_
_
_
_
_
La paradoja y el estilo
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La histeria y el frenesí

El de Bradley Cooper y Lady Gaga es uno de los momentos eróticos del año

Lady Gaga y Bradley Cooper, en la gala de los Oscar 2019.
Lady Gaga y Bradley Cooper, en la gala de los Oscar 2019.MIKE BLAKE (REUTERS)
Boris Izaguirre

Finaliza febrero con dos ferias, la MWC en Barcelona, dedicada a la tecnología móvil. Y Arco, dedicada al arte contemporáneo, en Madrid. Una compañera que asistió a ambas ferias por motivos profesionales, me confesó que había sufrido un ataque de ansiedad en el AVE entre las dos ciudades. “¿Por la mala señalización en los andenes de Sants, en Barcelona, o por la lentitud de la salida de Atocha, en Madrid?”, pregunté. “No”, me dijo respirando aún sofocada: “Viví un momento como fuera de mí, y a mi alrededor todo el mundo subía y bajaba cosas en las redes. Unos para que Trump decidiera una intervención militar en Venezuela ahora mismo. Algunos pocos preguntándose qué ponerse para el cóctel en casa de Pascua Ortega. Y otros vaticinando que el fabricante chino Huawei le dará a Trump una sorpresa demostrando la inconsistencia de sus acusaciones de espionaje”. La abracé en plan solidario. Y murmuró: “¡Tanta información al mismo tiempo solo trae histeria y frenesí!”.

La acompañé a la sala vip, o lounge a secas como se dice ahora, de Arco y la perdí de vista envuelta en el frenesí de la feria. Todo el mundo me sugería que viera el ninot del Rey firmado por Santiago Sierra, que puede ser adquirido con la condición de incinerarlo antes de un año. Mientras muchos se proclamaban molestos, otros proponían un indulto, pero nadie olvidaba hacerse el selfie con la famosa figura hiperrealista de cuatro metros. Solo pude verla en los Instagram de amigos. Asombrosamente, se hablaba poco de arte porque todo el mundo quería opinar sobre la realidad que, un año más, lo supera todo. Un grupo de señoras colombianas obstaculizó mi avance, preguntándome por Venezuela, gesticulando con sus manos llenas de sortijas y copas de champán. “Estamos abrumadas, con un nudo en el corazón”, me aseguraron, mirando hacia los lados esperando atisbar un famoso más famoso que yo. Intenté explicarles que para mí era también abrumador porque mi padre vive en Caracas, sin poder conseguir medicinas necesarias para su tratamiento. Ya no me oían, o estaban más interesadas en el frenesí circundante. “Tiene que haber intervención militar ya”, exclamaron mientras saludaban a otras contemporáneas y confundían sus móviles para hacerse autoretratos que confirmasen su presencia hiperreal en la feria. ¿Qué está pasando en el mundo que todo necesita ser inmortalizado por un selfie? Nos gustaría que se acabara la dictadura y que Venezuela recupere los alimentos y medicinas cuya falta castiga miles de vidas que jamás estarán en sitios como Arco, a menos que sea en fotografías cruentas y denunciadoras que después aparecen como fondo contemporáneo de esos selfies.

Otro tema muy contemporáneo, la ciudadanía quiere comentar cómo encajan los simpatizantes de Ciudadanos la irrupción de la ciudadana Malú en la vida y campaña de Albert Rivera. En una fiesta en Madrid el tema paralizó el jolgorio porque muchos seguidores del partido naranja no lo son tanto de la cantante sobrina de Paco de Lucía. Puede ocurrir que en un entorno liberal conservador se presenten simpatías clasistas, básicamente porque son tics que forman parte de la educación que muchas familias neo liberales han preferido no erradicar del todo. Una asistente muy influencer a esa fiesta, alertó: “Eso tiene pinta de terminar no Malú, sino sencillamente Mal”. “¿Antes o después de las elecciones?”, pregunté en plan Mercedes Milá. “Veníamos muy bien, no necesitábamos este tipo de prensa”. Está claro que Albert Rivera no piensa igual.

¿Entonces lo de Malú y Albert es amor o política? La reaparición estelar de Soraya Sáenz Santamaría y Mariano Rajoy en el decoradísimo Tribunal Supremo, con muy buen aspecto y el cinismo intacto, recordó la de Lady Gaga y Bradley Cooper en los Oscar. Necesito un calmante. O un maleficio como el de La bella durmiente para dormir cien años y despertarme en otro siglo menos revuelto. Y que al despertarme, repitan esa actuación de Lady Gaga y Bradley Cooper cantando Shallow en los Oscar. Lady Gaga es mi nueva ídolo, pero me encantaría hacer con mi lengua lo que Cooper hace con la suya cuando entona la la laaa. Ya es uno de los momentos eróticos de este año. Durante un segundo sentí a miles de mujeres deseando ese la la la. Y esa lengua. Y si Bradley pudiera complacernos a todos, ¡ay!, por un instante olvidaríamos a Maduro, a Trump, a Huawei y dejaríamos atrás la histeria hueca y el frenesí hiperreal.

Marta Ortega en la feria Arco, en Madrid, el pasado jueves.
Marta Ortega en la feria Arco, en Madrid, el pasado jueves. GTRES

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_