El ‘Gran Hermano’ del Amazonas
Un pionero proyecto científico desarrolla una tecnología que, además de descifrar la biodiversidad en la mayor selva tropical, permite escuchar y ver desde casa la vida animal en una de las últimas fronteras de nuestro planeta
Al alba y al anochecer, los ejemplares machos del aullador rojo (alouatta seniculus) lanzan un grito envolvente que se expande por la selva de la Reserva Mamirauá. Para los desconocedores de esta región aislada y exuberante de la Amazonía brasileña, de un tamaño similar a la comunidad de Murcia pero sin una sola carretera, el alarido evoca la existencia de una amenaza inminente por parte de estos macacos de pelaje rojizo y unos siete kilos de peso.
Pero, en realidad, el grito del aullador rojo es un signo de paz: los machos se desencajan y emiten sus roncos sonidos cuando sus grupos —generalmente de entre cuatro y seis ejemplares, la mayoría hembras— se instalan en una región prometedora en fruta y hojas. De esta forma, avisan a otras comunidades de la misma especie de su presencia en el territorio y, por lo tanto, les instan a buscar otra zona donde proveerse de alimentos o féminas. La especie evita así innecesarios conflictos violentos y, consecuentemente, ahorra unas calorías cada vez más difíciles de conseguir para unos frugívoros que, como estos primates, consumen muchas fuerzas para procesar los vegetales que engullen.
Para llegar a una conclusión como esta con el aullador —o con cualquier otro animal salvaje— se necesita el trabajo de decenas de investigadores durante años o incluso décadas. Por lo general, un científico descifra, tras largas temporadas sobre el terreno, una parte del puzle de una especie, como explica la propia Jane Godwell en un reciente documental que describe sus primeros pasos como primatóloga. Hasta que al final, los biólogos son capaces de describir las características principales y el comportamiento de determinado animal si la suerte acompaña.
Mucho más difícil es desentrañar su papel en el ecosistema, es decir, comprender la interacción de determinada especie con otros seres vivos como por ejemplo plantas, insectos y bacterias. “La biodiversidad es más compleja que cualquier cosa que el hombre haya inventado. Es una biblioteca increíble, pero desconocida en su mayoría”, asevera el estadounidense Thomas Lovejoy, padre del término e investigador de la Amazonía desde 1960.
Multipliquen esa labor por la extraordinaria variedad de especies de la mayor selva tropical (al menos 2.500 tipos de pájaros y los mismos de peces, y hasta 16.000 de árboles) y por su dimensión (tiene un tamaño equivalente a Europa occidental sin contar Rusia), y entenderán por qué la Amazonía es una de nuestras últimas fronteras en el planeta, un lugar inasible para nuestro conocimiento, a pesar de la fascinación que despierta en los humanos desde, por lo menos, la conquista de América (época de los primeros registros escritos sobre la región que se conocen).
Cámaras y micrófonos que ven, oyen y entienden
Por primera vez, sin embargo, esa información quizá esté a nuestro alcance. Coordinados por el brasileño Instituto Mamirauá, uno de los centros de estudios de la Amazonía más importantes en materia socioambiental, un grupo de 40 investigadores brasileños, australianos, españoles y franceses de disciplinas tan distintas como ingeniería eléctrica, inteligencia artificial, informática, electrónica y biología han puesto en común su saber para desarrollar un proyecto llamado Providence que usa la tecnología para monitorear, descifrar y transmitir al exterior la vida en el corazón de la selva. Todo ello veinticuatro horas al día y 365 días al año.
Los ingenieros del instituto australiano CSIOR —inventor, entre otras cosas, del WiFi comercial— han creado paneles solares que, colocados en la copa de los árboles, suministran energía a dispositivos integrados por cámaras y micrófonos que captan como un Gran Hermano las actividades de la fauna y envían por Internet esos datos a miles de kilómetros de distancia. La universidad brasileña UFAM, por su parte, ha contribuido desarrollando un software que analiza la imagen y determina el tipo de animal. Por último, la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) ha implementado, de la mano del ingeniero y biólogo francés Michel André, director del Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas, un sistema de captación de sonidos en el bosque y en los ríos amazónicos para escuchar e interpretar el comportamiento de especies como el delfín rosado, el cocodrilo azul o el jaguar.
Un proyecto llamado Providence usa la tecnología para monitorear, descifrar y transmitir al exterior la vida en el corazón de la selva
“Vamos a comenzar con 10 dispositivos de audio y vídeo conectados a la red e instalados en árboles, en una región de la Amazonía brasileña que queda inundada durante períodos del año y es de difícil acceso. Pero nuestra ambición es llegar a colocar 1.000 cámaras en toda la selva en los próximos años”, explica a PLANETA FUTURO el investigador brasileño Emiliano Ramalho, quien desde 2004 estudia los felinos y es uno de los grandes expertos del jaguar. “Hasta ahora sabemos de la importancia de los bosques para el planeta. Pero no comprendemos el engranaje por completo: el coche [bosque] puede parecer lindo por fuera, pero por dentro pueden faltar piezas fundamentales [animales] para su funcionamiento”, señala, mientras camina por una extraordinaria selva donde el número de especies de árboles por hectárea oscila entre 80 y 120 (por menos de una decena en Europa y no más de 25 en Norteamérica). Para llegar hasta aquí ha hecho falta tomar dos aviones y viajar durante tres horas en pequeñas lanchas y canoas por ríos y canales, que son las autopistas de la gran selva.
El Providence supone una evolución notable respecto al sistema de cámaras estáticas que hasta ahora se usa para monitorear la fauna en el mundo. Los sistemas actuales disponen de disparadores automáticos que se activan con el movimiento o el calor de un animal, pero obtener la información siempre exige que un humano —por lo general un joven intrépido— acceda rutinariamente a zonas repletas de peligros, desde mosquitos que transmiten malaria a serpientes venenosas, para vaciar las tarjetas y cargar las baterías.
Pero no es solo eso: el Providence ha sido desarrollado de forma que no solo capta y transmite de forma autónoma, sino que también descodifica información que escapa a nuestro alcance como humanos. “El sistema de audio está programado para distinguir individualmente los sonidos de cada especie. Así, vamos a poder identificar y luego reconstruir lo que pasa en una región de la selva durante semanas o meses. Por ejemplo, ¿qué sucede cuando un depredador, como el jaguar, entra en un área determinada? ¿Cómo actúan otros animales cuando el felino llega?”, explica André, que lleva más de 25 años estudiando y descifrando los sonidos de animales acuáticos.
Al preguntar a este hombre, que ha acometido proyectos en numerosos mares del mundo —como en las costas de Canarias, donde trabajó para evitar colisiones entre transbordadores y cachalotes—, si la labor que hace el Providence sería comparable, por ejemplo, con desplegar un millar de los mejores científicos de forma permanente en una región amazónica para que estudien la selva, responde: “Esos seres humanos, por sí solos, jamás podrían captar los sonidos y la información a la escala del Providence. Tenemos buena memoria acústica, pero no somos capaces de sincronizar y conjugar todos los datos de la selva al mismo tiempo y a una escala global. Esta tecnología nos proporciona el don de la ubicuidad al servicio de la conservación de la biodiversidad”.
Un elemento fundamental para esa capacidad de colecta de información son los micrófonos que integran cada una de las 10 cajas de sonido instaladas en sendos árboles. Habitualmente solemos pensar en imágenes cuando evocamos la vida animal, pues su comportamiento nos emociona y nos fascina, pero los sonidos —sin barreras como los que suponen para cualquier cámara árboles, plantas o insectos— pueden ser mucho más efectivos. Por eso cada dispositivo lleva tres receptores acústicos: uno capta frecuencias audibles para el oído humano, otro las que están por encima o por debajo de nuestras capacidades auditivas y, por último, un hidrófono que recoge los sonidos emitidos bajo el agua.
La mayor selva tropical cuenta con al menos 2.500 tipos de pájaros, los mismos de peces, y hasta 16.000 de árboles
“Mientras se recopilan estos datos, un paquete de software los analiza y codifica en tiempo real, recreando lo que hace nuestro oído interno y nuestro cerebro, y los envía a un servidor donde están automáticamente sincronizados. En pocos segundos la puedes recibir en cualquier parte del planeta”, agrega André.
Es, de alguna forma, como si la selva amazónica fuera una orquesta sinfónica de instrumentos casi infinitos (los animales y sus sonidos), y donde cada uno de ellos suena de forma distinta cuando otros tocan al mismo tiempo (interacción entre animales). Hasta ahora solo hemos podido escuchar partes o fracciones de esa música, que es pura información sobre el reino animal en la última frontera terrestre. Sus melodías son hoy fundamentales para comprender la salud de la mayor selva tropical del planeta, amenazada por la expansión de la ganadería comercial, la producción de monocultivos como la soja o la construcción de centrales hidroeléctricas y carreteras.
Tecnología para problemas ambientales y para concienciar
La mejora de los nuevos sistemas de energía, sobre todo la solar, y el abaratamiento de la tecnología satelital han permitido expandir el campo de acción de la ciencia en el monitoreo de los grandes bosques. En la Amazonía se emplean desde hace años imágenes gratuitas de satélites para medir la deforestación, paneles solares de bajo coste para generar la energía necesaria para producir hielo que, a su vez, permite a comunidades locales vender fruta y pescado en centros urbanos de mayor poder adquisitivo, y drones para estudiar el kilométrico viaje de extrañas especies acuáticas. También se están desarrollando robots que pueden realizar mapas en tres dimensiones de la selva, como si se tratase de la cartografía de una ciudad.
El objetivo en un mundo que por nuestra acción pierde a ritmo acelerado su diversidad —y con ello las posibilidades de hallar soluciones a problemas como enfermedades incurables— es que la tecnología pueda minimizar el impacto de la colisión entre humanos y naturaleza. El CSIRO, por ejemplo, ha desarrollaron en Gabón un proyecto para detectar anticipadamente la llegada de elefantes a huertas y, usando luces y sonidos específicos, desviar sus trayectorias para impedir que destruyan los cultivos.
“Así evitamos que sean asesinados por productores locales”, explica Paulo Vinicius, científico del grupo de robótica del CSIRO entrevistado en la Posada Uacarí, un conjunto de casas flotantes sobre un río amazónico repleto de cocodrilos y pirañas que sirve de base de operaciones para el Providence.
El Providence ha sido desarrollado de forma que no solo capta y transmite de forma autónoma, sino que también descodifica información que escapa a nuestro alcance como humanos
La primera fase del proyecto, implementada en marzo, ha necesitado casi dos años de trabajo y 1.4 millones de dólares (la mayoría financiados por la Fundación Moore). El futuro de esta tecnología depende ahora de más fondos —no menos de una decena de millones—, y de que su utilidad, además de científica, llegue a usuarios comunes, desde curiosos que quieran ver o escuchar en sus casas lo que pasa en una zona fascinante y de mínimo impacto humano a estudiantes de medioambiente en escuelas y universidades.
“Este proyecto permite llevar la selva a la gente, permite a un asiático o a un africano ver el delfín rosa del Amazonas”, señala el profesor de la UFAM José Reginaldo de Carvalho, que sueña con una mayor concienciación gracias a las imágenes y sonidos captados por el sistema. “Una cosa es presenciar una tragedia y otra cosa es ver la tragedia de alguien que conoces. El Providence hace la Amazonia tuya, te la acerca”, dice.
Quizá el Providence suponga una oportunidad para la selva, pues por primera vez tenemos la posibilidad de ver y escuchar a especies como el gritón aullador rojo cuando son forzadas a huir del fuego o de las motosierras que frecuentemente asolan la Amazonía para fines económicos. Ya no podremos decir que no sabíamos sobre esa tragedia.
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