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Columna
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La ola de cretinismo

Manuel Rivas

Es la piel del mundo la que está tumefacta, no por el humorismo amoratado, sino por la estupidez circundante

Se habla mucho del humor negro como recurso para interpretar esta época y defenderse de la producción industrial de falsedad. Pienso que sería más preciso recuperar la denominación de humor amoratado. Así definía Álvaro de Laiglesia, el legendario director de La Codorniz (“La revista más audaz para el lector más inteligente”), el humor de Roland Topor: “Más que negro, el humor de este humorista es amoratado. Como el hematoma que queda en la piel después de recibir un puñetazo”.

Topor agitó el arte de los años sesenta con el movimiento Pánico, una vanguardia que hasta disentía de sí misma, y en la compañía de ilustres provocadores como Fernando Arrabal y Jodorowsky, que compartían la idea de Flaubert de que “en este mundo traidor lo único serio es la risa”. El activismo Pánico se inspiraba en el dios Pan, la divinidad de los bufones, y era el arte de sabotear el dogmatismo. El arte de la intranquilidad frente al “cretinismo circundante”.

Uno sale magullado de la lectura de la prensa de cada día. Con los ojos a la virulé. Si empezamos por el más poderoso, cada frase de Donald Trump deja un moratón en la piel del mundo

Todo esto lo explica muy bien el crítico Fernando Castro Flórez. Gracias a él puedo devorar el genial libro de Topor La cocina caníbal, también muy útil para analizar cómo en este tiempo mundial en que los depredadores humanos andan impacientes se renueva el viejo axioma de Hobbes: “El hombre es un lobo para el hombre”. Hoy sonaría algo más esperanzador: “El lobo es un hombre para el lobo”. La versión de Topor: “El hombre es el mejor alimento para el hombre”. No tardaremos en verlo en MasterChef.

El pánico de Topor pertenece a la melancolía del arte rebelde, pero el pánico que causa pánico es la expansión del “cretinismo circundante”. Existe un humorismo amoratado, viñetas que son puñetazos de luz, y ahí está El Roto, la mirada indómita, descerrajando lo que no se puede ver, desvelando lo que no está “bien visto”. Está El Roto y los rotos, los que se pelean contra las mordazas, legales o ilegales. Pero el cretinismo, y no hablo de la enfermedad, sino del talante estúpido, va ocupando espacio como pensamiento grosero, vociferante, pelotudo. Es la piel del mundo la que está tumefacta, no por el humorismo amoratado, sino por ese cretinismo circundante.

Uno sale magullado de la lectura de la prensa de cada día. Con los ojos a la virulé. Si empezamos por el más poderoso, cada frase de Donald Trump deja un moratón en la piel del mundo. En el último viaje a Reino Unido, trató con más consideración a la pelota de golf que a su aliada preferente Theresa May. Y eso que el “ama de llaves” británica forma parte de la misma operación: descalabrar la Unión Europea. Trump ha puesto a Europa la etiqueta de “enemigo”. Es una característica inconfundible del cretinismo ese desparpajo caníbal para crear enemigos.

Ahora mismo no sabemos el rumbo que va a tomar la derecha, la vieja y la nueva, en España. Si va a recaer en un cretinismo enojado o abrirse a una inteligencia democrática y dialogante.

En una época histórica muy amoratada, la descrita en La desintoxicación de Europa, Stefan Zweig se quejaba de una atmósfera en la que “tanto los individuos como los Estados parecen más bien dispuestos a odiarse mutuamente; la desconfianza mutua se revela infinitamente más fuerte que la confianza”.

Una cierta desconfianza puede ser conveniente para la supervivencia. Conviene mirar el código de barras, no solo para informarse de la caducidad de los alimentos. También de las ideas. Pero para mantener y renovar un espacio de civilización democrática es imprescindible la confianza básica.

En España, por ejemplo, una confianza básica indispensable es la de poner fin a la pesadilla del franquismo, cerrar con justicia hacia las víctimas el holocausto español. Por ejemplo, ¿por qué todavía hay voces, y algunas muy influyentes, que se oponen a que el Estado asuma la exhumación de los desaparecidos? ¿Por qué hay personas justamente sensibles ante unas víctimas y fríamente indiferentes ante otras? No es una cuestión de partidos ni de ideologías. Lo que se dirime es la humanidad o la inhumanidad.

Mientras tanto, hemos sabido que la Fundación Francisco Franco ha estado recibiendo todos estos años subvenciones estatales. Dinero público, de los contribuyentes. Hasta le hemos pagado una máquina trituradora de papeles. Es lo propio del cretinismo primitivo, autoritario: triturar papeles. Y negar la mayor evidencia. Se dice en un último comunicado: “La represión franquista es una falsedad”. Qué manera franquista de faltarle al respeto al franquismo que nació y murió torturando y matando. Ese negacionismo del cretinismo criminal que todavía nos tiene amoratados. 

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