Universo Serrano: cuatro kilómetros entre ejecutivos, turistas y pasadizos ocultos
Tiene 155 años y 240 números. Su ‘milla de oro’ es un gran referente del lujo nacional. En ella conviven tiendas exclusivas, viviendas caras, poderosas embajadas y museos insignes. Es la vibrante calle de Serrano.
Serrano no es una calle. Es un universo. Un ecosistema en el que conviven el metro cuadrado más caro, los residentes más ricos y las embajadas más poderosas; pero también hay cosmólogos, estudiantes de negocios y jugadores de la élite del baloncesto. Existen de ella tantas versiones como personas la transitan. Es conocida por su milla de oro (de Puerta de Alcalá a Juan Bravo, en realidad no alcanza la milla). Pero la arteria mide cuatro kilómetros. Y da la sensación de que tiene, al menos, una cosa de casi todo: un hospital, una universidad, un hotel, una gasolinera, incluso un Mercadona. Sorprende con lugares inesperados, como el Colegio de Abogados de Madrid, en los números 9 y 11, que en los ochenta albergaron dos bancos; uno se liquidó, el otro quebró dejando un reguero de pufos y ambos los aprovechó la mayor agrupación de letrados de España (70.000 colegiados). En los sótanos de uno, en las antiguas cámaras acorazadas, los abogados conservan algún incunable; en la segunda planta del otro, un equipo gestiona la asistencia letrada al detenido de casi toda la región; cogen el teléfono sin descanso, las 24 horas, en una pecera insonorizada.
Gran parte de la criminalidad madrileña pasa de este modo por Serrano. Igual que los turistas y ejecutivos y runners y ciclistas y carritos de bebé de estilo clásico con nanny filipina. Lo primero que uno ha de tener claro en la calle es que hay una acera “fría” y otra “caliente”, en la terminología de los expertos en retail (venta al por menor). La fría es la izquierda, a medida que uno sube la calle: los números impares. En la de los pares, la derecha, las aceras son más anchas, las tiendas más lujosas, los perfumes más intensos y el precio de los locales llegan a duplicar a los de su hermana de enfrente. La vía nace casi del Retiro, en la plaza de la Independencia, en la esquina que marca un portal con lunas tintadas y dos piscinas en la azotea, el edificio Millenium, que hasta hace poco fue propiedad de Amancio Ortega, y ha cobijado, según la prensa, a Juan Miguel Villar Mir, Carlo Ancelotti y Alberto Cortina. La Puerta de Alcalá, a sus pies, parece más bien la abertura a otra dimensión, donde no es raro ver, en los días fríos, un chihuahua tiritando junto a un bolso de Louis Vuitton, y se cazan al vuelo conversaciones sobre testaferros y el secreto bancario en Suiza, “que acaba el año que viene”.
Es más cómodo pasearla cuesta abajo. Pero la calle, en realidad, remonta Madrid hacia el norte, y muere en su cruce con la calle de Príncipe de Vergara, de forma poco noble, entre un Burger King y una tienda Aurgi donde ofrecen un cambio de líquido de frenos a 29,95. Se podría caminar en 50 minutos. Los agentes inmobiliarios distinguen en ella una zona prime. Los vecinos mencionan su aura “señorial”. Los arquitectos recuerdan la “nobleza” de sus edificios. Aquellos con preocupaciones sociales (un párroco; el concejal de distrito) hablan de un Serrano “oculto” en sótanos y buhardillas. Los abogados de negocios ven “un mar de oportunidades”. Tiene 155 años. Y a lo largo de sus 240 números se podría resumir gran parte de la historia reciente de España: de la declaración de la II República (se pactó la salida del rey en casa de Gregorio Marañón) al atentado de Carrero Blanco (por los pelos: sucedió en Claudio Coello, pero el vehículo voló hasta el balcón de la iglesia de San Francisco de Borja, en Serrano 104). Se puede viajar incluso más atrás. En el Museo Arqueológico Nacional encontramos una reproducción de Lucy, una australopiteca con 3,2 millones de años, y un panel explicativo de las joyas de la antigua Roma cobra sentido: “Las exhiben especialmente las mujeres, y con ellas el poder y rango social de la familia a la que pertenecen”. Estatus, poder, familia. De eso va, a menudo, este universo. El gran escaparate madrileño del lujo.
En la Casa Loewe tres personas sonríen al abrir la puerta: una hace el “welcome”, en la jerga interna, otra acompañará a lo largo de “la ceremonia de venta”; la tercera es de seguridad. Mónica Pereyra, de 37 años, responsable de la tienda y curtida en banca de inversión en la City de Londres, supervisa desde la planta alta y define: “El lujo va más allá de un producto limitado, cuidado, hecho a mano. Ha de ir acompañado de una experiencia. Es algo personalizado, único”. En la tienda, los artículos no tienen el precio colgado, sino escondido (al descubrir el de un bolso: 1.850 euros), y los clientes pasan hasta tres horas en el interior. En los sofás de la entrada se ve una familia de japoneses tomando café. Los hay que beben una copita de champán; o los de confianza, a los que invitan a comer, al palco del Madrid, al ballet en el Real y se mensajean con los managers: “Me paso después del gym”.
La calle vive al ritmo que marcan las oficinas y comercios; posee una luz cálida y atmosférica, sobre todo cuando rebota en los edificios y el reflejo toca con mimo la calzada; muere al caer la noche. En ella residen 2.431 personas en 2.174 inmuebles; figuran 481 locales comerciales; circulan 33.000 vehículos diarios a la altura de Juan Bravo. Cuenta con ocho centros educativos (tres guarderías) y supera la decena de embajadas. Un miércoles de julio de 2017, el Ayuntamiento midió el flujo por el número 40: 2.704 peatones en tres horas por la acera caliente, 1.669 por la fría, 224 bicicletas. No hay datos específicos de riqueza, pero según el Ayuntamiento, Serrano atraviesa los dos distritos de mayor renta de la ciudad (Salamanca y Chamartín), que coinciden con los de mayor porcentaje de voto al PP (algo más del 52% en las últimas elecciones locales). Y cruza también el barrio más adinerado de España, El Viso, una colonia de chalés donde la renta, según el INE, es de 113.000 euros por cabeza. Corresponde al 10% de la población más acomodada del país.
“Tratamos mucho con extranjeros. Estar aquí te asegura que te van a visitar”, dice un financiero
Si la calle tuviera alma, sería oscura: Serrano está hueca por dentro, surcada bajo tierra por aparcamientos de cuatro plantas, con 3.000 plazas, y, aún más abajo, por el túnel de la alta velocidad que une las estaciones de Chamartín y Atocha a una media de 45 metros de profundidad. La galería, por la que pasan dos vías, se terminó hace siete años, se encuentra en fase de pruebas y conectará los aves del sur y del norte de España. El ingeniero que dirigió la obra, Pedro Lázaro, cuenta cómo es Serrano en el subsuelo: “Un sándwich de arena y arcilla”. El túnel discurre bajo la calle casi tres kilómetros. En obras de este estilo se aprovecha el trazado de grandes vías para evitar que afecte a los edificios. Quizá sea el mejor búnker de la villa, bromea el ingeniero en su interior. A lo largo del recorrido, cada poco, surgen unos apeaderos iluminados como tenderetes de feria: las salidas de emergencia. Tres de ellas conectan con los aparcamientos de la milla de oro. Remontamos una —155 peldaños— y, al abrir la última puerta de emergencia, es fácil imaginar dónde estamos. Hay un Jaguar aparcado.
La calle nació de un Madrid encorsetado, cuando la capital de España rondaba los 220.000 habitantes y la Puerta de Alcalá se cerraba de noche. Los madrileños vivían hacinados en el interior de la cerca que mandó construir Felipe IV dos siglos antes (se encontraron restos durante las últimas obras, en 2009). El Serrano de hoy era zona de descampados y fincas. El ensanche de Madrid con el que nació lo encargó Isabel II, lo proyectó el ingeniero Carlos María de Castro y el marqués de Salamanca, banquero y hombre de negocios, promovió la edificación. Adquirió los terrenos a 4 reales el pie (en la Puerta del Sol se pagaban a 540). El distrito, hoy, lleva su nombre: Salamanca, un ejemplo de planificación ordenada y amplias avenidas. La calle de Serrano se llamó así por Francisco Serrano y Domínguez, el general bonito, que fue amante de la reina.
Las primeras piedras se colocaron en 1863. Se levantaron edificios en manzana, de tres alturas, con patio en el centro. Los que hoy quedan frente a la plaza de Colón conservan el aire original. Con una diferencia: sus jardines interiores eran de uso público. Hoy, los conserjes frenan al curioso al menor indicio. Pérez Galdós, que vivió en uno de ellos, destacó su luz y ventilación: “No padecen la insana oscuridad de los interiores del viejo caserío”. Eran viviendas confortables para aristócratas y pudientes; las primeras de Madrid con váter, agua corriente y electricidad. En ellas se instalaron los primeros ascensores. Y en 1871 circuló por Serrano el primer tranvía de Madrid, tirado por tres caballos. Se la apodó avenida de los palacetes. Y un periodista de finales del siglo XIX describió la zona como “un cantón que podría declararse independiente”.
Todo esto lo cuenta el cronista de la Villa Ángel del Río en Serrano y Jorge Juan. Calles para el siglo XXI (La Librería, 2010). Del Río, de 67 años, confiesa que se enamoró de la calle un domingo siendo niño: en el escaparate del número 8 vio la muñeca más famosa de la época, Mariquita Pérez. Más tarde, como periodista en el desaparecido diario Ya, recuerda haber escrito en los setenta sobre el fenómeno de las “terracitis”, que convirtió sus aceras en un “desfile del pijerío”. “Siempre ha sido un centro de novedades”, asegura. “Y sigue siendo la referencia”.
Quienes mejor recuerdan anécdotas son los porteros, transmisores de la memoria oral. El del número 50, con 30 años de oficio, mono azul y el correo bajo el brazo, cuenta una que suena a leyenda: “En el 27 vivía el hijo de una superviviente del Titanic”. Pero los datos lo corroboran: allí se levantó un edificio para Manuel Pérez Soto. Y existen crónicas que recuperan la historia de Josefa Pérez de Soto, nieta de un banquero adinerado, que, en 1911, se casó con Víctor Peñasco y Castellana; emprendieron una luna de miel que duró 17 meses y en el restaurante Maxim’s de París les ofrecieron propaganda de aquel buque gigantesco que nunca llegaría a Nueva York; embarcaron y se llevaron con ellos a su sirvienta, Fermina Oliva. El recién casado murió a bordo la madrugada del 15 de abril de 1912; sobrevivieron ambas mujeres.
Por ese portal, un siglo después, solían pasear Correa, Camps y El Bigotes, porque en sus bajos se encontraba la tienda de Milano que frecuentaban (y un poco más allá, en Serrano 40, la sede de la trama Gürtel). El ático del número contiguo, el 25, un edificio con paso para carruajes, majestuosas escaleras y ascensor de jaula con sofá, hoy, “tiene relación con la hija de un conocido empresario gallego”. Nadie se moja más allá. Pero los ventanales, para más indicaciones, vierten sobre un Zara de cinco plantas, la joya de Inditex en la calle. En el 25 también vivieron hace años las hermanas Molinero, que diseñaron el traje de boda de la reina Sofía, y Luis Gil, joyero de la alta sociedad, cuyas obras han alcanzado los 300.000 euros en subastas y han llevado Naty Abascal, la condesa de Romanones y Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Unos abandonan el ecosistema; otros los reemplazan. “De los terratenientes al nuevo rico”, define el portero. Añade que esta calle tiene dos caras: “Es a la vez la mejor y la peor, porque aquí el caramelo está a la vista”. Ese dulce tratan de robarlo a veces con espectaculares alunizajes de coches contra los escaparates. El portero también recuerda las últimas obras, promovidas por el alcalde Ruiz-Gallardón. Duraron más de dos años. En una ocasión, se encontró al político por Serrano. “Ahora nos critican”, le confió. “Pero, con el tiempo, la gente se va a acordar”.
Los arquitectos Clara Esteve y Miguel Tejada fueron los ganadores del concurso de aquella remodelación. Con su proyecto, explican, quisieron “templar la presencia del coche”. Suprimieron un carril, duplicaron el espacio en las aceras. Le dieron valor a la “experiencia de usuario”, al paseo, esa actividad en extinción en una era en la que el “encuentro entre personas tiende a menos”. Les gusta un elemento de la calle: “Mucha gente la usa, se produce la intersección de personas distintas”. Un espectáculo para todos los públicos. “La ciudad”, agregan, “es la coincidencia de intereses contrapuestos”.
En el número 125, una iglesia del Opus fue en su día un auditorio inaugurado por García Lorca
Una tarde, nos cita frente a un esquinazo señorial Ivor Cano, especialista en la zona de la inmobiliaria Engel & Völkers. El plan era mostrar un piso recién vendido por 3,3 millones de euros. Para explicar la calle, Cano habla de “ochomiles” y “docemiles”, el precio por metro cuadrado de las viviendas. Serrano “se mantiene” en el primer puesto de las calles más caras de España, según un informe de la tasadora Tecnitasa. Y es la vía donde menos se ha notado la Gran Recesión: en 2008 el precio estaba solo un 5% por encima. Cano asegura que ya se ha superado: “Estamos en territorio inexplorado”. Y menciona el incremento notable de compradores extranjeros; la mayoría latinoamericanos, muchos de Venezuela. Lo corrobora el párroco de San Francisco de Borja, que reparte unas 6.000 hostias cada fin de semana y, últimamente, asegura, ha bautizado a varios bebés venezolanos.
Hay quien dice que Serrano ya no está de moda. Las curvas de oferta y demanda dicen lo contrario. Y también Álvaro Muñoz, de 52 años, pelo blanco engominado, gafas rojas, “vestido con americana de doble faz, sin forro, con fuelle en la espalda; pantalón gris en franela de lana cachemira; camisa blanca de algodón de Stefano Ricci; corbata azul celeste y bota baja en ante azul marino: tradicional pero con imagen actual”, describe. Muñoz lleva desde niño en la sastrería de su padre, Pedro Muñoz, en la esquina con Ortega y Gasset, “la mejor de Serrano”. En su tienda se han vestido del arquitecto Norman Foster al boxeador Mike Tyson. El escaparate parece de otra era. En su opinión se ha perdido la elegancia: “Vivimos en una sociedad en la que todo vale; es un problema sociológico en España”. Prepara un chaqué para un cliente al que le ha llegado una invitación para las carreras de Ascot: tiene previsto ofrecerle un surtido de telas con fragmentos de diamante, polvo de jade e incrustaciones de lapislázuli. Entra una mujer con acento latino y se deja 1.250 euros en cinco minutos. Muñoz le pregunta por los nietos. Luego comenta que ha visto el “crecimiento brutal” de los grandes grupos del lujo, que se han hecho con los mejores locales “a golpe de talonario”. También vio años de decadencia. “Pero se recuperó esa identidad y ese estatus. Serrano vuelve a ser ese sitio donde todos quieren estar”.
David Barragán y Andrés Martín, directores de retail de la consultora inmobiliaria Savills Aguirre Newman, destacan la mezcla en la calle: “Un mix de lujo y mass market”, lo llaman. De mangos y joyerías Suarez, donde a los precios los separa un abismo. Esa mezcla y ese abismo también se ve en los peatones. Por la calle, a veces, se cruzan empleados y gerifaltes de la misma compañía. Les sucede a los de Savills Aguirre Newman: de pronto, mientras van hablando de locales y metros cuadrados, se topan con su presidente, Santiago Aguirre, hermano de Esperanza Aguirre. Se saludan y cada uno sigue a lo suyo.
La hora propicia para el encuentro suele ser entre seis y ocho de la tarde, cuando se produce una especie de eclipse: las personas salen de las oficinas, los comercios siguen abiertos, el sol dora la acera de los pares y se camina con cadencia reposada, al estilo de una calle Mayor. A esa hora, iba el político Javier Solana calle arriba, con deportivas y mochila. Tras una reunión en la zona, hacía tiempo hasta la presentación del libro de su colega socialista Joaquín Almunia. Se confesó “menos de Serrano y más de la Puerta de Alcalá”, donde suele asistir a una tertulia de ciencia. “Soy catedrático de Físicas”, recordó antes de seguir su paseo.
Según el financiero Carlos Stilianopoulos, de 51 años, director de la sociedad de valores Beka Finance, e hijo de Pitita Ridruejo, asidua de la crónica social del siglo XX: “Se ve mucho banquero, empresario, exbanquero y exempresario socializando por la calle. No están de ocio, sino entre reuniones”. A menudo, cuenta, se cruzan con un conocido. Y del encuentro “surgen oportunidades”. Su despacho acristalado en la Torre Serrano parece un observatorio, con vistas al famoso tiovivo que vino de Francia hace más de tres lustros y al que los niños suben unas 1.000 veces cada semana. Para Stilianopoulos, que se dedica a buscar dinero y a colocarlo en empresas (en 2017, movieron 4.500 millones), tiene sentido la ubicación: “Tratamos mucho con extranjeros. Cuando vienen, quieren tener varias reuniones al día. Ver a todos los jugadores. En la zona hay abogados, gestoras de fondos y capital riesgo, banca privada. Estar aquí te garantiza que te van a venir a visitar”. Suelen reunirse en hoteles de la zona, como el Villa Magna o el Hesperia, cuenta José Antonio Montero de Espinosa, de 47 años, que gestiona un patrimonio de 1.300 millones de Santander Asset Management (Serrano 69). Su trabajo, dice, le exige estar bien informado, comprar o vender acciones siguiendo su olfato. Y no todo sale en los periódicos: “El contacto personal es importante”.
Gracias a ese contacto, en el ecosistema las especies se retroalimentan. Un ejemplo. Pasada la Embajada de EE UU, que en otra vida fue residencia de Cánovas del Castillo, la calle se hunde y deja de ser financiera y se vuelve educativa. El punto de inflexión lo marca la IE University, que es ambas cosas. A menudo, en esta escuela de negocios, cuentan con profesores que han salido de Serrano. Como James Costos, que residió en la calle hasta que dejó de ser embajador de EE UU el año pasado, y ahora prepara un programa del IE dirigido a personas de más de 55 años. Lo cuenta Santiago Íñiguez de Onzoño, presidente de IE University, cuyos primeros recuerdos de la calle se remontan a la infancia. Su padre, el arquitecto José Luis Íñiguez de Onzoño, tenía su estudio en Serrano 112 y fue el proyectista, con Antonio Vázquez de Castro, del polideportivo Magariños, en Serrano 127. La cuna del equipo de baloncesto Estudiantes, donde el conjunto jugaba en los ochenta y hoy sigue entrenando, junto a cientos de niños de la cantera.
Íñiguez de Onzoño padre, de 91 años, recibe en su antiguo estudio, hoy su vivienda, con vistas a la Embajada americana. Define la calle en la que lleva casi 60 años: “Muy completa. Tiene de todo y de alto nivel. Un tramo comercial; luego una zona más representativa y administrativa, y otra más intelectual y docente”.
En ese último trecho, Serrano muestra sus contradicciones. Se vuelve incluso contestataria. En el Museo Lázaro Galdiano, por ejemplo, una exposición trazaba paralelismos entre Goya y Buñuel, provocando una reflexión subversiva sobre la riqueza, la Iglesia y la posición social. “El cine es un arma peligrosa si la maneja un espíritu libre”, se leía entre imágenes de mendigos desdentados creadas por ambos genios. Un poco más allá, en el semáforo que une el IE y la residencia del embajador de Francia, un malabarista trataba de sacar unas monedas con su espectáculo. Marroquí, de 40 años, también le faltaba algún diente: “Me busco la vida como puedo”. Al lado, en un cóctel en la residencia francesa (Serrano 124) celebrado con motivo de la inauguración de Arco, la conversación giraba en torno a la obra censurada de Santiago Sierra. “El arte puede ser malo. O evidente. Pero hay que dejarlo a la inteligencia del público”, confió la galerista Soledad Lorenzo. En los salones, de techos altísimos y lámparas de araña, se podían admirar dos tapices de Picasso.
Un poco más arriba se encuentra el recinto donde se entremezclan las instalaciones del CSIC, el mayor organismo público de investigación de España, el colegio e instituto públicos Ramiro de Maeztu, y la Residencia de Estudiantes, donde convivieron Lorca, Dalí y Buñuel. Esta última se levantó en 1910, siguiendo el “espíritu del singular proyecto moral, pedagógico y estético de la Institución Libre de Enseñanza”, se lee junto a una ventana de los viejos edificios; en el interior se exhibe la habitación del poeta. En 1933, Lorca inauguró aquí, acompañando a la Argentinita al piano, el Auditorium, un espacio cultural laico. Tras la Guerra Civil, el complejo pasó a ser dirigido por un sacerdote y el arquitecto Miguel Fisac, miembro del Opus Dei, transformó el Auditorium en la iglesia del Espíritu Santo (Serrano 125). Sigue siendo del Opus.
En un edificio adosado a la iglesia, el cosmólogo del CSIC Guillermo Mena-Marugán dedica las horas a pensar en el Big Bang. Con criterio científico, señala que Serrano es como un “termómetro”. Y así se constata que sube la temperatura en la milla de oro, pero el presupuesto de su institución es un 16% más bajo que en 2007.
Unos ganan, otros pierden en este universo. Y la idea se replica en dos colegios privados que nacieron a finales de los cincuenta en dos chalés de El Viso. El San Patricio, católico, acoge a hijos de la élite empresarial (también a los de la infanta Elena). Comenzó con 51 niños, hoy son 1.750; poseen una manzana entera y dos centros más en la Moraleja. Los costurones en la fachada del colegio Estilo, en cambio, le confieren cierto aire de resistencia; laico, inspirado en los principios de la ILE, educa a 120 niños ligados a la “élite cultural” (los hijos de Berlanga y Marsillach). “Somos una burbuja suspendida en el tiempo y el espacio”, dice su directora, Susana Aldecoa. Y a partir de ahí la calle sigue entre chalés, por el barrio más rico de España, hasta morir de forma abrupta en un semáforo.
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