La moda quiere dejar de ser la segunda industria más contaminante del planeta
La industria quiere mostrar una nueva cara. ¿Objetivo? Fabricar productos con una manufactura ética y que sean responsables con el medio ambiente. ¿Estamos ante un mito o una realidad?
EL PASADO 1 de febrero, la industria de la moda sacaba pecho en la sede de Naciones Unidas. Al menos, el sector del negocio textil más socialmente relevante y económicamente significativo (300.000 millones de euros en valor de mercado) del momento. Reunidos durante una única jornada de conferencias y debates, los adalides del streetwear —junto a científicos medioambientales, investigadores tecnológicos, deportistas e incluso astronautas de la Nasa— convinieron que o empezamos a vestirnos de manera sensata, o el planeta no va a resistir mucho más nuestros estragos indumentarios. “La adicción a comprar ropa barata y desechable está creando una crisis ecológica global y, a pesar de todas las iniciativas y colecciones conscientes, de todos esos programas de responsabilidad corporativa, no estamos yendo lo suficientemente rápido”, advertía Dio Kurazawa, director de la división de denim de la consultora de tendencias internacional WGSN. “La cuestión es que nos encontramos ante un cisma ideológico. Es más: ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la sostenibilidad? ¿Se trata, simplemente, de reducir en lo posible el impacto negativo de las marcas, de poner de verdad patas arriba nuestros hábitos de consumo o de un lavado verde de cara?”.
La del experto en cuestiones sostenibles del territorio vaquero es, claro, la pregunta del millón. Y la respuesta, en especial a la hora de comprar, aún resulta algo confusa, aturullada por etiquetas que proclaman orgánico, bio, eco, ético… en prendas y accesorios de todo rango y precio. “Como palabra misma, sostenibilidad no es un término definitivo. Hay muchas maneras de ser sostenible. Observar el producto y ver cómo puedes reducir el uso de agentes químicos, el consumo energético y el gasto de agua en su proceso es solo el inicio de la conversación”, esgrime Kurazawa, que sabe de lo que habla por propia experiencia: empezó dirigiendo la fábrica de confección familiar en Tailandia antes de pasar a producir para etiquetas de gran consumo y después convertirse en facilitador de soluciones ecológicas entre fabricantes y firmas de moda. “En realidad, la que debe exigir la reducción inmediata de la huella medioambiental es la industria misma”, concluye. “Hay un montón de materiales reciclados o reutilizables con los que trabajar. No es necesario crear fibras nuevas, vírgenes, para hacer ropa maravillosa. El gran reto es que la mayoría de las marcas no saben lo que está disponible ahí afuera. Por otro lado, con empresas como Zalando, Mr. Porter o Asos [grandes plataformas de venta online] enfocando sus ofertas en firmas sostenibles, la forma en que la industria contempla la cuestión podría al fin cambiar”.
“El promedio de uso de una prenda es de tres veces. Luego la tiramos a la basura. ¿Por qué?”, se pregunta Stella McCartney
Según el último informe a propósito del estado de la moda que elabora la agencia de marketing McKinsey & Company en colaboración con el portal The Business of Fashion, la llamada economía circular es hoy la clave de un negocio que tira a la basura cerca de 500.000 millones de euros en ropa al año. Es decir, que no se trata solo de daño ecológico, sino también económico (que es donde le duele a la industria). Hasta la fecha, apenas el 1% de los materiales utilizados en la confección se recicla para fabricar nuevos productos, de ahí el toque de atención sobre la circularidad, el proceso por el cual una prenda prolonga su vida una vez desechada. “Erradicar las sustancias problemáticas como las microfibras sintéticas, incrementar el tiempo de uso de la ropa, aumentar de forma radical el reciclado y hacer una utilización efectiva de los recursos renovables son los puntos en los que debe centrarse la nueva economía textil”, expone Ellen MacArthur, excampeona de vela británica que en 2009 lanzó la fundación que lleva su nombre para concienciar y educar sobre sostenibilidad. Suya es la Circular Fibres Initiative, un proyecto que quiere movilizar a los principales agentes del sector en la búsqueda de procesos alternativos que faciliten la transición total de la industria a la economía circular. “La moda sigue funcionando con un sistema lineal, desfasado y muy contaminante. Solo en lo que respecta a las microfibras, lavar la ropa equivale a verter cinco millones de botellas de plástico en los océanos al año”, agrega.
De momento, MacArthur ha conseguido ganar para su causa a gigantes textiles del alcance de H&M. El objetivo del grupo sueco es alcanzar el 100% de fibras recicladas o derivadas de procesos orgánicos en la confección de sus productos para 2030 (de momento van por el 35%). Además, ha reducido ya en un 21% las emisiones contaminantes de las operaciones de todas sus marcas, entre las que se incluyen COS, & Other Stories y la reciente y orgánica Arket. “Hacer moda a gran escala y respetar el medio ambiente no tiene por qué ser incompatible”, afirma Anna Gedda, directora de sostenibilidad de H&M. “Nosotros somos muy positivos en ese sentido y podemos liderar el cambio de sistema proporcionando a nuestros compradores de todo el mundo moda genuinamente sostenible. En cualquier caso, los retos a los que nos enfrentamos no son exclusivamente nuestros ni podemos alcanzar soluciones solos, sino que tiene que ser un esfuerzo de colaboración de toda la industria”.
La circularidad o proceso por el que una prenda prolonga su vida una vez descartada es clave. Solo el 1% de tejidos se recicla para fabricar nuevos productos
Según el informe McKinsey/BOF, del centenar de marcas estudiadas, al menos 42 emprendieron la senda de la circularidad en 2017. Que el 66% de la población millennial mundial se muestre más que dispuesta a comprar prendas con la etiqueta de sostenible tiene mucho que ver con la decisión, claro. Las marcas vaqueras han sido de las primeras en aplicarse el cuento, sobre todo porque siempre se las ha señalado como una de las principales fuentes de contaminación y gasto de agua. “Desde hace casi 75 años, Wrangler está comprometida con la durabilidad del producto denim de moda. Ahora vamos más allá, con programas de reducción de lavado y química limpia, además de trabajar con nuestra cadena de proveedores en innovaciones sostenibles revolucionarias como el teñido por espuma”, cuenta Roian Atwood, director de sostenibilidad de la marca de vaqueros estadounidenses, que prepara el lanzamiento de una colección ad hoc para este verano. Por lo que le toca, Lee también cuenta con una línea de denim orgánico en colaboración con Candiani Mill en la que las credenciales ecológicas están presentes en cada prenda. Y la más cercana al streetwear G-Star Raw exhibe orgullosa el certificado Cradle to Cradle que no solo avala las fibras naturales de sus vaqueros, sino también su circularidad.
Para el caso, no se trata solo de mirar por la huella medioambiental, sino también por el impacto social. “La manera de convertirte en activista de la moda es preguntarte dos cosas: ¿Quién hace la ropa que visto? ¿Y en qué condiciones la ha hecho? Se trata exactamente de saber de dónde proceden las prendas que compramos”, dice Céline Semaan, fundadora de Slow Factory e impulsora de la Study Hall Summit, el ciclo de ponencias y debates que desde 2018 quiere dar respuestas a cuestiones relacionadas con el diseño sostenible y la transparencia en los procesos de producción; el mismo que en febrero reunía a las fuerzas de la moda urbana en la ONU, de Adidas a Dapper Dan, el sastre pirata de Harlem y padrino del streetwear rescatado por Gucci el año pasado. “Cuando se empezó a hablar del tema, la atención se centraba exclusivamente en el origen de los materiales, pero ahora nos hemos dado cuenta de que es necesario mirar más allá. La parte medioambiental está muy ligada a cuestiones éticas y sociales”, apunta Stella McCartney, pionera de la lucha ecologista en el frente del lujo.
“Cuando empecé, era la hija de Paul McCartney, no había otro titular. Luego comenzaron con lo de que si vegetariana, antipieles, ecologista, animalista…, que era otra forma de decir: ‘Mira que eres rara’. Y ahora estamos en ese punto de: ‘Ah, pues igual algo de razón tenías”, continúa irónica la diseñadora británica, cuya firma homónima —de nuevo enteramente de su propiedad, tras negociar su salida del grupo Kering el año pasado— es sinónimo de consumo responsable desde su irrupción en el mercado en 2001. “Para ser auténtica tienes que ser honesta. No haría lo que hago si no creyera que no hay una razón para ello. En cuanto diseño algo, soy consciente de lo que significa. Que sea orgánico, no utilizar cuero… Sé que estoy creando un producto medioambientalmente mejor y que ayuda a las especies que estamos extinguiendo por segundos. Y sé que soy el mejor ejemplo de esto en mi industria, de lejos. Eso me da la determinación para seguir adelante”, explica McCartney, para la que el gran problema del negocio es el exceso: “El promedio de uso de una prenda es de tres veces. Luego la tiramos a la basura. ¿Por qué? ¿Qué somos? Somos vulgares. Me consta que en mi empresa no somos perfectos, pero el exceso… No puedo con él”.
McCartney hace tiempo que no está sola en su cruzada, aunque el suyo es un ejemplo que ha cundido más en términos animalistas que estrictamente sostenibles. Desde luego, la lista de diseñadores y marcas que han abandonado el uso de pieles naturales en favor de las sintéticas o de fibras orgánicas no para de aumentar. Vivienne Westwood renegó de ellas en 2007, al igual que Ralph Lauren y Tommy Hilfiger. Hugo Boss, en 2015, y Giorgio Armani, al año siguiente. Gucci se descolgó en octubre de 2017, con su colección de primavera-verano de 2018, seguida por Jean Paul Gaultier y Michael Kors a partir de noviembre y diciembre, respectivamente. Chanel, por su parte, anunciaba su decisión de dejar de elaborar sus emblemáticos bolsos en pieles exóticas (serpientes y reptiles) a finales del pasado año, ante la creciente dificultad de poder certificar su procedencia ética y garantizar los estándares de bienestar animal, según reconocía el presidente de la firma, Bruno Pavlovsky. Por eso sus principales competidores en la arena de la exclusividad, el holding LVMH y Hèrmes, han ido invirtiendo y adquiriendo sus propios criaderos a tal efecto. Medidas que, en cualquier caso, no rebajan los ánimos de las organizaciones animalistas. Peta no pudo evitar una puya al respecto tras el fallecimiento de Karl Lagerfeld: “Su muerte marca el fin de una era en la que las pieles exóticas eran codiciadas”, tuiteó.
Con sus propuestas para 2019, Burberry, Coach, Versace, Donna Karan, Phillip Lim y Victoria Beckham redondean de momento un contingente libre de pieles sobre el que, sin embargo, planea la sombra de la contaminación. De hecho, el debate del momento plantea si resulta en verdad sostenible cambiar las pieles animales naturales (que en términos de duración y reutilización sí pueden entenderse como más ecológicas) por las sintéticas, en cuyo proceso de elaboración entran en juego derivados del petróleo perjudiciales para el medio ambiente. “La piel natural es mala para el animal. La piel falsa perjudica el medio ambiente. Pues habrá que probar alternativas como la que estamos desarrollando nosotros”, anunciaba Salvador Jifei Ou, investigador del Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en la reciente Studio Hall Summit. La posible solución del MIT: estructuras que imitan el pelo gracias a la impresión 3D.
Al final, la conclusión es que no hay decisión en moda sin su correspondiente impacto. Quizá por eso todas las esperanzas están depositadas en las innovaciones tecnológicas. En ese sentido, la idea del upcycling (transformación creativa de materiales de desecho) ya ha comenzado a ganarse la confianza de algunas partes interesadas de la industria, como la diseñadora Marine Serre, pupila de Demna Gvasalia, director creativo de Balenciaga y Vetements (en la que también ha empleado la técnica) y última sensación de la pasarela parisiense con sus viejos trajes de agua de surfero reutilizados; Salvatore Ferragamo, cuya colaboración con la start-up Orange Fiber, que produce un tejido a partir de cáscaras de naranja, ha dado lugar a una colección completa; o la española Ecoalf, cuya iniciativa Upcycling the Oceans ha recuperado 300 toneladas de residuos plásticos —en su mayoría, redes de pesca— del mar, de las que se han obtenido fibras reciclables para sus colecciones. La moda del futuro será sostenible o no será. Porque, como reza el lema de la marca del empresario Javier Goyeneche, de momento no hay planeta B como plan de escape cuando acabemos con este.
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