La nostalgia de un morisco
La tristeza irrefrenable de un personaje de Cervantes resume el dolor de los refugiados
El sabio Alberto Manguel publicó el fin de semana un precioso artículo titulado Leer literatura puede hacernos mejores en el que argumentaba que la empatía era una de las virtudes que fomentaban y transmitían las obras de ficción. “La gran literatura, incluso cuando se escribió miles de años atrás, tiene lecciones para los lectores del presente. Y quizás sea la literatura, y su intrínseca capacidad de hacernos más empáticos, la que pueda salvarnos de nosotros mismos”, escribía el autor de Una historia de la lectura en The New York Times en español. Uno de los ejemplos que citaba era la novela por antonomasia, el Quijote, y concretamente un personaje fugaz de su segunda parte, Ricote el morisco, que aparece en el capítulo LIV.
Ricote regresa a España disfrazado como un peregrino arrastrado por la nostalgia de lo que ha perdido y allí se encuentra con Sancho Panza, del que fue amigo. “Bien sabes, como el pregón y bando que Su Majestad mandó publicar contra mi nación puso terror y espanto en todos nosotros”, le explica Ricote a su antiguo vecino sobre el decreto de expulsión de 1609 de Felipe III. “Finalmente, fuimos castigados con la pena del destierro, la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamos lloramos por España que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural”.
La nostalgia irrefrenable de Ricote encarna la dificultad de tener que irse a vivir a otro país. En algunos casos, el viaje es voluntario, en la mayoría se trata de una necesidad para salvar la vida, para huir de la pobreza o de la ausencia de futuro. La ONU calcula que 258 millones de personas viven fuera de sus países de nacimiento, de los que 68,5 millones son refugiados o desplazados, una cifra que no refleja la realidad, ya que millones de personas que escapan de la violencia no reciben ese estatuto. El fotógrafo griego Yannis Behrakis, fallecido el sábado, reflejó como pocos en sus imágenes para Reuters el terror y el espanto de aquellos que huían de su país y no tenían ningún sitio al que ir. No deja de ser paradójico que aquellos que se bañan en banderas, que aman a su patria como nadie, sean totalmente insensibles a la pena que transmite Ricote y, como él, millones de personas en todo el mundo.
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