_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Catarsis ético-pública

En democracia el mejor purgante, el máximo oxigenador, siempre acaba siendo el voto

Fernando Vallespín
Cristina Cifuentes tras la rueda de prensa en la que anunció su dimisión.
Cristina Cifuentes tras la rueda de prensa en la que anunció su dimisión.Carlos Rosillo (EL PAÍS)

La gran diferencia entre el caso Cifuentes y otros escándalos políticos que hemos presenciado es que su juicio ha sido “público”. Todos lo son, pero lo digo en el sentido de que aquí no se ha pasado por el filtro del complejo mundo judicial, con sus largas tramitaciones, sus tretas procesales, su complejo entramado de testigos y evaluación de pruebas. Contrariamente a los abigarrados casos de la Gürtel, la Púnica, Lezo y tantos otros, los hechos y los medios de prueba estaban a la vista de todos, limpios de los farragosos sumarios de cientos o miles de folios. Bastó una hábil y pautada publicación en prensa de hechos y declaraciones puntuales.

Más información
Editorial | Cifuentes dimite tarde y mal
Cristina Cifuentes dimite como presidenta de la Comunidad de Madrid

En ese sentido ha funcionado como un juicio popular. Los protagonistas en la evaluación de los cargos no han sido los jueces, sino el mismo público. Quizá por eso mismo se nos ha hecho tan insoportable. A pesar de que el asunto enjuiciado —la obtención de un máster sin seguir los debidos trámites— era nimio en comparación con los otros casos mencionados, su impacto fue mucho mayor. Las mentiras salían a la luz con una facilidad y velocidad pasmosa, sin mediaciones encubridoras. Qué lejos de esos otros donde la legítima presunción de inocencia y las tramitaciones de más de un lustro permiten tirar balones fuera y dilatar la asunción de responsabilidades políticas. A este respecto el caso Cifuentes resulta ejemplarizante.

También, porque ha sacado a la luz cómo existen distintas varas de medir los componentes morales de un caso en función de que esté o no en juego el poder. Sólo así hay que interpretar la declaración de Rajoy de que Cifuentes “hizo lo que tenía que hacer”. Si no dimitía, el PP perdía la Comunidad de Madrid. ¡Hasta ahí podríamos llegar! La dimensión moral del caso pasaba a un segundo plano, al final lo que de verdad importa, siempre, es el poder.

Y está, por último, el asunto del famoso vídeo, lo que precipitó lo inevitable. Aquí la indignación moral ya dio paso al asco. La repugnancia que produce el saber que hay mafias de cloaca dispuestas a despellejar a cualquiera traficando con datos de su vida privada. O el indisimulado jolgorio, casi euforia, con el que se acompañó en algunos medios o en las redes. Que encima se tratara o no de fuego amigo es a estos efectos indiferente.

Todo este sórdido espectáculo ha provocado una nueva vuelta de tuerca en la fatiga civil, la depresión cívica o como queramos llamarlo. Pero debería tener un efecto catártico, que de la contemplación de esta tragedia desplegada en dosis casi diarias podamos recobrar fuerzas para insistir en la imprescindible regeneración ética de nuestra democracia. Que tenga un efecto purificador. Y ya se sabe que en democracia el mejor purgante, el máximo oxigenador, siempre acaba siendo el voto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_