hacerlo: diversas clases de instituciones financieras. Estos grupos dirigen las compañías que controlan en su propio interés”.

Cuestión de poder

Se han incumplido los principios iniciales. “La realidad es que los consejeros delegados de las compañías que firmaron el acuerdo casi ninguno lo llevó a sus consejos de administración para ser aprobado y la estrategia siguió basada en los incentivos económicos”, desgrana José García Montalvo, catedrático de Economía de la Universitat Pompeu Fabra (UPF).

A los directivos no les gustan ni los impuestos ni la regulación y el medio ambiente es un polizón en sus estrategias de negocio. Únicamente les inquieta la inflación. Durante su mandato, Trump recortó los gravámenes de las empresas un 40%. Un trabajo de la oenegé Instituto de Fiscalidad y Política Economía (ITEP, por sus siglas en inglés) concluye que la ley les ahorró a algunas de las firmas más grandes y rentables del país 240.000 millones de dólares (216.000 euros) en impuestos entre 2018 (el primer año en completo en vigor) y 2021. Sólo Walmart logró una rebaja de 9.000 millones.

Y ahora promete —si gana las presidenciales— bajar el tipo del 21% al 20% y reducir la regulación ambiental a las petroleras. “La BRT ha sido un intento de los consejeros delegados de las empresas de EE UU por marcar ellos el paso en los temas de sostenibilidad y no dejar que los políticos o los reguladores tomen la iniciativa”, reflexiona Roberto Scholtes, jefe de Estrategia de Singular Bank. “Creo que han fracasado por la relevancia de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) y la regulación que afecta a los mercados financieros”.

Scholtes propone algo interesante. Envía una captura de la pantalla sobre Inditex y los índices ESG y las métricas con las que trabajan. Son complejas. Emisiones, taxonomía, diversidad, inclusión y compromiso con los ODS. Justo de lo que reniegan las gestoras y bancos americanos. Ellos ven más gastos y mayor trabajo. El experto tiene fe en los Principios de Inversión Responsable promovidos por la ONU que aglutinan

—asegura— a más de 3.500 gestoras que manejan 120 billones de dólares en activos. “El mercado debería castigar a las empresas que no operan sosteniblemente”, dice. Pero si Blackstone —el principal fondo de capital riesgo estadounidense— sirve de sistema métrico, su consejero delegado, Stephen Schwarzman, anunció que respaldará a Trump, y el magnate de los metales, Andy Sabin, contó a Reuters que aún “no ha conocido a ningún donante a quien le importe un carajo el juicio [el expresidente fue condenado por delitos graves en Manhattan]”.

Esta es la realidad de la BRT, quedan ruinas. Quizá una vez arraigó la ética, el sentido social, el medio ambiente. Pero… “Este año la inversión en sostenibilidad ha caído con fuerza y hasta BlackRock [la mayor gestora del planeta, mueve 9,42 billones de dólares (8,64 billones de euros)] la está revaluando. La causa principal es que da menos ingresos que otros activos y los inversores trasladan su dinero”, sintetiza el economista José Carlos Díez. El capitalismo lleva 1.000 años comportándose igual. Exige rentabilidad. El propósito solo, un lustro después, semeja vestigios sepultados por promesas incumplidas que va devorando la selva.

Entre el perro y el lobo

El francés tiene una bella expresión: “Entre chien et loup” (Entre perro y lobo). El espacio donde se confunde la atardecida y la noche. Ahí encaja la opinión de Ángel Castiñeira, director de la cátedra Liderazgo y Sostenibilidad de Esade. “Incluso el concepto de profits (beneficios, ganancias) debería ser sustituido por el de prosperity […]. Por eso, no es suficiente con que las compañías tengan un (nuevo) propósito, sino que, además lo cumplan”, zanja. Da igual. Cae la noche. 

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.
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