El economista que acunó a Thatcher
La edición conmemorativa de los 60 años de ‘Capitalismo y libertad’, recuerda la enorme influencia del pensador Milton Friedman
La mejor forma de entender el pensamiento y la vigencia de Milton Friedman (1912-2006), uno de los grandes economistas del siglo XX, no es leer sus libros. Gran parte de su interpretación del mundo se encuentra entre las palabras de la novela El manantial (Deusto), escrita en 1943 por Ayn Rand (1905-1982). Más de 700 páginas de alegato a la libertad individual. Orillando a la sociedad y el Estado. El personaje central, Howard Roark, es un arquitecto de 22 años. Jamás claudica. Quiere dibujar lo que sueña dibujar. Quiere construir lo que imagina construir. Antes, elige ser albañil, plomero o soldador que ceder. Queda el hombre y su creación a solas. Su racionalidad individual. Su libertad de escoger. Ese era Milton Friedman.
Los buenos economistas son una evolución de quienes los han precedido. Los grandes, una revolución. Friedman fue revolucionario. Vivió la miseria de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Hijo de inmigrantes judíos de Europa del Este, nació en el barrio de Brooklyn (Nueva York) el 31 de julio de 1912. Poco después la familia se mudó a Rahway (Nueva Jersey). Allí los padres de Milton se ganaban la vida como humildes tenderos. Con 16 años, en 1928, ingresó en la Universidad de Rutgers por su talento en matemáticas. Quería ser actuario de seguros. Una profesión con tanta demanda como la venta de bonos en los años veinte —antes del crash—. Pero su don iba más allá. Uno de sus profesores de Economía le ayudó a conseguir una codiciada plaza en el programa de posgrado de la Universidad de Chicago. En una de sus primeras clases se sentó al lado de Rose Director. Su futura esposa y colaboradora (fallecida en 2009).
Friedman fue lo que estuvo llamado a ser. Un gran creyente de su interpretación económica: la libertad de mercado sin restricciones. Erró y acertó. En 1935, por problemas de dinero, se mudó a Washington DC y trabajó durante cinco años para el Gobierno Federal. Defendió la mínima intervención del Estado, sufrió el antisemitismo y cimentó la Escuela de Chicago. Pero mientras estuvo en Washington —narra en Capitalismo y libertad (Deusto, 2022), el compendio de ensayos y discursos engarzados por Rose D. Friedman, de cuya edición original se cumplen 60 años— colaboró con la Administración y ayudó a diseñar el sistema moderno de retención de impuestos sobre los salarios; una de las bases en la financiación del Estado de bienestar. También defendió que “la inflación es siempre, y en cualquier país, un fenómeno monetario. Por lo tanto hay que recortar la oferta de dinero si la tasa de inflación resulta muy elevada. Esto es algo que todos los bancos centrales practican”, apunta Mauro F. Guillén, decano de la Escuela de Negocios de Cambridge. “E introdujo un sistema de impuestos negativo. Por debajo de un cierto nivel de ingresos se recibiría una ayuda del fisco”. Parecido a una renta básica. Aunque Friedman era liberal. O sea, la doctrina que sustenta a “un hombre libre”. Y como comunicador resultaba visionario.
Dirigía —algo inimaginable para un economista en 1980— su propia serie de televisión de 10 capítulos: Free to Choose. Libre para elegir. Una especie de Carl Sagan (astrofísico famoso por su espacio Cosmos) de la economía que aparecía en la PBS (canal público), era columnista en Newsweek y asesoraba a Richard Nixon, Gerald Ford, Ronald Reagan —El manantial estaba entre sus libros favoritos— e influía en la primera ministra británica Margaret Thatcher, quien reconoció: “Aprendimos en el regazo de Friedman”.
Sin embargo, vamos demasiado rápido por ese océano cósmico —diría Sagan— que es la vida de un ser humano. Y olvidamos su mayor logro. El fin del servicio militar obligatorio. “Ninguna actividad de política pública en la que haya participado me ha dado tanta satisfacción”, escribió más tarde. Nixon lo incluyó en su campaña electoral de 1968. Eran los días de Vietnam y el napalm. Un millón de muertos, 58.000 estadounidenses entre ellos. No era pacifismo sino política económica. “Pagar el precio que sea necesario para atraer la cantidad requerida de hombres”, sostuvo. Profesionalizar el Ejército. La libertad económica generaría la política, pensaba, por eso asesoró a Augusto Pinochet. Uno de sus ministros, José Piñera, quien había pasado por la Universidad de Chicago y llevó la cartera de Trabajo, convenció al dictador de adoptar políticas orientadas al mercado, como privatizar el sistema de pensiones. La idea —aseguró Piñera— procedía de Capitalismo y libertad. Gabriel Boric, el actual presidente de Chile, planea modificar (aunque ha sido muy impreciso) el mecanismo.
La existencia era un lugar donde demostrar sus teorías económicas. Y trabajó con la misma obsesión, solitaria, de Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina. “Era una gran persona, con una capacidad intelectual enorme”, recuerda el economista Juan José Toribio. Toribio es el único español a quien Friedman le dirigió la tesis doctoral. La demanda de dinero con la inflación reprimida. “En principio iba a centrarla solo en Inglaterra, pero después me pidió que añadiese el comportamiento de la demanda en España tras la Guerra Civil”, describe Toribio, quien llegó a Chicago en 1965, con 26 años. Y rememora: “Las correcciones eran muy duras, no había piedad”. Le interesaban los países que habían vivido racionamiento y control de inversiones. Creía —con acierto— que el tipo de cambio se podía usar para corregir los desequilibrios entre países sin mucho sufrimiento.
Resulta inquietante que bastantes economistas encuentren en el dolor una rama de estudio. La Depresión de 1929 —defendió Friedman— la causó la Reserva Federal al no inyectar suficiente dinero a la economía. Transformó una crisis manejable en una catástrofe. Con la receta aprendida, abarrotar los mercados de dinero ha sido la estrategia que ha usado el Banco Central Europeo o la Reserva frente a la covid-19. “Seguimos enseñando sus teorías. Una política monetaria expansiva [mucho dinero en circulación] conduce a la inflación, aunque vimos en el crash de 2008 que no siempre es así. Sin embargo, ahora padecemos la situación contraria. Precios desorbitados. En el fondo, cada crisis es única”, admite David Murillo, profesor de la escuela de negocios Esade. Es injusto valorar las teorías económicas por su vigencia. Todas responden a un tiempo y sus amenazas.
“Milton poseía una visión del mundo económico y la defendió con sus argumentos”, cuenta por teléfono Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001, cuyo pensamiento está en el extremo de la geografía friedmaniana. La existencia sigue esa ley no escrita de ensayo y error. “La ideología de libre mercado ha llevado a perseguir solo la generación de valor a corto plazo, dañando el empleo y aumentando los desequilibrios”, relata el Nobel. Pero para Friedman tenía infinito sentido maximizar los beneficios de las compañías. Pues ya se ocuparían ellas, libremente, de distribuirlo a causas sociales, puntualiza Gregorio Izquierdo, director del Instituto de Estudios Económicos.
Seis décadas después, Capitalismo y libertad sigue sosteniendo los cimientos de la Escuela Austriaca de economía (basada en el individualismo), con Mark Skousen (privatizaciones), Bob Murphy (anarcocapitalismo), Peter Klein (gestión), Hans-Hermann Hoppe (teoría política y anarcocapitalismo) o Walter Block (anarcocapitalismo). También el Cato Institute de Washington. Es la pervivencia, quizá extrema, de alguien que fue liberal no anarquista. Es el mundo académico, donde las palabras adquieren la ironía del filo de la navaja. “A Milton todo le recuerda la oferta monetaria. A mí todo me recuerda al sexo, pero no lo pongo por escrito”, narró en 1966 el futuro Nobel Robert Solow, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Sin embargo, el Génesis enseña que ahí se halla el principio de todo.
Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.