A ver si le dejan crecer
EL MUNDO ES uno de esos lugares a los que hay que acostumbrarse. No se llega al mundo como el que llega a casa por la noche, después de una dura jornada de trabajo. No se entra en la realidad como en la cocina propia, donde a uno le reconfortan los olores de las verduras o de las especias que utiliza para el estofado. El mundo, digámoslo rápido, no es un lugar familiar, sino un espacio extraño, incluso hostil al que, con suerte y habilidad, y si no nos destruye él antes, acabamos conquistando. Significa que no somos de aquí. Pero si no somos de aquí, ¿de dónde? Fíjense en la foto. Aparecen en ella tres adultos que, evidentemente, por sus gestos, ya se han acostumbrado al mundo. Actúan con la naturalidad con la que se movería en la cárcel un preso veterano, en la montaña un alpinista, o en la central nuclear un ingeniero. Nada les extraña, y eso que pertenecen a un equipo sanitario de la Media Luna Roja. Quiere decirse que se pasan la vida sofocando hemorragias, cosiendo y descosiendo cuerpos, extrayendo balas, vendando cabezas. Ahora se encuentran atendiendo a un par de críos durante la evacuación de enfermos de Guta Oriental, en Siria.
Pero a lo que íbamos. Observen la expresión del niño sentado en el centro en la imagen. Si se fijan, no está asustado, sino extrañado, como si acabara de aterrizar en Marte. ¿Qué lugar es este?, parece preguntarse. No ese lugar concreto, sino el mundo en general. ¿Qué lugar es el mundo? Crecerá, si no le alcanza antes una bomba, y acabará acostumbrándose o fingiendo que se acostumbra. Es lo que tarde o temprano hacemos todos.
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