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Tolkien inventó hasta 15 idiomas para construir su universo de fantasía

Fotograma de 'La naranja mecánica' de Stanley Kubrick, con palabras en nadsat escritas en la pared.
Fotograma de 'La naranja mecánica' de Stanley Kubrick, con palabras en nadsat escritas en la pared.Album

De Tolkien a Lovecraft y de Cortázar a Burgess pasando por Juego de tronos, todos crearon lenguajes que fueron míticos

Gracias a Borges descubrí la existencia del naturalista John Wilkins (1614-1672), creador de un idioma analítico o lengua artificial de uso universal que nada tenía que ver con el risueño glíglico creado por Cortázar para el capítulo 68 de Rayuela. Inventar una lengua y dotarla de todo lo necesario para que surja una comunidad de hablantes es una vieja obsesión literaria. Julio Verne pinchó la curiosidad de sus lectores cuando en Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) el segundo oficial del Nautilus murmuró “Nautron respoc lorni virch”, una curiosa mezcla de latín, francés y alemán. Años más tarde Arthur Machen creó el aklo para su novela Pueblo blanco (1899) y H. P. Lovecraft lo convirtió en el idioma de El horror de Dunwich (1928) y sobre todo de las historias de Los mitos de Cthulhu (1921-1935).

Orwell también aventuró la existencia de una neolengua en 1984 (1949), aunque Anthony Burgess fue más ambicioso porque creó el nadsat para La naranja mecánica (1962) y el ulam para La conquista del fuego (1981). Burgess hablaba ruso, malayo, chino, español, japonés, italiano, hebreo, sueco y farsi, además del inglés. Por último, los más jóvenes recordarán que Harry Potter y Voldemort hablaban en parsel, lengua inventada por J. K. Rowling.

Sin embargo, nadie como Tolkien ha creado hasta 15 idiomas apoyándose en sus fastuosos conocimientos de lenguas clásicas, inglés antiguo, galés medieval, nórdico primitivo y dialectos escandinavos. Tolkien estaba persuadido de que sus construcciones lingüísticas solo prevalecerían si era capaz de insertarlas dentro de una mitología, y así escribió El señor de los anillos (1954-1955), para que por la vasta geografía de la Tierra Media sus criaturas hablaran el quenya, el sindarin o el adunaico, lenguas élficas basadas en los alfabetos tengwar y rúnico, todas urdidas por Tolkien junto con sus textos literarios fundacionales, como el poema épico Namárië.

La industria audiovisual también ha creado idiomas de ficción, como el ewokese de El retorno del Jedi (1983), el na’vi de Avatar (2009) o el valyrio y el dothraki de Juego de tronos (2011-2019), dos lenguas que al igual que las de Tolkien consienten una norma cortesana y aristocrática junto a otra más bien militar y popular. Sin embargo, la neolengua de ficción más universal creada para una serie de televisión y sus secuelas cinematográficas es el klingon — el idioma de Star Trek (1966-2016)—, cuyos derechos gestionan los estudios de la Paramount. El klingon es una lengua dilucidada que no solo posee bibliografía especializada propia como The Klingon Dictionary (1985), The Klingon Way: A Warrior’s Guide (1996) y Klingon for the Galactic Traveler (1997), sino traducciones de obras clásicas como Hamlet y Mucho ruido y pocas nueces. De hecho, en Star Trek VI: The Undiscovered Country (1991) el canciller Gorkon le advirtió al general Chang que nunca entendería a Shakespeare hasta que no lo leyera en el klingon original. El general Chang falleció en el año estelar 2293 y sus últimas palabras fueron: “taH pagh, taH be” (to be or not to be).

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