Regreso a Mayo del 68
Medio siglo después, el fotógrafo francés de la agencia Magnum Bruno Barbey regresa a los escenarios de París que inmortalizó durante los disturbios y los retrata de nuevo para 'El País Semanal'.
Nunca quedó científicamente demostrado que bajo los adoquines estuviera la playa pero, por si acaso, Bruno Barbey da cita en un bar de rones caribeños. Lástima que sean las diez de la mañana. Lástima también que el supuesto peso de la Historia no ejerza ningún influjo ni en el joven y típicamente antipático camarero parisino (“aquí no puede hacer fotos sin permiso”) ni en la joven y típicamente antipática camarera parisina (“no tengo tiempo para eso”, responde airada cuando el fotógrafo de la agencia Magnum le invita a ver en el ordenador sus instantáneas del caos de hace medio siglo ahí mismo, delante de La Rhumerie, en pleno Boulevard Saint Germain).
Siempre me ha sorprendido la forma en que los españoles se sienten atraídos por los acontecimientos de Mayo del 68
Han pasado exactamente 50 años desde que el Barrio Latino de París se convirtiera durante un mes y medio en un salvaje circo de cinco pistas hecho de barricadas, asambleas, coches reventados, porrazos, gases lacrimógenos, carreras, eslóganes y olor a quemado. Bruno Barbey estuvo allí, fotografiándolo todo, tratando de seguir al pie de la letra –en busca de la foto perfecta- uno de los eslóganes paridos por la revuelta estudiantil: “Sé realista: pide lo imposible”.
Ahora, apenas dos días después de ingresar como nuevo miembro en la Academia de Bellas Artes de Francia, ha vuelto al escenario del crimen. A los escenarios. Ha recorrido de nuevo las plazas y los bulevares, se ha colado en las universidades y en los institutos y ha reconstruido para El País Semanal, con su vieja Canon al hombro, la geografía de mayo del 68.
Cuando recibió el encargo no tardó en mostrarse entusiasmado. “Siempre me ha llamado la atención la forma en que los españoles se sienten atraídos por los acontecimientos de mayo del 68; la razón, pienso, es que sigue habiendo toda una generación frustrada que, bajo la dictadura de Franco, nunca pudo pensar en vivir unos hechos así. Y siguen queriendo entender qué es lo que de verdad pasó en París en aquellos días”.
Bruno Barbey, nacido en Marruecos hace 76 años, ni siquiera tuvo el grado justo de fortuna y pericia necesario para arrancar una imagen definitivamente icónica de aquellos días, como las logradas por sus colegas Gilles Caron y Jean-Pierre Rey, ambos ya fallecidos. El primero firmó la célebre foto en la que se ve a Daniel Cohn-Bendit –Dany el Rojo, uno de los líderes de la revuelta- enfrentándose con la mirada sonriente a un antidisturbios de las CRS (Compañías Republicanas de Seguridad). El segundo inmortalizó durante una manifestación a aquella muchacha rubia de pelo corto, subida a hombros de un chico y enarbolando una bandera roja contra la guerra de Vietnam. Una muchacha que fue, ya para siempre, la Marianne de mayo del 68 (Marianne es el emblema de la República francesa en forma de mujer). Pero a Bruno Barbey no le hicieron falta ni danys rojos ni mariannes para forjar su pequeña leyenda. La de un retratista del desastre callejero.
Bruno Barbey no arrancó una imagen icónica de Mayo del 68, pero forjó su pequeña leyenda de retratista del desastre callejero
Tras dejar atrás La Rhumerie y la esquina donde en tiempos se ubicó La Pergola –un antiguo café/punto de reunión de manifestantes hoy reconvertido en tienda ropa chic- y disparar a diestro y siniestro, el fotógrafo de la agencia Magnum dirige sus pasos a La Sorbona. Y entre disparo y disparo va desgranando recuerdos y explicaciones: “Mayo del 68 no fue otra cosa que una revuelta de estudiantes y de hijos de la burguesía en uno de los países más ricos del mundo. No había problemas sociales, no había problemas económicos, no había una dictadura como en otros países… pero sí una juventud que tenía ganas de respirar contra una Francia muy conservadora y opresiva”.
Tras una leve puerta de madera y cristal se abre el espacio apabullante del Anfiteatro Richelieu, verdadera alma mater de La Sorbona y escenario de las más multitudinarias, encendidas e interminables asambleas estudiantiles de aquellos días. Allí fotografió Barbey –siempre en riguroso blanco y negro y sin flash- a decenas y decenas de estudiantes exhaustos, durmiendo sobre las largas bancadas de madera y soñando con sus utopías: el amor libre, el reino de los parias de la tierra y tumbar la Francia del general De Gaulle.
Hoy repite la instantánea en medio del vacío. Y rememora aquellos días y aquellas noches agotadoras: “Al principio nuestro trabajo era bastante fácil. Pero con el paso de los días muchos estudiantes no veían con buenos ojos a los fotógrafos de prensa, ya que algunas de las fotos en las que ellos salían eran utilizadas por la policía para perseguirles y detenerles. Paralelamente, cuando revistas como Paris-Match empezaron a publicar fotos de los policías golpeando a los estudiantes, estos se pusieron nerviosos, te podían romper la cámara y entonces estabas jodido”.
Siguiente etapa: el Odéon. El gran teatro del sexto distrito de París estuvo ocupado durante semanas, cubierto de posters de Lenin y Marx y convertido en una tribuna libre para todo el que quisiera expresarse. Bruno Barbey acabó entrando allí como si fuera el salón de su casa. Y ahora hace fotos otra vez, con el patio de butacas vacío y un indisimulado toque de nostalgia: “El Odéon fue uno de los puntos más importantes de mayo del 68. Su director, el actor Jean-Louis Barrault, y su esposa la actriz Madeleine Renaud, que eran una pareja fantástica, fueron desbordados. Comunistas, anarquistas, conservadores, jóvenes, viejos, hombres, mujeres, todo el mundo entraba y hablaba. Montaron allí un jaleo impresionante. Al final… Jean-Louis Barrault acabó perdiendo su puesto de director porque el ministro de Cultura de De Gaulle, que era André Malraux, creyó que era cómplice de los estudiantes”.
La visión de la Rue Gay-Lussac en la mañana del 11 de enero era la de una calle de Beirut durante la guerra civil de Líbano. Había una barricada cada 50 metros
Otra meca de la revuelta fue la Escuela de Bellas Artes, situada delante del Sena y frente al Museo del Louvre. Allí, en el taller de serigrafía, fue donde se pensaron y se diseñaron muchos de los carteles políticos contra el régimen de De Gaulle, y contra los CRS, con eslóganes como ‘CRS = SS’. Algunos de ellos fueron dibujados por ilustradores como Reiser o Wolinski, que luego trabajarían para Charlie Hebdo y que acabarían siendo asesinados en sus locales durante el atentado contra el periódico.
Pero las imágenes más brutales que llegó a captar Bruno Barbey nacieron en la rue Gay-Lussac. Allí tomó su famosa fotografía de una barricada perfectamente construida por los estudiantes con adoquines arrancados del suelo. “La visión de la calle Gay-Lussac en la mañana del 11 de enero era la de una calle de Beirut durante la guerra civil de Líbano”, recuerda. “Había una barricada cada 50 metros, coches volcados, destrozados e incendiados, farolas rotas, el suelo de adoquines reventado… Y al día siguiente de las revueltas, que duraron toda la noche, veías a gente que bajaba a la calle en pantuflas para ver los destrozos o simplemente para tratar de comprar una barra de pan”.
Bruno Barbey acaba de terminar un nuevo fotolibro (tiene más de 30 publicados) en el que vuelve a aquellos días (Au coeur de mai 68, En el corazón de mayo del 68). Mientras, la Biblioteca Nacional de Francia (BNF) acoge sus puertas a la gran exposición Iconos del 68: las imágenes tienen una historia. Y sin embargo… Sin embargo, Francia no ha sabido nunca y sigue sin saber bien cómo gestionar el legado del 68. Como escribe en el texto del libro de Barbey su amigo el historiador y escritor Philippe Tesson –director de la influyente revista Combat durante aquellos estruendosos días- “Francia se siente incómoda con mayo del 68. A la vez porque el acontecimiento sigue siendo difícil de descifrar y porque dejó una especie de vergüenza en la memoria colectiva, no estamos muy orgullosos de todo aquello”. Francia sigue buscando, bajo los adoquines, la playa. Otra cosa es que esté ahí.
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