Una edad chapada en oro: los oligarcas ya están entre nosotros
En tiempos de autoritarismo, confundimos a los hombres de negocios con hombres de Estado
Todo comenzó en 2008 con la elección de Obama. Causó entusiasmo en casi todas partes. En el bando republicano cundió el desánimo y la inquietud ante la deriva que podía tomar EE UU teniendo como presidente a un negro socialista. Algunos de los millonarios que financiaban al partido del elefante estaban tan alarmados que decidieron tomar cartas en el asunto y actuar. Uno de ellos, al que llamaban Pez Gordo, se puso al frente de una potencial conspiración para la cual convocó a otros colegas de colosales fortunas y a algunos viejos amigos de muy alto nivel con contactos en Washington. A las reuniones se incorporaron jueces y generales del ejército. Derivas conspiranoicas del ala más derechista del Partido Republicano. Este es el corazón de la novela La revelación (A. M. Homes, Anagrama), que en algunos casos es perturbadoramente parecida a la realidad, un recordatorio de la insidiosa red de poder que mina la democracia con sus maquinaciones para manipular a la opinión pública.
Qué dará de sí esta segunda legislatura de Donald Trump. A la vista de las medidas anunciadas, algunos analistas han sacado rápidamente a la luz pública el concepto de gilded age, la edad chapada en oro sobre la que escribió Mark Twain: después de la guerra de Secesión hubo una época de una gran expansión económica, acompañada de tremendos conflictos y desigualdades extremas. El libro de Twain era una sátira de los grandes problemas de la nación enmascarados en una muy delgada capa de pan de oro.
Es muy sugerente comparar los mensajes de los dos principales lugares en los que durante toda la semana pasada han emanado mensajes sobre el futuro: Washington y Davos. En la capital americana se ha hablado de aranceles (proteccionismo), imperialismo, negacionismo climático, abandono de organismos multilaterales, desregulación, bajada de impuestos a las personas más ricas y al capital, y ausencia de cualquier tipo de compasión ante los más débiles. Trump ha aparecido continuamente rodeado de su cohorte de amigos plutócratas. Resucitaba así, sin saberlo, a la filósofa Hannah Arendt, que en su obra magna, Los orígenes del totalitarismo, escribe que, en la era del imperialismo, los hombres de negocios se convierten en políticos y son aclamados como hombres de Estado, mientras que a los hombres de Estado sólo se les toma en serio si hablan el lenguaje de los empresarios de éxito.
El “hombre de Davos” ha aparecido difuminado, como pasado de moda. Todos los años, durante unos días del mes de enero, se reúne en esa estación de esquí de los Alpes suizos un fenotipo de empresarios, políticos e intelectuales orgánicos con la intención, la mayor parte de las veces meramente retórica, de buscar fórmulas de colaboración ante las últimas tendencias: la globalización, la inteligencia artificial, las consecuencias de la covid, la cuarta revolución industrial, etcétera.
Durante un tiempo se creyó que Davos era el recipiendario de lo que se denominó “capitalismo de rostro humano”, frente al capitalismo anglosajón, siempre más despiadado. Hace más de tres décadas que el economista francés Miguel Albert se puso de moda por su libro Capitalismo contra capitalismo, en el que enfrentaba al “capitalismo renano”, con un fuerte Estado de bienestar a cambio incluso de ser más lento en el crecimiento económico, frente al “capitalismo americano”, cuyo único objetivo, como había recomendado Milton Friedman, era que las empresas obtuviesen la mayor cantidad de beneficios a corto plazo, sin cortapisa alguna. La victoria arrolladora de Trump, sus ideas, la composición de su gabinete, los amigos que le acompañan hacen pensar que el primero es el gran vencedor y que Davos, paladín de la globalización y el libre comercio, se ha rendido a los encantos del segundo.
El premio Nobel Joseph Stiglitz, que publica libro nuevo sobre la auténtica libertad, ha escrito frases demoledoras acerca de esta etapa: la libertad para los lobos es la muerte de las ovejas. O: usábamos el término oligarca para referirnos a los amigos de Putin y ahora los tenemos entre nosotros.
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