El darwinismo es una teoría incompleta
Los mecanismos epigenéticos graban el entorno en los genes, violando la selección natural
Lee en Materia cómo los hijos heredan el sufrimiento de los padres. El estudio es fascinante, y es el último de una cadena de evidencias que revelan un modo de herencia no previsto por el padre de la biología moderna, Charles Darwin, ni por el fundador de la genética, Gregor Mendel, que por desgracia no se conocieron en aquellos años cruciales del siglo XIX. Las cuestiones implicadas en este estudio sobre los descendientes de la Guerra de Secesión norteamericana hunden sus raíces en el núcleo teórico de la biología. Tienen por ello una extraordinaria importancia, que cambiará pronto nuestra forma de pensar en la evolución, el desarrollo y la psicología humana. Sigue leyendo.
La idea que subyace a la biología actual es la selección natural que descubrieron Darwin y Wallace a mediados del siglo XIX. Es una idea de una simplicidad deslumbrante, hasta el extremo de irritar a Thomas Huxley, cuya reacción al oírla fue: “¡Qué increíblemente estúpido no haber pensado en ello!”. Todos somos estúpidos, en verdad, en la nomenclatura de Huxley. Después de 200.000 años en el planeta Tierra, a nadie se le había ocurrido esa trivialidad hasta que Darwin la concibió mientras leía al reverendo Thomas Malthus. Recuerda: los alimentos crecen linealmente mientras la población crece exponencialmente. Estamos condenados al hambre y la escasez. Esta es la clave de la selección natural, el mecanismo evolutivo propuesto por Darwin con inmenso éxito.
Consiste en lo siguiente (expresado en un lenguaje moderno). Los genes varían aleatoriamente, para empezar porque ningún sistema de replicación es perfecto, y para continuar porque el entorno ofrece una amplia gama de factores mutagénicos que alteran su secuencia (gatacca…). Esto implica que cualquier población contiene variaciones azarosas en sus genes, y por tanto en sus propiedades externas. Cuando el entorno aprieta con su radiación solar, su escasez de alimento o sus nuevos predadores, algunas variedades de la población resultan, por mero azar, mejor adaptadas a las nuevas condiciones. El individuo que tiene la piel un poco más oscura, el metabolismo un poco más lento o las piernas un poco más rápidas vivirá más y se reproducirá más. Miles o millones de años después, la población estará dominada por sus descendientes, porque estos estarán mejor adaptados a las circunstancias. El darwinismo opera por un mecanismo negativo: las variaciones las genera el azar, y la selección natural consiste en matar a los que han perdido en la ruleta. Lo interesante (la variación) precede a lo importante (la adaptación al entorno).
Los mecanismos evolutivos que confirman los datos sobre los descendientes de los soldados apresados por los sudistas, y otros cuantos precedentes, implican un mecanismo evolutivo por completo diferente. El ambiente –el hambre, el estrés, el sufrimiento— afecta al genoma del sufridor, incluido el genoma de sus células sexuales, y por tanto de sus hijos y nietos. Aquí lo interesante (la variación) ocurre en respuesta a la presión del entorno. Es una reacción biológica, activa y comprensible a las exigencias del medio. El que sobrevive no solo lo hace por suerte, sino también por mérito: el mérito de cambiar cuando las circunstancias lo exigen. El mérito de que su genoma perciba el entorno.
Esta es la genética que no predijo Mendel, la evolución que no imaginó Darwin. Adáptese a ello el lector.
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