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Bandadas de estorninos: así se explica uno de los más bellos espectáculos de la naturaleza

¿Cómo hacen para no chocar entre ellos y por qué realizan tal exhibición aérea?

Una bandada de estorninos, el pasado 8 de febrero, fotografiada en la provincia turca de Kirklareli.Vídeo: OZGUN TIRAN/ANADOLU AGENCY/GETTY IMAGES / EPV

Observar a los estorninos lanzarse en picado y dibujar formas en el cielo es un verdadero espectáculo en las gélidas y oscuras noches de invierno. En todo el mundo, estos pájaros demuestran su agilidad en bandadas, llevando a cabo coreografías ejecutadas en perfecta sincronía. No podemos evitar preguntarnos cómo hacen para no chocar entre ellos y, sobre todo, por qué realizan tal exhibición aérea.

Hace casi un siglo, en la década de 1930, un destacado científico manifestó que los pájaros debían tener poderes psíquicos para poder volar en bandadas. Afortunadamente, la ciencia moderna está en disposición de ofrecer explicaciones más ajustadas a la realidad.

Para entender lo que hacen los estorninos debemos remontarnos a 1987, cuando el informático teórico Craig Reynolds desarrolló un simulador de bandadas de pájaros. Los boids, nombre que Reynolds otorgó a las criaturas, seguían tres simples reglas para crear sus patrones de movimiento: los pájaros más cercanos se alejarían, alinearían su dirección e igualarían su velocidad, y los más alejados se acercarían.

Algunos de estos patrones se utilizaron para crear grupos de animales en películas. Por ejemplo, en Batman Returns (llamada Batman vuelve en España), las bandadas de murciélagos y el “ejército” de pingüinos fueron diseñados gracias a la tecnología. Este modelo no requería una guía de largo alcance ni poderes sobrenaturales, sino que bastó con interacciones locales. El programa de Reynolds demostró que era posible recrear el vuelo de las bandadas si la simulación seguía reglas sencillas, acercándose de manera casi exacta a los grupos de aves que se pueden observar en la naturaleza.

A partir de ahí, se abrió un mundo de posibilidades en la simulación de movimientos de animales. En 2008, un grupo de científicos italianos grabó el vuelo de una bandada de estorninos cerca de la estación de tren de Roma para, a continuación, reconstruir sus posiciones en 3D y mostrar las reglas que seguían las aves. Los investigadores averiguaron que los estorninos buscaban imitar la dirección y velocidad de los siete pájaros más cercanos, y no de todos cuantos tuvieran cerca como se creía.

Un estornino, en un centro de rehabilitación de aves salvajes en EE UU.
Un estornino, en un centro de rehabilitación de aves salvajes en EE UU.Getty Images.

Cuando observamos una bandada que se mueve en forma de olas o dibujan bellas y diversas figuras, podemos llegar a pensar que las aves deceleran y se juntan, o bien que imprimen una mayor velocidad a su vuelo y se separan. Nada más lejos de la realidad; los modelos científicos aseguran que los estorninos vuelan al mismo ritmo durante estos espectáculos aéreos. Esta percepción se produce cuando vemos a la bandada, en tres dimensiones, a través de nuestra visión bidimensional del mundo.

Gracias al trabajo realizado durante décadas por informáticos teóricos, físicos teóricos y etólogos, podemos comprender cómo se crean las bandadas. Pero yendo más allá, nos interesa saber por qué se forman y, sobre todo, por qué se desarrolló este comportamiento en los estorninos.

El calor de la bandada

Una explicación sencilla es la necesidad de las aves de calentarse durante el invierno. Los pájaros se reúnen en sitios cálidos para poder mantenerse con vida. Los estorninos se pueden apiñar en lugares tan variopintos como cañaverales, setos densos o andamios, en volúmenes de más de 500 pájaros por metro cúbico, formando en ocasiones enormes agrupaciones de varios millones de ejemplares. Una concentración tan alta de aves resultaría tentadora para sus depredadores, por lo que volar en masa dibujando remolinos en el aire crea una confusión que evita que ningún estornino sea cazado.

Compartir información

Sin embargo, los estorninos a menudo se trasladan a decenas de kilómetros, consumiendo en estos desplazamientos la energía que podrían ahorrar si descansaran en lugares cálidos y cercanos. Por lo tanto, viendo el esfuerzo colosal que realizan, su motivación no parece ser gozar de una temperatura agradable.

La formación de las bandadas podría deberse a la seguridad que se proporcionan unos a otros al volar juntos, y de ahí surge otra idea igual de curiosa: quizá los pájaros se agrupen para poder compartir información acerca de dónde hay alimentos.

Esta “hipótesis del centro de información” explica que cuando el sustento es difícil de encontrar, la mejor solución a largo plazo es la puesta en común de información entre todos los individuos. De la misma manera en que las abejas comparten la ubicación de las flores, las aves que encuentran comida un día y lo transmiten a sus semejantes se verán beneficiadas en futuras ocasiones. Esta conjetura muestra algunas lagunas, ya que los estorninos permanecen por miles en los refugios cuando la comida escasea, por lo que no se puede probar esta hipótesis.

La formación de las bandadas podría deberse a la seguridad que se proporcionan unos a otros al volar juntos, y de ahí surge otra idea igual de curiosa: quizá los pájaros se agrupen para poder compartir información acerca de dónde hay alimentos

En las últimas décadas, nuestro conocimiento acerca de los movimientos en grupo de los animales ha aumentado considerablemente. El siguiente reto al que ya nos enfrentamos es entender las presiones evolutivas y adaptativas que han provocado el comportamiento de los estorninos, y la función que podrían cumplir en la conservación de la especie a medida que estas presiones cambian.

Además, quizá podamos aprovechar nuestro conocimiento para mejorar el control autónomo de los sistemas robóticos. Incluso quién sabe si en el futuro los coches automáticos imitarán durante las horas punta el comportamiento de las bandadas de pájaros.The Conversation

A. Jamie Wood, Departmento de Biología y Matemáticas Universidad de York y Colin Beale, Ecología, Universidad de York

Este artículo está republicado de The Conversation. Aquí puede leer el artículo original.

The Conversation

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