Homero contó la verdad
'La Iliada' y 'La Odisea' han llevado a demostrar que ambas obras están basadas en hechos reales
La verdad en la vida y la verdad en la literatura no son idénticas. Por ello, identificar ambas verdades es un error que se comete con cierta frecuencia. De ahí que existan relatos basados en hechos reales que, de tan reales, resultan poco creíbles. Sin embargo, hay veces que ocurre al contrario y los relatos ficticios nos resultan creíbles por manejar datos históricos de manera fabulosa. Esos son los buenos relatos. Lo malo de ellos es que abundan poco. A continuación, vamos a hablar de los más antiguos de todos: La Iliada y La Odisea, ambos atribuidos a Homero
Es en La Odisea donde el héroe retorna a su hogar después de la batalla. De esta manera el nostos, el regreso, pasa a ser el tema que envuelve la obra, lo que dicho cientificamente equivale a decir que, tras la guerra de Troya, el guerrero Ulises experimentó un grado importante en lo que se refiere a la estimulación de la amígdala cerebral; esa almendra que llevamos en el sistema límbico y que participa, de forma activa, en las emociones y sentimientos, relacionándose con ciertos procesos de nuestra memoria. Milan Kundera lo explica muy bien cuando dice que en griego, regreso se dice nostos y que algos significa sufrimiento. Por lo tanto, la nostalgia es el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. Hasta aquí, nada nuevo en La Odisea que no sepamos.
Sin embargo, hace una década, Marcelo O. Magnasco, director del Laboratorio de Física Matemática de la Fundación Rockefeller, y Constantino Baikouzis, del Observatorio Astronómico de La Plata, descubrieron en La Odisea más atributos tomados de la realidad que el sentimiento de anhelo por el hogar que mueve al héroe en su regreso.
Dichos elementos son astronómicos como por ejemplo todo lo que se apaga con el eclipse de sol ocurrido el 16 de abril del año 1178 antes de Cristo. Vamos con ello y con el momento de La Odisea donde Teoclímeno, profeta de Argos que hablaba semejante a un dios, lleva a cabo su discurso en el que cuenta la matanza de los pretendientes de Penélope y con cuya sangre se rociaron los muros, envueltos en la oscuridad pues el sol había desaparecido del cielo.
El planeta Mercurio, identificado entonces como el dios Hermes, así como el sitio de la luna, entre la Tierra y el Sol, fueron algunos de los elementos comprobados por los científicos para asegurar la fecha exacta del eclipse. Con todo, lo de intentar demostrar que los hechos contados por Homero están basados en la realidad es algo que viene de antiguo.
Sin ir más lejos, en la década de 1870, Heinrich Schliemann, millonario prusiano con vicios arqueólogos, excavaría las ruinas de Troya, buscando evidencias de la epopeya reflejada en La Iliada. Fascinado por la ruta homérica, encontró en la colina de Hisarlik, en la actual Turquía, los restos de Ilión, ciudad que daría el nombre a la Ilíada. Años antes, excavó Ítaca en busca de los restos de la matanza de los pretendientes de Penélope en el palacio de Ulises, así como del arco y las flechas con los que se armaría el héroe para la parte final de La Odisea. Homero sirvió de guía para unas exploraciones que parecían no tener fin. Entre otras cosas, Heinrich Schliemann encontró el famoso tesoro de Príamo, mítico rey de Troya durante la citada guerra.
El tesoro es una colección de piezas armadas con metales preciosos. Hoy en día se sabe que tal tesoro no pertenecía al rey troyano y que fue el entusiasmo de Schliemann, ante su propio descubrimiento, lo que le llevó a anunciar que se trataba de un tesoro de riqueza homérica. Hoy se puede ver en el el Museo Pushkin, en Moscú, donde llegó después de que Schliemann lo sacase de contrabando para donarlo al museo berlinés de Artes y Oficios.
Lo ocurrido fue que, con la II Guerra Mundial, las tropas soviéticas entraron en la ciudad de Berlín y el tesoro de Príamo fue tomado como botín de guerra, acabando así en Moscú. Con estas cosas, bien podemos apuntar que los relatos que contaba Homero por las tabernas de los puertos de la antigua Grecia, dieron la señal de salida para que algunas personas emprendieran el camino de una larga aventura: la de la ciencia.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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