¿Quién dijo que esto era el Corredor Seco?
Un proyecto de recogida de agua permite regar los campos y criar tilapias en una de las zonas de Guatemala más afectadas por la sequía
"En verano [de febrero a abril] no teníamos agua, solo la pública, que nos llega cada 15 o 22 días, cuando contábamos con dos horas para llenar los barriles que tienen que aguantar todo ese tiempo... Era bien complicado regar nada", cuenta Rosaura Díaz Felipe. Esta madre soltera de cuatro hijos, de 40 años, vive en Chiquimula. Una región del Este de Guatemala tristemente conocida por sus altas tasas de desnutrición infantil y de pobreza extrema (cuatro de cada 10 habitantes) y las sequías recurrentes. Uno de los epicentros del Corredor Seco.
Así se conoce —desde el punto de vista ecológico y climático— a la región semiárida que se extiende por la costa pacífica de Centroamérica, desde Chiapas (México) hasta Costa Rica y Panamá. Algunos territorios de Guatemala, como Chiquimula, están entre los más expuestos a la falta de agua (y a otros fenómenos climáticos extremos, como las lluvias torrenciales). Díaz, como la mayoría de las familias de la zona, vive del fruto de la tierra, y ella y su familia se alimentan básicamente con el maíz (en forma de tortillas) y los frijoles que cultivan.
Casi todos los problemas venían de la falta de agua. Las lluvias llegan de mayo a julio y de septiembre a octubre. Fuera de esas épocas, nada. "A veces no teníamos ni el 10% del agua que necesitábamos para regar, y teníamos que dejar morir las plantas", cuenta Díaz. "Y cuando la tubería se arruinaba, ni eso", añade. Ahora, dice, las cosas han cambiado.
“A veces no teníamos ni el 10% del agua que necesitábamos para regar, y teníamos que dejar morir las plantas”
Desde 2016, 1.000 familias de Chiquimula han instalado embalses (de hasta 450.000 litros de capacidad) para recoger y almacenar el agua de la lluvia, en un proyecto del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación y la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura) financiado por la agencia sueca de cooperación. Los sistemas —los hay familiares y comunitarios— son relativamente simples: hay uno levantado con una mezcla de cemento, arena, malla de alambre y agua cuyo contenido se utiliza exclusivamente para el riego. Pero otros sirven también para criar caracoles y peces. El que utiliza la comunidad de Rosaura Díaz Felipe, es uno de estos últimos, y se hizo utilizando 1.400 neumáticos para levantar un muro de contención. Ruedas que a su vez quieren llenar de hortalizas.
"Antes éramos un grupo de 20 mujeres que colaborábamos entre nosotras: ahora, al ver los beneficios de los embalses, somos ya 154", cuenta Díaz Felipe. Gracias al agua cultivan rábanos, cilantro, amaranto, hierbamora... "El cilantro, por ejemplo, se vende mucho. Ahora nos permite guardar dinero en un fondo para después invertir y producir más: podremos ayudar a más señoras a tener sus cosechadoras de agua", explica. Antes, la mayoría de las asociadas tenían que buscarse trabajitos para ir tirando, como buscar leña o lavar ropa.
Y también comen pescado. Tilapia, para ser precisos. Antes, si Antonio Marcos Hernández hubiera querido comer pescado, habría tenido que viajar una hora hasta el pueblo más cercano. Y otra hora de vuelta para compartirlo con su mujer y sus cuatro hijos. “Antes no consumíamos. Ya se ve que son caros. Para el transporte ida y vuelta al pueblo seis quetzales (unos 0,70 euros), y cada libra de pescado nos cuesta 15 quetzales (1,70 euros)”, explica Antonio, que en febrero de este año consumió su primera cosecha de tilapias, producidas en su propia casa, en embalses construidos con geomembranas.
“La idea inicial del proyecto era promover el consumo de pescado en las familias", apunta Gustavo García, de la FAO. A finales del año pasado, casi tres de cada 10 familias del Corredor Seco guatemalteco presentaban riesgo de no comer lo suficiente, según el comité interagencias encargado de controlar la seguridad alimentaria. En algunas zonas, siete de cada 10 menores de cinco años sufren desnutrición. El aumento de la producción agrícola y la incorporación de pescado en las dietas buscan reforzar los ingresos de los hogares e incluir más proteína animal en las comidas.
"Entre nuestras posibilidades no estaba comer pescado, solo en Semana Santa [con motivo de la costumbre religiosa de no ingerir carne en días señalados] porque lo traen de otros lugares. Pero ahora comemos el que nosotras mismas criamos", apunta Díaz. Además, señala el experto de la FAO, los peces también sirven para controlar las plagas que afectan a las plantas, ya que se comen las larvas de mosquitos y zancudos.
"Esto ha sido un gran apoyo para nosotros. Es el machete que necesitábamos para abrirnos paso y despejar el camino para seguir adelante", ilustra Rosaura Díaz Felipe. Y regar el Corredor Seco.
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