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NAVEGAR AL DESVÍO
Columna
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Lo que hace daño

Manuel Rivas

Si se caen las casas y se caen los poemas, estamos perdidos. Y también si se cae Europa, un incordio para las fuerzas rampantes de la descivilización

EN LAS elecciones europeas, hasta ahora, ha habido más abstención que en ninguna otra. En general, en todos los países de la desunida Unión. Pues debería ser al revés. Las que convocasen a más gente. Por un simple cálculo de estructuras. Para que no se nos caiga la casa. Para que no nos la tiren. Porque hay toda una trama para destartalarla.

Es verdad que la actual Unión es muy imperfecta. A veces da náuseas. Cuando el Parlamento, desposeído de poder real, parece una entidad desplazada a la Heliopausa. Cuando quien determina la política social, lo que de verdad puede cohesionar a Europa, es un eje financiero que funciona a la manera con la que describía Mark Twain a los bancos: te prestan paraguas en verano y te los quitan si llueve a cántaros. Cuando la conjunción de los lobbies del “nuevo” liberalismo y las élites del “viejo” estatismo deciden a sus anchas e ignoran a la ciudadanía. Cuando en los discursos se halaga a la sociedad civil, pero tocan a rebato si esa sociedad se activa y lucha contra la sustracción de derechos.

La Unión Europea es muy imperfecta, pero, con todo, es un incordio para las fuerzas rampantes de la descivilización. Molesta la Unión. Y mucho más molesta la posibilidad de más Unión. Que se consolide una ciudadanía europea. Quienes quieren desmontarla, desde fuera y desde dentro, saben que la identidad de la Unión responde a una saudade, a una añoranza del porvenir: no hacerse más daño. Después de tantas guerras, después de tantos incendios humanos, había que construir una casa común. Y para esa tarea era imprescindible el cálculo de estructuras. Es la base de la arquitectura y también de la poesía. Para que no se caigan las casas, para que no se caigan los poemas. Eso quien lo explica de maravilla es el gran Joan Margarit, catedrático de cálculo de estructuras y autor de Casa de Misericordia. Si se caen las casas y se caen los poemas, estamos perdidos.

Y también si se cae Europa. Hay mucha gente desencantada de la política, tal vez porque tenía de ella una visión providencial. Yo no estoy desencantado, ni encantado, porque no espero milagros. Me parece suficiente milagro una política que no haga daño. Aunque imperfecta, que no cause desperfectos. Que no penalice la libertad, que no normalice la injusticia, que frene la guerra contra la naturaleza. Una política que no se nos caiga encima.

Quienes quieren desmantelar Europa saben que la mejor forma de hacerla inhabitable es envenenar el aire con odio. Y el pesticida más dañino es la xenofobia. Las campañas contra la inmigración no tienen ningún fundamento económico. Al contrario, sin inmigración Europa se convertiría en un maldito sitio triste. No hay más que verle la cara a Orbán y compañía. La política de hacer daño. Pura ideología estupefaciente. Como dice Roberto Saviano, la xenofobia es “un arma de distracción masiva” para irse haciendo con las mentes y los votos. Que no exista una política migratoria inteligente y generosa causa un daño dramático a los inmigrantes, pero también desalma Europa. Ese sí que es un desarme, el desalmarse.

Deberían ser estas las elecciones con mayor participación. Para evitar que Europa sea abordada por los políticos del daño. Para que no se extienda la política que hace daño.

Deberían poder votar, y los primeros, las personas inmigrantes y refugiadas. Poner las urnas en los hacinados campamentos de Grecia. En Moria de Lesbos, Samos, Quíos, Leros y Kos. Deberían poder votar los cientos de miles de personas que llevan una vida de invisibles, muchas menores, trabajando en condiciones de trata y explotación. Deberían poder votar los miles de desaparecidos por crímenes de lesa humanidad en España, pues los políticos del daño les niegan incluso la condición de muertos a quienes exhumar.

¿Y por qué no? Deberían votar también los animales acosados o en peligro de extinción. Los bosques primigenios atacados y talados, como el de Puszcza Bialowieska en Polonia. O sin ir más lejos, los robles centenarios abatidos en la Ribeira Sacra de Ourense. Deberían poder votar los ríos, muchos de ellos envenenados y “hormonados” por pesticidas en gran parte ilegales. Deberían poder votar montes, valles, humedales, borrados del mapa por sobreexplotación minera. Deberían poder, en fin, votar las cartas de amor que no se enviaron.

Mientras no se amplía ese censo de la saudade del porvenir, podemos votar de su parte, por toda esta gente, por la naturaleza y por nosotros. Por una política que no haga daño.

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