¡Atrapen al ladrón! (de libros)
El exdirector de la Biblioteca Nacional de Perú combatió durante años el expolio de volúmenes. En vano
EL PUEBLO que no conoce su historia está condenado a repetirla, repiten a su vez algunos profesores de Historia a sus alumnos. Y si la memoria de un país está en sus libros, y esos libros que sirven para reconstruir el pasado están custodiados en una biblioteca que es expoliada de forma sistemática, entonces ¿cómo podrá escapar ese pueblo del bucle de sus errores cuando ya no queden libros para consultar? Es una idea apocalíptica que encuentra sustento en la realidad peruana. Pérdidas de incunables, mutilaciones de documentos históricos, tráfico de libros en general, y la visualización en vídeo de cómo un vigilante de la bóveda principal se llevaba un tomo que acababan de inventariar, entre otros, son los hechos brutales que el antropólogo Ramón Mujica, ex director de la BNP, tuvo que padecer. La campaña Se buscan libros perdidos, que inició el 2011, ofrecía como recompensa treinta millones de peruanos agradecidos. Se logró recuperar ciento cincuenta libros, más o menos un cinco por ciento de los libros no ubicados hacia el final de la gestión de Mujica.
La desidia de los trabajadores y la maraña burocrática para que una denuncia prospere resultaron obstáculos insalvables
En La biblioteca fantasma, reportaje de David Hidalgo sobre la cruzada de Mujica, hay una taxonomía de los presuntos criminales. Los más peligrosos son los bibliofrénicos, “porque estaban movidos por un fuego interior incontrolable: el feroz resentimiento por años de malos sueldos y expectativas frustradas”. Con el enemigo en casa, era poco lo que se podía hacer. La desidia de los trabajadores y la maraña burocrática para que una denuncia prospere resultaron obstáculos insalvables. En el colmo de la falta de seguridad y de la ineptitud el agente encargado de las cámaras que custodiaban la bóveda principal no tenía los códigos del sistema de vigilancia para ver lo que grababan esas cámaras. Además los trabajadores estaban advertidos desde la gestión anterior mediante unos memorándums que exigían a todos guardar el secreto profesional sobre los libros perdidos. El que rompiera esa disciplina se podía enfrentar a una multa y dos años de prisión. Pero el caso peruano no es el único. Parece común que los bibliotecarios cedan a la tentación. Miguel Albero, autor de Roba este libro, menciona el caso del jefe del Departamento Oriental de la Biblioteca Real de Dinamarca, que robó más de tres mil libros valorados en unos cincuentas millones de euros. Según Tom Cremers, fundador del Museum Security Network, en Europa los culpables del setenta por ciento de los robos cometidos en las bibliotecas son trabajadores.
Mientras, Mujica ha vuelto a sus tareas como investigador de símbolos religiosos, los trabajadores que nunca apoyaron su cruzada y encima pusieron trabas siguen en la BNP, y la nueva dirección ha retirado a sus abogados de la Procuraduría del Ministerio de Cultura, lo que significa la indefensión en unos 300 casos de diversa índole.
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