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COLUMNA
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El Primero de Octubre: heroicidad y estafa

Para más inri, tanta propaganda calienta ánimos desde entonces.

Xavier Vidal-Folch
Agentes de la Policía Nacional incautan las urnas en el colegio Ramón Llull de Barcelona.
Agentes de la Policía Nacional incautan las urnas en el colegio Ramón Llull de Barcelona. © Albert Garcia

Ya hace, hoy, un año. Y la propaganda oficial nos invade todos los días, elegiaca y tremendista. A este paso, el sonsonete, como el del estúpido fiasco de 1714, durará siglos.

Por eso no hay otro remedio que dilucidar si el referéndum del 1-O fue heroicidad o estafa. Fue ambas cosas. Una heroicidad de los ciudadanos catalanes que, sabiendo lo que se cocía, se arriesgaron a defender sus convicciones participando. Chapeau.

Y una estafa de los dirigentes del procés, que los usaron como carne de cañón en el “farol” al que inmoralmente jugaban, según reconoció la exconsejera fugitiva Clara Ponsati (y no Ponsatí: se autoañadió un falso acento catalanizador, también faroleando).

Ningún logro político hay que celebrar. El Govern no solo condujo a sus fieles al matadero. Sino que en pleno fregado les abandonó. Carles Puigdemont jugó ya al ratón y al gato, cambiando de coche en un túnel, sin atreverse a acudir a su colegio electoral. Solo la alcaldesa socialista de L’Hospitalet, Núria Marín, defendió a los votantes (¡y discrepaba de la convocatoria!) de la acometida policial. Esa distancia entre dignidad y miseria.

La Generalitat sabía —por espionaje— que las fuerzas de seguridad del Estado intervendrían. Y a fe que el ministro Juan Ignacio Zoido lo confirmó. Se empleó de abusivo matarife contra los manifestantes, abuelas y niños: su mejor regalo al procés. Careció luego del mínimo decoro. Dimitir, o al menos pedir perdón, como hizo el delegado del Gobierno, Enric Millo.

Hoy los mandos indepes siguen engañando a sus votantes, a quienes utilizaron como escudos humanos de su autocrático golpe parlamentario del 6/7 de septiembre; autocrático, pretendía que el president nombrase a los jueces. Les juran que son “el poble català”. En vez de una parte, legítima (y amiga) del mismo. Les humillan, al sacralizar en el callejero la fecha del 1-0. Que es también, ay, la del “Día del Caudillo” (asesino) o de la (tramposa) “exaltación del Generalísimo a la jefatura del Estado”.

Para más inri, tanta propaganda calienta ánimos desde entonces. Y ha desdibujado la revuelta de las sonrisas: de los cortes de carreteras y otras violencias pasivas del 3-0 pasamos a los escraches de los CDR y a las brutales agresiones de los estelados extremistas contra los manifestantes del sábado. ¡Clamando por la libertad de expresión! Sin condena específica de Quim Torra (sí del conseller de Interior, Miquel Buch, bravo). Todo esto no oblitera la política. O sea, el diálogo. Lo merecen los votantes del 1-0. Pero retrata cómo acuden a él algunos de sus máximos jefes.

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