El arte y la vida
ALGO QUE PERMANECÍA desencajado en tu interior se articula al contemplar esta fotografía, como cuando te quedas embobado ante un mondrian. ¡Pero si no hay nada más que geometría y cromatismo!, te dices. Geometría y cromatismo, vale, pero tú sigues ahí, delante de la pintura, como un pasmarote, igual que al dar el primer trago a la copa de vino permaneces atento al modo en que el alcohol se abre paso por el sistema vascular y alcanza misteriosamente el encéfalo para provocar un estallido de depresión o euforia. Así permaneces frente al mondrian, siguiendo el rastro que su mera observación provoca en tu intelecto, tan difícil de expresar en palabras.Lo cierto es que, al alejarte de la pintura, te sientes como organizado, igual que cuando, perdido en una ciudad extranjera, tropiezas con uno de esos mapas en los que una leyenda dice: “Usted está aquí”. ¡Qué felicidad, la de encontrarnos! Nos ocurre también al leer un buen poema, una buena novela, al ver una película estimable: que descubrimos, siquiera de forma provisional, nuestro lugar en el mundo. Para eso sirven las representaciones de la realidad que proporciona el arte. Quizá el valor de esta fotografía sea el de señalarnos dónde estamos. O el de ayudarnos a decidirlo. Nos hallamos, por ejemplo, fuera, observando las cosas desde el ojo de la fotógrafa. O quizá dentro, detrás de una de esas persianas. Tal vez esta geometría plana y ligeramente coloreada sea el reflejo de una aspiración moral. Ese orden, esa discreción, ese juego de luces y de sombras nos representan. De ahí el placer de su contemplación.
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