_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Frío para pobres

No hay ingrediente más eficaz que la comodidad que nos ofrece un capitalismo sin control ni regulación ejercido con un clic

Elvira Lindo
Un repartidor de comida a domicilio en las calles de Nueva York.
Un repartidor de comida a domicilio en las calles de Nueva York.E. L.

Escucho las noticias sobre las temperaturas gélidas de la Costa Este americana y aún guardo vivísimo el recuerdo de aquellos días en que por unas horas la ciudad se quedaba paralizada y se disfrutaba de un fugaz silencio blanco que, al poco, el frío convertía en hielo sucio; las calles se llenaban de trampas en las que caer y, dependiendo de la edad, hacerte un moratón o romperte una cadera que supusiera el principio del declive. “Vayámonos lejos”, me dijo un señor que me tendía la mano para que yo pudiera salir de un socavón cubierto de hielo en el que había caído. Y sí, de aquel frío de cuchillo una deseaba huir, salvo en esos momentos de paz en que observaba el espectáculo glacial desde la ventana de casa, agobiada incluso por el insoportable calor de la calefacción central. En Nueva York, epítome de esas grandes ciudades en las se puede disfrutar de una comodidad basada en el trabajo esclavo o precario de otros, se podía casi hibernar como la célebre mascota Phil, trabajando en el ordenador y pidiendo por Internet la compra o la cena. A eso de las cinco y media de la tarde, ya noche cerrada, la escalera se llenaba de olores melosos y picantes. Eran los repartidores del chino, el coreano, el mexicano. ¿Cuántos grados hacían falta para que aquellos tipos embutidos en chubasqueros reflectantes que solo dejaban al aire los ojos se abstuvieran de repartir cenas en bicicleta?

Solo los incautos caminaban o conducían aquellas noches de nieve y ventisca. Pero aquellos recaderos de la bici seguían arriesgándose, temerarios, yendo en sentido contrario, burlando los semáforos para llegar cuanto antes al destino y llevarse la propina en la que se basaba su trabajo ilegal. Si alguno moría en el intento, es posible que su muerte pasara sin pena ni gloria.

Es habitual afirmar que vienen de países donde la vida no vale nada, pero me pregunto cuál es el precio que pagan por sobrevivir en la ciudad de los sueños rotos, como la llamaba John Cheever.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

En un principio pensaba mucho en la naturaleza de esa sociedad endurecida, indiferente a los peligros a los que se sometía esa pobre gente, que recibía con naturalidad su pedido de chop suey a la hora convenida. ¿Tendría algo que ver con la dureza heredada de los orígenes pioneros del país? Un tipo latino o coreano, que apenas balbuceaba tres palabras en inglés, entregaba el paquete enfundado en su chupa y esperaba el 15% de propina de rigor. Al rato, los vecinos salían a tirar por la rampa del descansillo una bolsa llena de envases de plástico y aluminio. Yo asumía esos comportamientos como propios de un país ajeno, porque no lograba concebir que ese modelo de sociedad fuera exportable. Ahora sé que no hay ingrediente más eficaz que la comodidad que nos ofrece un capitalismo sin control ni regulación, que se ejerce con un sencillo clic, para adormecer nuestra sensibilidad, eliminar el concepto de solidaridad. Hoy, aquí, en Madrid o en Barcelona, podemos calificar al repartidor con un emoji, sonriente o enfurruñado. Generosos, solemos apretar el botón de la carita sonriente, y ahí termina nuestro reconocimiento del otro.

Estos días de desconcierto, no cabe duda, por la huelga de taxi, muchos hemos visto alterada nuestra comodidad. No paran de publicarse columnas sobre esa comodidad quebrantada. Al hacerlo, estamos exhibiendo claramente cuál es nuestro grado de aguante y dónde empieza y acaba nuestro análisis sobre este complicado conflicto laboral. En nuestro culo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_